Hace más de tres lustros renació en Bolivia la fiebre constituyente. El ecuatoriano Luis Verdesoto la observó como parte de la gestualidad andina, predispuesta a refundar a través de nuevas constituciones. Y eso que entonces aún no confirmábamos que lo andino llega hasta Santiago de Chile, a pesar del mapa. Por la Constituyente chilena, ahora sabemos: el mapa no miente.
Que izquierda y derecha recurran a su propia tradición o a sus modas es natural, como la influencia boliviana o ecuatoriana en la Convención de Chile. En la universidad, por ejemplo y gracias a las reflexiones de Salvador Romero Pittari, reparábamos en el peso de la Editorial Claridad o la Editorial Progreso de la URSS en el marxismo de Latinoamérica.
Lo infrecuente es que derecha e izquierda obedezcan a similares enfoques intelectuales. Es, por ejemplo, el caso de las ideas de Carl Schmitt, un intelectual de derecha que incide en la actual izquierda, tan schmittiana como marxista. Schmitt influyó en España y Latinoamérica antes que en la academia mundial y antes de que hubiera una izquierda schmittiana, como hay ya una derecha que aplica a Gramsci.
Hablando de Chile, en 1973 cierta derecha también pensó, con Schmitt en la testa, el pinochetismo como un proceso constituyente. Fue por el abogado Jaime Guzmán, fundador de la UDI y miembro de la comisión redactora de la Constitución de 1980. Guzmán acabó como senador, muerto a tiros por el Frente Patriótico Manuel Rodríguez en 1991. Antes de eso, cual un García Linera santiaguino, pero de la corriente opuesta, Guzmán exploró en las profundidades del poder
constituyente.
En palabras del conservador decimonónico español (admirado por Schmitt) Donoso Cortés, embajador de Madrid ante el sobrino Bonaparte: “El poder constituyente no puede localizarse por el legislador ni formularse por el filósofo, porque no cabe en los libros y rompe el cuadro de las constituciones; si aparece alguna vez, aparece como el rayo que rasga el seno de una nube.”
Jaime Guzmán fue quien hizo reposar el poder constituyente chileno en la junta de comandantes de 1973, según explica el profesor Renato Cristi en un macanudo libro. La pregunta de Schmitt de que el poder constituyente podía residir en el pueblo, en el monarca o, en casos aún no estudiados del todo, en minorías organizadas, fue respondida por Guzmán de un modo no democrático.
Jaime Guzmán invocó entonces a Schmitt y al efecto “constituyente” del golpe de Pinochet, y lo asimiló a una revolución, pero de otro corte ideológico, como los constitucionalistas franquistas treinta y tantos años antes. La Constitución chilena de 1980 fue así el fruto de un poder constituyente originario incluso ante el Tribunal Supremo de Justicia de Chile, sobre la base del DL de 128 de noviembre de 1973, que disponía: “que la Junta de Gobierno ha asumido el Mando Supremo de la Nación (…) Que la asunción del Mando Supremo de la Nación supone el ejercicio de todas las atribuciones de las personas y órganos que componen los Poderes Legislativos y Ejecutivo, y en consecuencia el Poder Constituyente que a ellos corresponde (…) El Poder Constituyente y el Poder Legislativo son ejercidos por la Junta de Gobierno mediante decretos leyes.”
La junta de comandantes en 1973 no se hallaba atada así a ningún límite jurídico formal, como si fuera una asamblea constituyente originaria. Las FFAA eran la “organización firme” que impuso esa dictadura soberana, aunque después la Constitución chilena de 1980 sufriera reformas derivadas ya de otro sujeto: la voluntad popular.
Leyendo a Carl Schmitt, latinoamericanos de derecha e izquierda hallaron el punto de apoyo para intentar rehacer sus países en mezclas no siempre iguales de legitimidad y fuerza. Lo curioso es que, con el caso chileno como arquetipo, se sucedan cincuenta años después personajes de derecha e izquierda con un núcleo intelectual afín, prestos a realizar los postulados de Schmitt. Como para preguntarse de cuál línea política será el intelectual predominante que lea a Schmitt para el siguiente poder
constituyente.