De: Daniel Averanga Montiel[1] / Para Inmediaciones
Victor Hugo lo sabía, lo intuyó y eso, además de movernos el piso, nos cuestiona a muchos niveles cada vez que lo leemos. Lo sabía el muy cabrón y lo ostentaba en sus otras novelas, muy a pesar de haber sido el casero menos miserable de los prostíbulos de su tiempo: ávido consumidor de meretrices, moralista rayando a lo cursi en sus novelas, pero arrechísimo en la vida real; basta decir, parafraseando al Varguitas, que cuando este gran escritor francés falleció, fue visitado por una gran cantidad de “mujeres de la vida pública” (como diría el mismo Mario) para ser homenajeado como más que un cliente: un mentor, un padre, un artífice que les daba a esa mujeres algo de vitalidad en cuanto las visitaba.
Y él, precisamente él y sus aventurillas amorosas a la par de coitales, fue el creador de ese personaje tan odiado por generaciones de lectores que no le huyeron al cansancio de los aforismos que pueblan “Los miserables”. Thénardier, ese hijo de mil polvos impíos, todo un p´ajpaku azucarado cuando las condiciones se lo exigían, el tutor endemoniado de Coseta y el marido de otra abominación, su esposa, fue creado de pronto, como un rayo pestilente, de la mente de Hugo y tan verosímil terminó siendo para nuestra literatura, que cuando leo una y otra vez esta novela, inevitablemente recuerdo a otros vástagos de himeneos innominables y absurdos: todo un oportunista, como los hay a granel, incluso en nuestra vida diaria, y como que topamos con ellos y los dejamos ser nomás, en tanto no nos jodan a nosotros.
Thénardier aparece, claro que sí, en otros libros de Victor Hugo, pero con otros nombres: los comerciantes de niños en “El hombre que ríe”, los fundamentalistas soberbios en “El noventa y tres” y los bastardos ascetas en “Nuestra señora de París”, por no mencionar otros.
Y sin embargo este personajucho se replica en muchas otras novelas de otros autores. Desde los libros de intriga de Jules Verne, pasando por ciertos personajes de “Cuentos desnudos” de Jaime Nisttahuz, hasta la madre del maniaco en “El dragón rojo”, de Thomas Harris. Influyó tanto el veneno ficticio de Thénardier, que hasta los veo en la realidad, cada día, y retrotrayéndome al pasado, incluso en mí.
Pero, para el lector que no tuvo la fortuna de leer la grandiosa “Los miserables” aún, me permito ofrecer una síntesis de este tipejo: tutor oportunista de Coseta, la hija de la pobre Fantina, hace de todo para ganar dinero, incluso ofrece a su hija mayor, en cierta parte de la novela, para que ejerza de meretriz y, para colmo, abandona a tres de sus hijos, uno de los cuales, tan tierno como una antítesis de su padre, es el pilluelo Gavroche.
Thénardier se actualiza en lo que esté a la moda; si el teatro triunfa en cierta parte de la novela como tramoya dentro de la tramoya, se convierte en autor de obras teatrales y, siempre mediante una carta bastante mal redactada y sin embargo llena de florituras dignas de cualquier autor de libros políticos sin licenciatura, pide adelantos a los benefactores que sueltan el pato antes de ver siquiera algo de su inversión hecha realidad; exige limosna, mas antes es hostelero y cobra hasta por un mondadientes usado; se vende al mundo como conocedor de lo que puede traerle recompensas económicas y se apoya como puede en alguna ideología para mamar de la ubre de lo que pueda dar leche. Todo un desgraciado, todo un personaje. Influyente futuro de maleantes de ficciones como las de Chester Himes (que reconoció su influencia directa), el señor Ripley de la Highsmith (“mejor ser un falso alguien que un verdadero don nadie”, parafrasea el actor Matt Damon en esa excepcional segunda versión al formato cinematográfico de “El talentoso señor Ripley”) o Wilmer Urrelo y sus “Fantasmas asesinos”, y sí, tenemos todos a nuestros Thénardieres, hoy en día, ocultos o bien maquillados, en muchas personas.
Thénardier, en la novela de Victor Hugo, se jacta de ser intachable, moral y noble, cuando en el pasado, su pasado antes de ser alguien y luego “cazado” por su mujer, saqueaba a los cadáveres de los conflictos bélicos franceses en esa coyuntura creada por Hugo. Piensa que el mundo es una vitrina y él, su pieza central: siempre ideal, porque se pinta como un tipo al que podamos admirar, sentir pena por él, o ayudarlo en sus “pasiones creativas”, y como ahora, desde las redes sociales, muchos pululan de la misma manera.
¿Quieren un identikit?
Apoyan a Rilda Paco solo porque está de moda, y ojo, son los primeros en ir al Carnaval o al Gran Poder y comparten la foto de aquello; pero cuando les conviene, ah, claro, ahí se rasgan las vestiduras por la “Cara bonita” de los Kjarkas; condenan sin saber todas las versiones de un suceso, como si apoyar a una tendencia (o a gente palomitera que usa el amarillismo para vivir) fuera una razón de ser; siempre saben qué opinar, están al tanto de todo porque se piensan como la cosa más bonita de esa vitrina virtual que ahora es el “ser alguien” desde las redes sociales, y claro, no debaten: cuando alguien les pregunta el por qué dijeron esto, que fundamente “por favor”, se enojan e insultan solo por hacerlo, afirmando, con su palabra ante la ley, que son dueños de una verdad incuestionable.
Hay excepciones, claro, como en todo: algunos usan la sorna y hasta se divierten al hacerlo; pero los Thénardieres actuales están listos para tomarlo todo en serio, muy virus millenial, de hecho: “Eres una persona despreciable” dicen como último recurso, antes de eliminar el contacto y hasta bloquearlo, y no sin antes condenarlo para los demás.
Victor Hugo sabía que su Thénardier sería necesario para ver lo malo de todos nosotros como especie; lo creó, como si fuera una predicción mucho antes de Orwell sobre la naturaleza humana, apendejada por aparentar, y nos lo muestra en “Los miserables”; de seguro sería otro Varguitas si estuviera vivo y le preguntaran qué opina sobre las ideologías actuales y su influencia en el consumo de lecturas literarias.
“La literatura es una forma de profundizarnos en el hecho, de mostrarnos lo que la sociología, la historia o la psicología no pueden mostrarnos directamente”, diría él, casi como lo dicen muchos autores, desde Rodrigo Urquiola hasta Claudio Ferrufino.
Y por supuesto que sí: si Victor Hugo viviera, sería enemigo acérrimo de los Thénardieres actuales, les juro.