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Los Sin Huella

Angélica Guzmán Reque

La novela Los Sin Huella, de la escritora Gaby Vallejo es una novela social. un alegato en favor de una clase desposeída de derechos e identidad, pero también del destino de una clase social, un destino que no juega porque los alcanza. Imposible pretender huir, tampoco pretender darle la vuelta, porque los resultados contrarios son la desgracia que vive unida al cuerpo, a la razón, a la mente. Así como Juan Rulfo escribe en favor de la clase desposeída en México, Gaby Vallejo, lo hace en nuestro país, en la situación de vida y la desgracia generacional.

La novela está dividida en varios capítulos, (38 en total). Cada uno con un subtítulo interesante que es asumido por un personaje que vive desde una existencia vana, una desgracia que la lleva pegada a su misma piel y no le importan las consecuencias nefastas a las que, es conducido, o manejado desde los hilos invisibles de su propio titiriteo. Narrada desde tres voces literarias, un juego literario que la hacen única e interesante que, unidas al lenguaje metafórico y del uso del estilo del flashback nos van insertando con hechos presentes e históricos de la realidad social de nuestro acervo cultural.

De acuerdo al diccionario de la RAE, la palabra huella significa: “Rastro, seña, vestigio que deja alguien o algo”, a más de tener una serie de significados, desde el punto de vista de una realidad circundante. De tal manera que, “sin huella” se deduciría como una persona que no posee huella alguna y, en plural, como indica el título, sería toda una población humana que no posee rastro de existencia, una población que vive sin trascendencia, peor sin importancia.

Dice Sigmund Freud; “Hay una historia detrás de cada persona. Hay una razón por la que son lo que son. No es tan solo porque ellos lo quieren. Algo en el pasado los ha hecho así, y algunas veces es imposible cambiarlos…” en la obra Los Sin Huella, Gaby Vallejo, retrata a personas que forman parte de nuestra sociedad que viven ausentes a la mirada de esa misma sociedad que no los toma en cuenta, sino solo desde la injusticia social y política, pero si tomamos en cuenta lo que Freud dice y corrobora la ciencia psicológica  ¿qué hay detrás de cada uno de esos seres que están ahí, mostrándonos su propia miseria?

Y, todavía me pregunto ¿por qué sin huella? Que sería la antítesis del significado de la huella o vestigio que todo hecho o realidad de vida deja impreso por donde pasa, sin embargo, los personajes de la obra, si bien tienen un nombre, pero no tienen identidad: Juana Apaza, puede ser cualquier persona, el Viejo, “forastero”, “lindito”, no tienen identidad personal, identitaria porque representan a todos los que sienten, pero no viven en el país porque son “los millones que pueblan los cerros que rodean las ciudades y  transitan  por las barriadas pobres. Los que ingresan sin nombre a la historia y son la historia del país” como dice la autora.

La novela se inicia con un cuerpo de “hombre – niño” que arde hasta convertirse en cenizas, ante la mirada de hombres, mujeres y niños, unos solo atestiguan con horror, otros con saña y rabia, azuzan sin compasión, sin “¡Piedaaad!”  que son los gritos de horror que parecen ser desoídos, dice la autora: “Le insultaron, le patearon, golpearon con palos temiendo al demonio y a Dios.” Es una turba enardecida y enceguecida. Es una imagen que queda grabada en la mente de muchos los que presenciaron e intervinieron, claro está con repercusiones personales y socio culturales posteriores.

Este inicio tendrá desenlaces en toda la obra, entre la gente que asistió a ese acontecimiento, nefasto y desgraciado para los que mediaron de manera directa. Llevarán consigo la maldición y la población, que es adicta a las supersticiones, lo relaciona con esa culpa que los persigue a todos y cada uno de los habitantes y, mucho más cuando una mujer de negro llegó hasta el lugar y se dice que: “Lloraba. Era el aullido de una loca, de una dolorida, de una madre que buscaba lo que quedaba del hijo. (…) Algo oscuro había llegado al barrio. Los gritos de la mujer entraban a las habitaciones por las rendijas, por todos los huecos.”

Y ¿quién es esa mujer que llora sin consuelo, a cuyo paso, inclusive parecía que “se veían moviéndose las cenizas”?  esa mujer es Juana Apasa, madre del joven quemado inmisericordemente. Es aquella niña que vivió con la pobreza que le calaba el frío de Oruro, pero con la alegría del amor de su madre que la inscribió en la escuela, haciendo que “esa idea le hizo crecer a la niña una ulala de alegría en el corazón. Así que, cuando llegó la época escolar a Juanita Apasa, la escuela le llenó de letras, números, voces, uniforme de gimnasia, desayuno escolar, profesoras, amigas.”, un alborozo porque tenía la predisposición de amar lo que veía y sentía porque “Su alma estaba abierta a recibir la vida” porque los libros estaban abiertos a sus inquietudes porque “se quedó repleta de rumores internos que le susurraron los cuentos de hadas, de príncipes, de monstruos, de miedo.” Su ser estaba inquieta de muchas preguntas, que se quedaron sin respuesta porque, repetía “solo quiero estudiar el amor” y qué encontró en ese amor que le inquietaba, solo el desdén y el abandono. Se quedó sola con el hijo recién nacido. Una costumbre arcana, muy frecuente entre nuestra población. Tuvo el amparo de la madre, pero el desprecio del padre, ausente, sí, pero con la consabida posesión del macho que grita, pega, castiga y ampara el duro trabajo de su tierna edad. Era el “lindito” y no se supo más de él. Tampoco le fue bien con el segundo el “forastero”, otro hijo más del abandono, del machismo, del destino incierto. Dos hijos que crio con el estigma de la orfandad y la desolación, de la miseria, mientras Juana Apasa, no encontraba sosiego porque nos dice Hermann Hesse: “su espíritu no se hallaba satisfecho, el alma no estaba tranquila, el corazón no se sentía saciado. Las abluciones no eran buenas; no lavaban la sed del espíritu, no tranquilizaban el temor del corazón”, porque los miles de preguntas que se hizo, hasta llenar las páginas de un cuaderno, jamás fueron respondidas, no supo jamás cómo vivir, cómo responder, primero al hambre que acosaba a su familia, porque aquella capacidad de interés por la vida, de aquella niña que “Es que nació con  pies de  Pispirila, le gustaba  caminar, bailar, ir a curiosear todo  lo que pasaba por el barrio y en la escuela.” Ya se alejaron, porque su vida le muestra que debe recordar “sus pies fríos y mojados cuando llegaron a Oruro”, así como John Hessin Clarke, abogado de los derechos humanos, dice Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor salta por la ventana

Otro de los capítulos menciona al mito de la Hidra, altamente relacionado con la desgracia, la maldición que se cierne y se apodera del lugar, que son hilos de telarañas que no se detienen y que se enraízan y surca caminos subterráneos hasta emerger en un espacio abonado por la miseria humana. Una Hidra que no desapareció porque los fragmentos de su última cabeza que fueran arrojados al agua, no murieron fueron convirtiéndose en cerebros y latieron al unísono, con hambre de venganza y maldad. Dice la autora: “De los otros tantos, animales furiosos que sacaron su demonio de fuego.  La Hidra del cerro le vio partir… Sobre todo, cuando se contaba, en voz baja, que el hilo de la venganza había corrido otra vez, bajo la tierra, para llegar al siguiente.” El eterno infinito de que nos hablaba Borges, que no acaba con la muerte de uno, sino más es la continuidad de otra que renace.

Son capítulos relacionados con la violencia social con el comportamiento de este grupo humano que, en cierto punto parece ser víctima de su propia violencia que derivan hacia el pesimismo sin sentido. Son aspectos de la condición humana, temas como el amor “El Lindito traía amor. Traía aquella fuerza extraña que le hizo pensar que eso era el amor.”; el sufrimiento, “Y ahora, este dolor de un hijo con las manos manchadas con sangre, te cerca de maldiciones y sufrimiento.”; la muerte, “desconocidas razones por las que una joven fue asesinada a cuchilladas”; el fracaso, “El “Lindito” la dejó cuando supo que estaba cargando un hijo. y desapareció del cuarto y de su vida” y muchos más temas que circundan nuestra historia como maldiciones como las guerrillas “Sólo él se enteraba, de su inocencia, de la maravillosa emoción de haber sido un guerrillero, un pequeño e ingenuo guerrillero, pero auténtico.

La autora hace uso de la segunda persona para dirigirse, de manera personal y acusadora a la protagonista, a Juana Apasa, para decirle “Juana Apasa no encuentras el llanto. (…) La sangre del corazón de madre huérfana es más fuerte. Alguien te señalará dónde y a quién preguntar. Tu llanto es suficiente. Juana Apasa, JUANA APASA. JUANA APASA.” Y eleva la voz porque ¿Es la madre? ¿Es la mujer? Quién es más culpable. Podemos repetir con el gran escritor y Premio Nobel José Saramago: “Nos faltan todavía muchas palabras para que comencemos a intentar decir quiénes somos y no siempre daremos con las que mejor lo expliquen.” 

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