“Puente” (Lt pons o pontis), es un sustantivo multívoco. Con 18 definiciones según la RAE. La primera: “Construcción de piedra, ladrillo, madera, hierro, hormigón, etc., que se construye y forma sobre los ríos, fosos y otros sitios, para poder pasarlos”. Todas las definiciones declaran su función conectora de un objeto o punto con otro.
“Puente” tiene significados metafóricos desde los umbrales de la historia. Mitológicos. Recogidos en tradiciones orales. Guardados en fuentes escritas por mano de artistas de la palabra. Formando literatura. Desde la íntima creatividad del espíritu humano, en explosión de libertad.
Bernardo Souvirón en “Thálassa: el puente invisible que conectaba la Antigua Grecia con el Egeo” dice: “los griegos veían el mar como un camino vital para el conocimiento y el futuro. El misterioso puente acuático que, a pesar de los vientos violentos y las implacables olas, se revela como un sendero seguro hacia la identidad helénica”. Puente subjetivo. Para los vikingos, el mundo de los mortales, Midgard, se conecta con el de los dioses, Asgard, a través de un puente arcoíris, camino resplandeciente según refiere Rodrigo Ayala en “Bifröst, el puente arcoíris de los vikingos que une Midgard y Asgard”. Su nombre proviene de “bil”, “momento”. Puente efímero.
Un texto disponible en hikingartist.com propone que “los puentes son una forma habitual de salvar las distancias, tanto en los paisajes como entre personas, entendimientos, diferencias, opiniones y culturas…”. Para la Asociación de Mujeres por la Paz Mundial “el puente es símbolo universal, símbolo de tránsito, de rito de pasaje, de búsqueda, de conexión. Un puente nos lleva desde una orilla a otra (…) siempre”.
La vida es hacer puentes. Caminar por ellos. Para bien y para mal. Es que hay puentes inútiles. No conectan nada. Se recorren hacia ninguna parte. No sirven para superar obstáculos. Incluso perjudican. Hacen daño. No en vano han sido asociados con presencias diabólicas en relatos antiguos. De muchas culturas distintas.
En uno de sus diálogos con Mefistófeles, el Fausto de Goethe le pregunta por qué una bruja debe ayudarle a preparar la pócima necesaria a su rejuvenecimiento. – “¿No puedes preparar tú mismo la pócima?”. El diablo responde: – “Vaya un bonito pasatiempo. Mientras yo podría construir un millar de puentes”.
En nota a pie de página, el editor de la obra apunta: “En diversos países existen leyendas que atribuyen al diablo la construcción de puentes que, por tal razón, son llamados puentes del diablo. Recordemos la leyenda del acueducto de Segovia”. La leyenda refiere el pacto de una aguatera con el diablo para que éste hiciera el acueducto a cambio de ella entregarle su alma. Los datos disponibles en la red Internet dan cuenta de una lista (incompleta) de más de sesenta leyendas como la de Segovia. Una de ellas, en Potosí.
Al diablo le gusta encargarse de hacer puentes… Y hay quienes le entregan a cambio sus almas.
En casos reales de puentes no ejecutados pero sí financiados; sobre ríos inexistentes o en pueblos inventados; costosos, caídos por mal hechos… Un puente en la Chura Tarija, millonario. No conecta nada. Inservible. Modus operandi corrupto y despilfarrador populista, celofán de dictaduras. De toda laya.
Otro, en proyecto impuesto por el MAS, de $us 300.000.000, sobre el estrecho de Tiquina. Agustín Echalar lo califica de “Un puente sin sentido (Los Tiempos, 31/12/2024): no beneficiaría; perjudicaría a los habitantes de las orillas del estrecho que viven sólo de trasladar a personas y cosas en pontones y lanchas por el lago Titicaca. Dice Echalar: “La propuesta de la construcción del puente en el estrecho de Tiquina muestra varias de las falencias de un gobierno y de un partido político que nunca tuvieron claras las prioridades económicas del país (…). Una combinación de políticos demagogos y técnicos ya sea ineficientes o subyugados nos ha llevado a la creación de elefantes blancos y a derrochar dinero sin más”.
Hay que impedir que el diablo haga puentes. Salvando almas, además.
Pero, hay puentes indispensables. Partiendo del claroscuro de nuestro pasado desde la Hispanidad que fundió nuestras fuentes primigenias en el mestizaje que somos hasta la conversión de nuestra potencia en acto para alcanzar las metas más altas jamás soñadas. Conectando el bagaje de resistencia y lucha contra la opresión acumulado desde nuestros antecesores con la recuperación efectiva de la democracia para construirla, de verdad y en serio, con todas sus cualidades. Uniendo las individualidades únicas e irrepetibles, iguales en dignidad, derechos y deberes, en un inmenso fractal de fraternidad donde los valores comunes enlacen intereses y opiniones plurales para la derrota del totalitarismo. Olvidando la lógica del menor esfuerzo y del premio consuelo poniendo la vara muy alto para alcanzarla y superarla, una y otra vez.
La piedra fundamental de los puentes que necesitamos es nuestra victoria democrática en 2025. Será el único homenaje verdadero al bicentenario de la República de Bolivia.