Es legítimo el relato de quienes critican a Podemos, en España, y al MAS, en Bolivia, por su comportamiento contradictorio si sus actos, como estamos viendo, no guardan relación con su discurso. Eso, que en cualquier parte del mundo se llama incoherencia o hipocresía, es una debilidad moral, la peor amenaza que enfrenta hoy la nueva izquierda iberoamericana.
Me refiero puntualmente a la compra de un chalet por parte del líder podemista Pablo Iglesias y a la construcción de la “Casa del Pueblo” que incluye una suite para el presidente Evo Morales —y, se aclara desde el Gobierno, para sus sucesores. Aunque es de público conocimiento que el actual mandatario no tiene intenciones de entregar las llaves de “su” nueva morada.
Ambos casos, por supuesto, presentan matices que paso a comentar.
Iglesias se hizo de una casa de 660.000 euros (la cifra no importa; la menciono para que noten cómo se contradice el dirigente español), después de haber criticado televisivamente a los políticos “que viven en chalets, que no saben lo que es coger el transporte público”. Tres años antes, inclusive, había señalado en Twitter a un ministro así (la citada contradicción): “¿Entregarías la política económica del país a quien se gasta 600.000€ en un ático de lujo?”.
Morales, por su lado, se apresta a acomodarse en un edificio de 34,5 millones de dólares, concretamente en un piso de 1.068 metros cuadrados con sauna, jacuzzi y sala de masajes, entre otras comodidades —dicen desde el Gobierno— para que pueda descansar. Esto tras haber vivido en carne propia las carencias del mismo pueblo que embelesado por su humildad y su capacidad de superación lo llevó al poder. Un dato: Los niveles de pobreza han bajado en el país, pero continúan siendo preocupantes (36,4% según el INE).
Si bien Iglesias y Morales tienen en común el haber llegado a donde llegaron oponiéndose a las viejas élites políticas y económicas, es bueno discernir que la situación del español y su chalet en las sierras madrileñas no es la misma que la del boliviano y el nuevo y discordante Palacio de Gobierno en inmediaciones de la Plaza Murillo. Pablo y Evo se parecen, pero no son lo mismo y, por lo tanto, es injusto exigirles lo mismo.
Pienso que Iglesias tiene derecho a comprarse un chalet del precio que le plazca, mientras pueda pagarlo, y no creo, como muchos a los que he leído, que una persona de izquierdas no deba vivir de manera —digamos— cómoda, si así lo desea. El de Podemos paga su chalecito con su dinero, además. Eso sí, tendría que cuidar mejor sus palabras y no incurrir en la demagogia de situar a los pudientes en el bando de los “malos” por vivir en barrios cerrados, ni olvidarse candorosamente del refrán que dice: “el que escupe para arriba…”.
De Morales, por el contrario, pienso que no tiene derecho a descansar en un piso con la suntuosidad descrita someramente, considerando las necesidades del país. A diferencia de Iglesias, él conoce por experiencia propia lo que es la pobreza y no hace bien en defraudar a sus congéneres desheredados cambiando su sencillez por fastos de la decadente aristocracia.
No son lo mismo, Iglesias y Morales, aunque moralmente ambos deban su comportamiento a los principios de sus respectivos partidos. Los dos se encuentran bajo el paraguas de una ideología —por lo menos en la prédica— de izquierdas que en los viejos tiempos solían diferenciarse de las derechas fascistas y fatuas. Ninguna ideología se merece la traición de la deshonestidad, ni menos su descrédito por unos cuantos malos ejemplos.
No son lo mismo, Iglesias y Morales, pero, ambos cada vez más a gusto con la impudicia política, se han ensoberbecido y han ido configurando, como seña, la falta de correspondencia entre discurso y accionar. No veo fácil de revertir el desengaño moral, el jaque en el que se han puesto solos, de cara a sus futuros compromisos electorales.