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2018: desafíos del segundo semestre

Dicen que un alto funcionario de una isla experta en tener una dictadura por decenas de años a nombre del pueblo y   ser admirada por   millones de revolucionarios en el mundo habría afirmado que en Bolivia Evo Morales no tiene por qué  preocuparse. Bolivia no ha llegado a los niveles de descomposición económica, social y política de Nicaragua y Venezuela. Es más, de llegar a esa situación, estos dos países demuestran que igual se puede seguir manteniendo el poder. Por eso decir que Evo está desesperado es un equívoco. Él tiene aún lo que tenía Chávez: magnetismo en clases medias juveniles y empatía étnica con sectores como El Alto, que haga lo que haga, siempre le perdonarán. Y en general, en todo el país, a la hora de las definiciones electorales o de gobierno el pueblo sabe que entre la nada y Evo, mil veces es preferible Evo.

Pareciera que esta argumentación es la que guía al Gobierno. Convencidos de ello, han decidido meterle sin contemplaciones a neutralizar a los posibles opositores y a defender al régimen a como dé lugar. Todos pueden caer menos la oligarquía   creada y enquistada en el poder durante estos 12 años. El ejercicio del poder al máximo para aplastar a los enemigos del proceso de cambio y el cinismo in extremis, los asaltos al erario público en las licitaciones, pasando por los robos en Banco Unión,   hasta terminar en el asesinato del estudiante de la Universidad Pública de El Alto (UPEA). Todas las neuronas del Gobierno al servicio de mantener el poder.

Mientras, en el lado opositor las cosas no terminan de cuajar. Siguiendo el libreto del Gobierno, les ha venido encuestitis y narcisismo in extremis. Todos se creen la cereza sobre la torta. Y uno se pregunta ¿de qué torta? Cada uno cree que sumando uno u otro acompañante la comida está servida. También uno se pregunta, ¿qué comida? Todos hablan de unidad, pero unidad en torno a sí mismos. “Nos uniremos ¡apoyame!”, pareciera ser la consigna de cada uno.

Los idílicos de las encuestas ponen también lo suyo al predicar que el mejor candidato de la oposición sería un ángel alado que caiga del cielo, que sea virgen de las cochinadas políticas, que sea joven, empático, que jamás mienta y que nunca haya tenido que ver con los males del pasado. Idealismo puro y paralizante. La política se hace con lo que hay.

Por supuesto que uno quisiera tener un novio millonario, honesto, inteligente y con un físico tipo Batman, pero lo cierto es que uno se enamora con lo que se encuentra en la vida y con el que te hace feliz:   “No es perfecta, más se acerca a lo que yo simplemente soñé”, dice Pablo Milanés.

Sigo convencido de que el desgaste político del régimen es su talón  de Aquiles y que esta realidad los llevará a que no haya elecciones y nos salgan con la fórmula venezolana de la Asamblea Constituyente o algo similar. Éste es un escenario, pero tampoco se debe descartar el electoral, ya para octubre del 2019, como estaba previsto, o para abril del 2019.

Revisando encuestas, a la pregunta de cuáles deberían ser las cualidades del próximo presidente, me encuentro que la mayoría, en orden, coincide con cuatro atributos: 1) que tenga capacidad profesional para resolver los problemas del país; 2)  que conozca las necesidades de las personas; 3) que sea un líder firme; 4) que sea honrado.

En definitiva el país está buscando un o una   líder de clase media (eso de que un indio va a sacar a otro indio no pega); una persona letrada (ya no más improvisados), que, dicho en términos populares, tenga los cojones para solucionar los problemas del país, y que sea honrado.

De esta manera, la oposición haría bien en dejar de hacer y ver más encuestas, y ponerse a trabajar desde la ciudadanía y desde sus partidos en la conjunción de voluntades. La resistencia y acumulación del 21F debe convertirse en alternativa de poder y por ello todas las acciones que hagan de aquí en adelante debería estar coordinado entre partidos y ciudadanos.

Este accionar conjunto, con los líderes que hay y que están emergiendo,   los va a llevar, hasta finales de año, a conformar una red de liderazgos en torno al bien común que los aproxime a lo que la gente en realidad pide y no sueña. La confianza entre líderes políticos   se debe restituir.

¿Qué paso con el G6? La confianza entre partidos y ciudadanos se debe trabajar y consolidar. Muchas de las victorias que arrinconaron al régimen desde el 2016 fueron gracia a esa buena relación. Los ciudadanos deben entender que   política se hace con organización, pero   también los partidos deben entender que   sin ciudadanos son una ficción.


Iván Arias Durán es ciudadano de la República de Bolivia.
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