“Las fuentes oficiales siempre mienten, a no ser que se demuestre lo contrario”, cuentan que solía decir el periodista polaco Ryszard Kapuscinski durante las lecciones de periodismo que ejercía sin pretenderlo en sus reportajes, que no solo contaban una historia, sino que eran en sí mismos una escuela de este oficio. Lo decía quizá con un tono de broma, pero también muy en serio. Lo que quería este reportero glorioso –intuyo, presiento, analizo, sospecho– es enfatizar en que las fuentes oficiales –cuando deciden hablar– casi siempre hacen declaraciones de situaciones que ellas quieren informar, marcar la agenda a los medios, dar a conocer sus logros y las obras que han construido con la plata del pueblo. Y en estos tiempos, peor. Cuando quieren hablar, lo hacen a través de un tuit: en escasas palabras, sin la oportunidad a que el reportero le pregunté: ¿por qu
Entre ese ramillete de verdades un periodista siempre deberá dudar. Dicen que el mismo Kapuscinski contó que una vez un ministro de un país en conflicto armado dio una conferencia para decir a los periodistas que los militares habían desarticulado una protesta social de manera pacífica, sin víctimas ni sobresaltos. Pero ‘Kapu’, que estaba ahí, no se tragó el cuento y caminó varios kilómetros para comprobar si lo que había dicho ese ministro era cierto. Se encontró con heridos y atormentados porque la fuerza pública había utilizado sus armas para desbaratar la protesta. Por eso, los lectores nos están agradeciendo que caminemos por nuestras calles y las calles de los otros, que nos mandemos a cambiar para hacer preguntas, para no dejar de sorprendernos jamás y que volvamos al escritorio de siempre para desandar los caminos, para ponernos a narrar.
Una vez, hace muchos años, cuando yo estaba en Chapare (Cochabamba) cubriendo uno de los muchos bloqueos de carreteras que orquestaban los cocaleros cuando gobernaba la derecha, en uno de los pueblos bloqueados, mientras almorzaba y miraba el noticiero de la tele, vi que un ministro le decía al país que ya no existía el bloqueo y que se había logrado convencer a los cocaleros a que desistan de su medida, que buscaba evitar que se erradiquen los cocales. La mentira quedó en evidencia con los despachos periodísticos que enviamos a nuestras redacciones centrales al caer la tarde, porque el interior de Chapare era un polvorín y los camiones varados en los bloqueos formaban una serpiente enorme.
No se trata de satanizar a las fuentes que manejan información pública. Se trata de que el camino para buscar la verdad no esté lleno de piedras tiradas desde las ventanas del poder. Se trata de entender que la información es un bien de todos y darla a conocer es tan importante como ir en busca de ella.