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Lo más visible es la ceguera

Maurizio Bagatin

“Creo que no nos quedamos ciegos, creo que estamos ciegos. Ciegos que ven, ciegos que, viendo, no ven” -José Saramago-

El mundo es ciego. Frente a nosotros y frente al mundo mismo, es un espejo cóncavo, sin libertad, sin transgresión. Y lo más visible es la ceguera.    

“La oftalmóloga me dice que es la edad (pienso entonces que uno empieza a ver menos, de lejos o de cerca, o ambos y así ver menos de lo que veía antes, cuando se supone, veía mejor…), y me alcanza unos lentes chiquitos que me hacen recuerdo a Pessoa, sentado en su lecho de muerte, pidiendo a uno de sus innumerables heterónimos, sus gafas…”.  

La justicia es ciega, la fortuna es ciega, el onanismo conduce a la ceguera, y luego las tinieblas o el infierno, y siempre el que no quiere ver, el peor ciego; el tuerto que es el rey entre los ciegos. El topo, no lo de Marx por supuesto, y el murciélago, mitos de ceguera animal.   

Escribir con los ojos cerrados… el ciego Homero, el que se encegueció para quedarse en el sueño, y así dar inicio al mythos, a toda la literatura que hubo y a la que vendrá; la gran poesía, me enseñó el profesor, es profética… recuerdo al profesor Aldo Scarpis entrar en aula, con su infaltable cigarrito MS aún encendido, liberarse de su chalina escocesa, mirarnos fijos y recitar a memoria La Ilíada o La Odisea, y nosotros en la edad del burro, escuchando sin oír nada, olvidando aventuras y nombres, los dioses y Helena, esperando solo el timbre para escaparnos… y un nuevo día, la Eneida con esta nueva lectura, el ser ya distinto, diferente, y los dioses con su actuar familiar a nuestros días, a los que el cristianismo impuso y a mi memoria, de un Cesar ya Dios, abriendo el camino a Dante y a nuestra madre lengua…

Y Tiresias, enceguecido por mirar desnuda a Atenea, recibe el don de la clarividencia… y él le dijo a Liríope que Narciso viviría hasta muy tarda edad a pacto que no se conociera a sí mismo, que no se viera nunca. O tal vez porque sostuvo que las mujeres durante la relación sexual tenían mayor placer que los hombres: “De diez partes un hombre solamente goza de una”. Fantasía de la mitología. Sueños hechos con los ojos cerrados, sin mirar, sin ver nada más que lo más visible…la ceguera. El sueño ciego de Homero, si existió, el de Milton que construye un poema narrativo de diez mil versos, sin ver la amada, sin ver las palabras, sin conducirla a su lecho de envidia y de honesto peregrinar, la piedra o el mármol, el pergamino o la hoja, porque cuando soñamos, todos somos ciegos…

Y un James Joyce que escribió en su ceguera legal, dejando signos tan criticados, errores ortográficos, símbolos y semiótica…mirando en el vaso de whisky, una amada y Trieste, siempre su Dublín ausente frente sus ojos miopes… tal vez porque su epos reconoció la falta de aquella palabra, ciego, que los griegos no conocían, o porque la luz era, ¿cómo en Milton?, el génesis de una fábula profética, la voluntad de ser ciego, frente a todos los espejos, a los de Borges, a la imposibilidad de ser ciego de Bataille; toda la gran poesía visionaria, aun antes los maudits franceses; ahí, haciendo minuciosa la memoria y el recuerdo, olvidar todo lo visual y desarrollar los otros sentidos…en una musicalidad visual, la poesía.    

Es inútil que el ciego quiera ver el sol porque quien compone espera la noche, el silencio, las estrellas y la luna y su Musa… el cantar y no ver, el no ver y recitar, el cerrar los ojos y soñar.

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