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Liberalismo y conservadurismo… ¿ideologías contrarias?

En algunos momentos de la historia, como la Ilustración o fines del siglo XIX y comienzos del XX, el liberalismo fue una doctrina política totalmente contraria al conservadurismo. Pretendía liberar al individuo de una especie de colectivismo o tiranía religiosa en los que la Iglesia y los reyes lo habían sumido. El liberalismo estaba en las antípodas de aquella ideología que pretendía conservar el Estado teocrático o ciertos privilegios de la nobleza y la casta sacerdotal. En palabras simples, mientras que el conservadurismo era la “derecha” (la ideología de los privilegiados), el liberalismo era la “izquierda” (la ideología de los descontentos y hasta de los revolucionarios). Ayer, los conservadores eran quienes querían reyes y los liberales radicales, quienes pretendían —como Fouché— incluso una especie de comunismo. Pero todo en la historia cambia y lo que hoy es negro mañana puede ser blanco. Y lo que ayer fue de izquierda hoy puede ser “la derecha”.

Las redes sociales, que en los últimos años se convirtieron en arena de disputa política, muestran objetos de estudio dignos de análisis. Algunos de ellos son los comentarios de liberales que debaten con sus adversarios. Y en ellos suelo leer a liberales que sostienen que “no se puede ser liberal en lo político, pero conservador en lo moral”, pues el liberalismo sería uno solo y se aplicaría para el individuo de manera literal (es decir, liberándolo) en todas las áreas en las que aquel actúa, sean estas corporativas, familiares o políticas.

Sin embargo, habría que recordar que cada fenómeno ideológico responde a una determinada circunstancia histórica, a una serie de factores materiales e ideológicos de un momento, y que se aplica en consecuencia. Concretamente, me refiero a que el liberalismo de ayer, que básicamente luchaba contra la Iglesia, no puede ser el mismo que el de hoy, que básicamente lucha contra el Estado planificador y el colectivismo progresista, insuflados por las izquierdas. Su objeto final, la libertad individual, sigue siendo el mismo, pero sus matices ya son otros. Sus principios fundamentales —preservar la libertad individual, la vida y la propiedad privada— son los mismos, pero creo que algunas características del conservadurismo, ayer denostado, pueden ya formar parte de él.

A lo que pretendo llegar es a que ciertos fundamentos del conservadurismo, en el más noble sentido de esta ideología, pueden en la actualidad no ser necesariamente contrarios a la preservación de la libertad humana, como sí lo fueron ayer. De hecho, hoy, cuando en el mundo se percibe una dispersión de las familias, una modernidad líquida que nos sabe a poco, una inestabilidad laboral e institucional y una aceleración de todo lo que nos rodea, y que al parecer nada de eso nos está llevando a ningún lugar, pretender conservar ciertos valores, tradiciones y pautas morales y de comportamiento resulta razonable y liberador, pues la modernidad tardía nos muestra que aquello que pretendía ser progresista y “liberador” en realidad no liberó al individuo, sino que lo alienó, lo dejó sin sentido existencial o incluso lo esclavizó. Consecuentemente, conservar tradiciones familiares, instituciones que vienen de muy atrás, ciertos aspectos de la tribu, ciertos valores de la religión y la vida en comunidad, ciertos patrones estéticos y artísticos o la misma vida humana, no parece ser opresor o esclavizante, sobre todo hoy, cuando millones de personas se dan cuenta de que la razón liberadora, el postmodernismo y las izquierdas no dieron al ser humano aquella libertad que prometía hacerlo pleno.

Así, cabe cuestionarse si realmente el liberalismo y el conservadurismo no pueden tener algunos nexos o convergencias en la actualidad. No nos engañemos: los nuevos debates sobre el aborto, las drogas, el uso de armas de fuego, la eutanasia o el transhumanismo plantean debates muchas veces encarnizados (y necesarios) y escenarios futuros no necesariamente liberadores para el hombre ni necesariamente felices, lo cual denota que un liberalismo a ultranza, acrítico o dogmático no sería realmente liberador. Para contener tales avances de la razón instrumental y la degradación de la naturaleza humana, y así llegar a una libertad ordenada, plena o, en realidad, más próxima a nuestros ideales humanistas, el liberalismo puede, creo yo, echar mano sin problemas de los fundamentos del buen conservadurismo y proseguir su marcha.

Ignacio Vera de Rada es politólogo y comunicador social

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