De todos los riesgos que enfrentamos en nuestro país, uno de los más atroces ha ido creciendo y prosperando sinuosa y sigilosamente, a pesar de los momentos en que se ha expuesto a la vista de todos, enseñando su ferocidad.
El mutismo se ha roto unas cuantas veces en los últimos meses y ha sido reemplazado por un rugir que crece, dejando secuelas de heridos, desplazados y por lo menos un muerto, mientras fiscales, jueces, policías y autoridades nacionales, incluyendo ministros, alargan procedimientos, estiran plazos y hacen todo lo que está a su alcance para, finalmente, hacer nada.
Primero ha sido en “Las Londras”, o en Pailitas que, para una gran mayoría de bolivianas y bolivianos, suenan tan lejos e inaccesibles que llegan a parecer irreales, allá en algún lugar próximo a los bosques de Guarayos, donde las peleas se han hecho irrefrenables y han empezado a acompañarse de la exhibición y el uso de armamento
Poco después, del mítico territorio del Parque Madidi nos han llegado el retumbar de explosiones de dinamita con que bandos enfrentados se disputan las riberas y el lecho de nuestros ríos, para saquear oro, al mismo tiempo que los emponzoñan con químicos como el mercurio, del que hoy ya somos el segundo importador mundial.
En tierras cruceñas, una amplia y detallada investigación de Gonzalo Colque y Alcides Vadillo, en nombre de la Fundación Tierra, ha puesto al alcance de todos información colectada concienzudamente, que permite entender las raíces y el desenvolvimiento de lo que está pasando en una de las regiones más golpeadas por el crecimiento del tráfico ilegal de tierras, de lejos el mayor y más traicionero de los negocios ilegales, que se ha expandido incontenible durante los últimos quince años.
En su libro “Territorios indígenas enajenados: El furtivo mercado de tierras de la TCO Guarayos”, publicado en marzo de este año y que está al alcance de cualquiera que descargue su edición gratuita en PDF, vemos transcurrir ante nuestra vista el desgarrador testimonio, en voces de sus protagonistas, de un despojo descomunal, donde traficantes y víctima se entremezclan en un negocio que empieza con transacciones a razón de 100 dólares por hectárea, que se multiplican por veinte y más veces, en los sucesivos pasos del negocio.
Lo que falta por saber en detalle, es qué proporción de estas tierras arrebatadas a los territorios indígenas, a tierras fiscales, a nuestros bosques y reservas naturales, termina finalmente en manos de inversionistas extranjeros, cuya presencia e influencia crecen sin cesar.
Las grandes y rápidas ganancias que generan riquezas casi instantáneas, explican las miles de personas implicadas -comunidades íntegras que se movilizan- y el ascenso del uso de fuerza que llevó a la aparición de grupos armados que secuestran e intimidan, hasta masificarse en destacamentos de unas doscientas personas, capaces de ahuyentar a poblaciones enteras, como ha ocurrido en Pailitas, hace apenas unos días.
Que el poder se detenga cuando le conviene y calcule para obtener los máximos beneficios políticos, mientras adormece con sus declaraciones, es una rutina tan vieja y conocida que, sensiblemente, a nadie sorprende y menos espanta.
Esta deliberada ausencia cómo es que está tomando cuerpo, en Guarayos, el Madidi, la Chiquitania, en Chapare y otras regiones la multiplicación de comandos civiles armados, en transición a hacerse mayores, con capacidad creciente de disputarle al estado el monopolio del uso de la fuerza.
Lo peor y más complicado, es que las noticias, en principio dispersas, sobre este nuevo tipo de violencia, empiezan a familiarizarnos con situaciones en que se mezclan lo social y la crónica roja, involucrando a una creciente cantidad de expresiones y organizaciones sociales de tipo empresarial y sindical, entremezclando a patrones, trabajadores, indígenas, campesinos y una amplia variedad de colonizadores, dispuestos, aparentemente, a emplear todos los recursos, incluyendo la fuerza abierta, para hacer prevalecer sus intereses y el hambre de sus bolsillos.
A quienes, el pueblo y la ley, han encomendado que detengan en seco, sin demoras ni excusas, la germinación de comandos y milicias, no pueden hacer nada, porque están consumidos en encarcelar, condenar y juzgar (exactamente en ese orden) a tres peligrosísimos manifestantes -“de esa calaña”- que portaban escudos y…petardos. ¡Imagínense ustedes!