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Las embajadas extranjeras no son ya una opción segura

En esta columna decidí no flagelar (mucho) al MAS. Primero, porque hay un montón de escribidores que siguen en ese tren, y soy más bien alérgico a las aglomeraciones. Segundo, porque suficiente tienen Evo y los suyos con el azoro de su caída y el consecuente síndrome de abstinencia de poder. Y, finalmente, porque el concurso de quién es más rudo -ahora- contra el MAS tiene un no sé qué de olor a leña de árbol caído, y entre mis aptitudes no está la de leñador, aunque no me faltarían razones.

En todo caso, yo sí esperaba, iluso, que Evo, a la vez que admitía en Buenos Aires el “error” de la reelección, agradeciera a la distancia -con gesto compungido, si bien tardío- a los columnistas que machacamos que por su sed reeleccionista, Evo acabaría por desnucarse. De ahí que sea una injusticia que los columnistas nacionales no estemos en el radar de afectos de Morales. Paradójicamente, él se desbarrancó por oír a su coro de súbditos, en lugar de leer de vez en cuando la sección de opinión de la prensa local. Ni sus amigos porteños le dieron a Evo consejos semejantes, y eso que aparentan saber mucho y dan clases.

Pero me he detenido de puro vicio y contra mi designio inicial en las desdichas de Evo y su menguante corte de jenízaros, cuando hay asuntos más imperiosos. Por ejemplo, que el horizonte no anuncia pactos que den paz y certeza, por mucho que nos gusten y sean moralmente superiores a la vendetta perpetua, al menos para los que raramente festejamos la primacía de halcones, gavilanes o buitres, hablando desde la perspectiva de la ornitología.

Intentar acuerdos con la aristocracia masista fue fútil, dada su baja propensión a la convivencia con otros, que no fuera para que le hicieran de mayordomos. Y ahora no habrá pactos por culpa de los fríos incentivos de la demanda y la oferta; por ejemplo, el estado de ánimo del crecido electorado antimasista, que busca hoy el alimento que le procuran los halcones.

Encima, el MAS no ha muerto, pese a su jefazo, su lengua, sus cortesanos y su mal candidato presidencial. El MAS conserva un jugoso territorio de expresión simbólica, que las demás fuerzas se rehúsan a invadir. Tal vez por temor a parecerse al MAS, pero el hecho es que nadie se anima, por ejemplo, a inventar una derecha o centroderecha con indios, cuya presencia tenga menos tufo a coartada, adorno o a la promoción de tejidos, danzas y zampoñas. Hasta en el Partido Republicano y entre los demócratas del sur de los Estados Unidos hay un sinnúmero de personalidades de color que no se conmueven con la mitología de los Black Panthers.

Más bien que Evo se ha esmerado otra vez en colaborar a sus enemigos, imponiendo al candidato Luis Arce. La vía étnica que representaban Choquehuanca y Andrónico coincidía más con la lógica peronista de combatir a los rivales desde las fracturas del país, haciéndose fuerte en su mayor reducto.

Por su parte, los halcones de la derecha contemplan su glorioso presente, pero no imaginan cómo prevendrán la resaca en el mediano plazo, cuando los graves pecados del MAS sean sólo brumas en esta tierra hermosa, de memoria corta. La ruta del país no se definirá en las elecciones de mayo, sino en la siguiente década. Allí descubriremos si el 2019 inauguró un ciclo o apenas un veranillo.

Fracasado ruidosamente el maximalismo masista, entra en escena el plan inverso: extirpar de cuajo el proyecto masista. Es una suerte de “uribismo” a la boliviana, que desconfía del centro político como una debilidad propia de sillones mullidos y del estéril cotilleo intelectual.

Viéndolo con crudeza, es verdad que un orden no siempre se construye sobre la base de almibarados acuerdos de moderación. En este clima, incluso el único centrista con votos, Carlos Mesa, podría terminar gobernando sin más oxígeno que el refugio en la agenda dura o el uso de la fuerza, así le repela. Claro que, si fuera el caso y llegara el día en que el plan duro fracasare, sus cultores deberían prever un oportuno viaje al exterior. Las embajadas extranjeras en La Paz no son ya una opción segura.

Gonzalo Mendieta Romero es abogado

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