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La sharía, un viaje al medioevo

Después de algunos años volví a dar una ojeada al Corán para descartar algo que una primera lectura hizo convencerme de mi percepción intelectual que, más allá de mis intransigentes cuestionamientos sobre el centro de su doctrina, acerca de las concepciones sobre el respeto a la vida, tenía el profeta Mahoma. De hecho, aquel libro sagrado guarda encomiables paralelismos con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en ese y otros temas que tienen que ver con los derechos inmanentes a todos los hombres del mundo.

Entonces, no solo parece, sino que evidentemente existe una compatibilidad de principios que casi se funden, cuando de varios derechos humanos hablamos, entre el islam y la cultura occidental, y en la teoría ese carácter principista del Noble Corán (que efectivamente lo tiene) se replica en la Sharía que tiene aplicación en varios países fundamentalistas de la fe mahometana, de aplicación matizada en otros y sin vigencia en los que (como Turquía) rige una ley más bien secular. En cualquier caso, pese a la opinión de estudiosos de la religión, no ya únicamente la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sino, y lo que es peor, el propio libro inspirado en Allah tiene una deficiente exégesis.

Pero mejor entremos en materia. Abrigo la esperanza de que, cuando este texto sea publicado, Amir Nasr-Azadani, el futbolista iraní que en declaración abierta contrarió a la cultura de gran parte de la comunidad islámica, esté aún con vida, en tanto en cuanto sobre él pesa la condena judicial a la pena capital.

El Oriente Medio, que pretende, principalmente en Europa, orientalizar al occidente, y el occidente, que aspira a occidentalizar al Oriente Medio, libran un irreconciliable antagonismo respecto a muchas formas de ver la vida, a pesar de que en países de democracias avanzadas increíblemente esté vigente la pena de muerte. Así, las concepciones diferenciadas del derecho a la vida referidas a la legalidad de la pena de muerte que existen en algunos países (incluso liberales como Estados Unidos); la doctrina liberal, respetuosa a rajatabla del derecho a la vida, nace del individualismo que ensalza atributos como la independencia y la libre expresión del individuo, frente al colectivismo que da sustento a la ley musulmana (por lo menos a los de credo islámico que aplican la Sharía) que ambiciona el consenso grupal y los roles basados en categorías para ellos encontradas (hombres/mujeres, musulmanes/no musulmanes, etc.).

Ante el caso del joven futbolista, favorecido por la reciente celebración del campeonato mundial, me puse a meditar sobre la colisión entre las miradas del islamismo y las democracias muy desarrolladas (léase liberales) respecto al derecho, primero, de las mujeres, que para estas últimos es idéntico al de los hombres, pero ostensiblemente discriminatorio respecto a los varones en aquella religión. Luego, en los derechos a la libre expresión. Bien avanzado el siglo XXI, las vulneraciones a ambos derechos, es decir los de las mujeres y a la libre expresión, derivan en el más sagrado de los derechos, que es el de la vida.

Una vez más, me puse a reflexionar en la Afganistán de los talibanes, donde la instrucción escolar estaba vetada para las niñas, o en la prohibición a las mujeres, de salir de casa sin la compañía de un varón y su vínculo con la Sharía que, según su singular visión, tiene base en el Corán, pero que en realidad son los académicos religiosos quienes lo han instrumentalizado, normativizando en un cuerpo legal el mensaje que pretenden interpretar acerca de la revelación en que creen. “Enemistad con Dios” es el tipo penal que la Sharía contempla y habrían aplicado al desventurado Amir Nasr-Azadani, quien paga caro el atrevimiento de protestar por la muerte de Mahsa Amini. Y acá cabe puntualizar que la ley que se le aplica tanto al futbolista como a cientos de desgraciados rebeldes, ni siquiera es aplicada en su cabalidad. Hay una discusión inevitable entre la negrura de una ley, que es irreverente con los derechos humanos, y el amarillismo de quienes en países como Irán administran la justicia independientemente del delito que se endilga.

También escuché la reacción de algunas personalidades en el contexto internacional, pero ningún gobierno —entre ellos el nuestro— elevó una condena a semejantes actos de retroceso en la civilización.

El infortunio llegó primero a Mahsa Amini y ahora se pretende quitar la vida a quien, claro de mente y de conciencia, se ubica en el siglo XXI. Así se defienden los derechos de las mujeres y no con estupideces como el lenguaje inclusivo.

Augusto Vera Riveros es jurista y escritor

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