Maurizio Bagatin
Se encontraba Alicia en el país de las maravillas, comiendo papas importadas de un vecino país, llevando a su casa pan que estaba elaborado con harina producida en otro país colindante y tomando agua embotellada por una transnacional. Era el siglo XXI, la globalización estaba a nuestros pies.
Una infinita serie de atrocidades habían ocurrido en estos últimos años. Se podían aun reparar, siempre se puede, unos maquillajes aquí, unos repuestos allá, una repintada al escenario y se logra barrer bajo la alfombra roja todas las cochinadas que deja un gran festín, antes que las luces del día nos devuelvan la calma frente al aspaviento.
El botín había sido repartido solo en parte entre los comensales. Quedaban migas muy grandes que sustraer, y se podía siempre inventarse algo al hilo de la genialidad, para que el circo siga en vida y la torta igualmente mal distribuida. En ausencia de fantasía, se copia lo que hace el vecino, sin importar si es de otro bando, si no la piensa como nosotros, si es justamente el malvado vecino con el cual siempre peleamos. Maquiavelo sirvió, no fueron inútiles las horas de estudio de ciencia política.
Caminaba Alicia en el abandono de un país inventado. Escenas madres levitaban del suelo, solo fantasmas y las sombras de los fantasmas, alucinaciones diurnas y demonios en fuga de un atajo a otro atajo. La esperanza en una coartada.
Alicia lo sabe y va cantando Harvest Moon.
Ilustración de Rebeca Dautremer