La muerte como espectáculo

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Arturo Choque Montaño

Uno de los dilemas más antiguos del oficio periodístico se centra sobre respeto a la vida y a la dignidad humanas. Ocurre que con frecuencia las y los trabajadores de la información transitan de un lado al otro de la línea que delimita el derecho a informar, por ejemplo, sobre alguna desgracia, de la innecesaria exposición de las víctimas.

Este miércoles por la noche, de acuerdo con varios medios, el programa No Mentirás, que difunde la Red PAT, transmitió en directo la muerte de un enfermo, presuntamente con COVID-19, a quien un grupo de médicos y paramédicos trata de reanimar sin éxito, la transmisión duró casi media hora.

El asunto no tardó en incendiar las redes con un acalorado debate sobre si los periodistas responsables por la transmisión transgredieron o no las normas de la ética profesional. Mientras que, para algunos, al difundir las imágenes, los periodistas cumplían con el deber de informar sobre la crudeza la realidad sanitaria, para otros, la mayoría, fue el ejercicio de un mórbido voyeurismo colectivo y de una falta ética imperdonable.

Aunque personalmente me decanto por la segunda postura, creo que los periodistas no cargan solos con esta culpa. Imágenes como las de anoche no tendrían cuota de pantalla si es que no hubiese un público ávido por consumirlas. Lo grave entonces, es que la “falta” no es solo de los periodistas, se extiende a aquellos que consumen/demandan de los medios los contenidos de marras.

Si esto es verdad, entonces deja de ser un debate sobre el oficio periodístico para convertirse en una discusión sobre la clase de sociedad que estamos construyendo colectivamente. Entonces, corresponde a muy pocos subirse en el púlpito de la superioridad moral para pontificar al respecto.

Hace un par de años el tema fue objeto de análisis con mis estudiantes de periodismo. Aunque en principio había ideas bastante plurales sobre el tema, terminamos la clase con un acuerdo, construido colectivamente: Aunque el dilema deontológico esté presente siempre encorsetado en códigos de ética y hasta leyes, es al fin y al cabo, la calidad humana de los periodistas la que define cómo se trata la información cuando la vida y la dignidad humanas están de por medio.

Leímos, con respeto reverencial, lo que Ryszard kapuscinski nos legaba hace ya un par de décadas: “Para ser buen periodista, hay que ser buena persona”.