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La guerra llegó a Rusia

“Mambrú se fue a la guerra, no sé cuándo vendrá”. Si no fuese de tal dramatismo la situación hasta anotaría las carcajadas, “jajaja”. Antesala del “Mambrú ha muerto en guerra”. Dicen que Putin se esconde debajo de treinta metros de concreto en su refugio de las montañas Altai que atacaron con drones los ucranianos hace poco. Susurran que el general Popov, preso por el momento, marchará a Moscú y no se detendrá como Prigozhin. Hay caos en el Kremlin. Y miedo mucho. Es Rusia, región donde despedazan jerarcas, donde la modorra del pueblo se torna carmesí.

Trabajo en mi libro Escritos de la guerra de Ucrania. Los editores prometen que saldrá este año y así lo espero. Delgado, breve, anotado en cuartillas a ratos desesperadas. Yo debía estar allá desde marzo del 2022 y el zar desató la tormenta. He contemplado las hogueras en Belgorod ayer con satisfacción infante. Se adelantó la fiesta de San Juan. Solo falta poner chorizos sobre las brasas, untar el pan con mostaza y a comer. Ardía el sunch’u de la niñez a gran velocidad, el fuego efímero al que habría que dedicarle más de un texto. Es un libro que quiero por lo íntimo, lo tenaz, lo odiador, hermoso y cruel.

Pensar que miré el camino de Belgorod e imaginé un viaje circular, histórico e idílico, entre Ucrania, Polonia, Bielorrusia y Rusia. Ya nunca lo haré. Iría a Rusia a echar gasolina a la candela, a traerme un pedazo de la quijada del tirano para arrojarla a los perros. Porque además ella, la madrecita, carece de futuro. El Baikal pertenecerá a China, desde los Urales al Pacífico, y a nacionalidades que ya alzan la cabeza oliendo el desastre. La guerra ha llegado, cabalga la muerte desbocada buscando al victimario. ¿Quién podría estar tan loco para apoyarlo hoy? Los millonarios protegen sus millones, no les importa la corona de Nicolás I balanceándose en la calva de este burócrata, ni el excesivo vodka que babea el cocoliche de Medvedev. No dudo que les arda el rabo, saben lo que fracasar implica en Rusia. Y si por cierta ofuscación, que no sucederá, optaran por la opción nuclear, Moscovia habrá retornado al tiempo de las cavernas, sin mamuts siberianos para comer.

Mi libro, decía, que estará prologado por Gustavo Soto y preciosa contratapa de Olga Amarís Duarte, avanza. No sé cuánto vaya a durar la guerra; con optimismo, creo que termina este año, carroña calva al meadero. Veremos. Ando elucubrando si para octubre debiera yo estar en Lublín, posponer mi incursión al Asia Central por un tiempo. Ciudad llena de historia, palacio de los Visnovievski, que eran también dueños de Zbaraj, propiedad que perdieron en el alzamiento cosaco de 1648 y que fuera escenario de un sitio épico que con maestría describe Henryk Sienkiewicz, cuando Moscovia era lejano detalle. Hay quien afirma, y no sin razón, que a Rusia la hizo grande Ucrania en el momento que se acercó a ella para protegerse de Polonia. Amplió su territorio de manera impresionante. Pues, continúo, quisiera que este fuese uno de los últimos escritos de aquel libro. Acabará, supongo, así sea en ilusión, con el incendio de Moscú, el de 1612 y el de 1812, sin la confederación polaco-lituana ni Napoleón pero con consecuencias más devastadoras. De tal cronología salió no indemne sino poderosa. Esta vez, no.

Patiperreando Cochabamba, hallando ni rastros de lo que fue, escudriñando por el ojo de la cerradura la capilla del Señor de Willque, en la calle Calama, con casa del año 1555 reza un cartel, buscando entre las pollerías a la brasa y leña pasadizos que derivaban en la riña de gallos de la Antezana. En esa callejera exploración encuentro en diez bolivianos Todos los hombres del mundo son hermanos, de Raúl González Tuñón, poeta argentino. Impresiones de viaje por Moscú, Kiev, Leningrado, Pekín, Tientsin, Nanking, Shanghai, Hanchow, Praga, Lídice y una visión de Varsovia, subtítulo de la obra, 1954.

Libro bien comunista, pero me gusta González Tuñón y lo soporto. Loas al patrón georgiano, loas a los koljoses de Ucrania sin referencia por supuesto al Holodomor, a los millones de muertos por hambre gracias a la maldición soviética. Habla de la “bestia”, el nazismo, como debe hacerlo. Si viera el poeta que la bestia anda suelta de nuevo, que Putler (Putin/Hitler) camina como maniquí por alfombra roja, consciente, según, de su indiscutible grandeza. En Kursk, en las frondas de Bryansk comenzó a perecer Alemania; también él, allí, en Vovchansk, en Shopino, otrora turística y que hoy huele a parrilla avivada por misiles de crucero. Demasiados los comensales que querrán degustar un trozo del enano, mala carne con llajwa entra.

Visita Raúl González Tuñón a Ilya Ehrenburg. Describe su casa llena de Picassos, arte universal, arte popular; me hace pensar en Walter Benjamin y sus aficiones en Moscú. Ehrenburg es y ha sido uno de mis grandes referentes, sobre todo como cronista de su propia vida y de la historia. No tanto en sus novelas aunque siempre recuerdo con placer La conspiración de los iguales, Graco Babeuf…

Fotos de los guerrilleros de Vilna recibiendo al escritor. Su paso por España, su errónea aproximación al estalinismo. Inmenso, sin embargo.

Fuera de las reuniones partidarias, de ser invitado a lo que los comunistas querían que él y sus acompañantes vieran, habla a momentos de la hermosa Kiev, de las colinas, del majestuoso río. Menciona a Shevchenko, poeta nacional.

Ehrenburg nació en Kiev. “¡Y qué hermosa es Kiev! A orillas del Dnieper”, narra.

Hermosa, por cierto. Guardo fotografías, cientos, también de monumentos de la era soviética que no existen más, del arco que daba al río, de la lujuria de sentirme allí donde soñé. De recordar a Apollinaire: “Esa mujer era tan bella/Que me daba miedo”. Sorbo la amarga espuma de mi cerveza negra, en el sótano bar de la Saksahanskoho, para subir, algo mareado, hacia el Jardín Botánico, por la diagonal que lleva el funesto nombre del hetman Pavlo Skoropadskyi. ¡Cuán bella fue Kiev! Y lo será, mal le pese a la burda imitación del terrible zar.

Preparo la mesa con un recién abierto cabernet sauvignon del valle de Santa Ana, Tarija. Será fiesta con fuegos de artificio. A ver qué quema en territorio ruso Ucrania esta noche. Antes de fin de mes el puente de Kerch será un mal recuerdo. Dice The Economist que Crimea se ha convertido en “trampa mortal” para el ejército invasor. Poco me pesan sus muertos, quinientos mil o un millón, ni su juventud siquiera. Hay lecciones que tienen que ser aprendidas, el tiempo de los monarcas ya pasó. Que lo sepa su aliado el mandarín que por ahí de rebote le toca. ¡Qué bella era Kiev! ¡Cuán bella tú!

“Mambrú se fue a la guerra. Lo llevan a enterrar, con cuatro oficiales y un cura sacristán, jajaja, y un cura sacristán”.

Imagen: Maxim Kantor/The Rape of Europe, 2022

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