Alberto Hernández
1.-
Uno se pregunta: ¿Cómo es y cuánto pesa el silencio para que se convierta en evidencia, en la densidad de un fantasma en los oídos? Y uno sale despistado porque el silencio tiene forma y sí pesa y es capaz de convocar tantas palabras que se transforma en un motivo para que se escriba un libro donde habitan varias cortas historias, que han hecho del silencio la evidencia más perfecta de su perfección.
Quien no vea u oiga al silencio no tendrá evidencia alguna de las más redondas y maravillosas palabras que él, el silencio, esconde, porque el silencio es el útero de las voces. Sí, de las distintas voces que ambulan por el mundo buscando ese vacío para llenarlo. Y entonces aparecen los contadores de cuentos, los que escriben y hacen posible la maravilla del silencio convertido en fábulas, ironías, parodias, paradojas, metáforas, comparaciones, hipérboles, retruécanos, bisbiseos, relámpagos en miniatura, volcanes apagados en el ojo de una mosca. Y así, tantos milagros que el silencio es capaz de regalarnos. He allí la evidencia que Homero Carvalho Oliva nos entrega con este título con el que jugamos: “La evidencia del silencio”, publicado en Lima, Perú, por Quarks Ediciones digitales, Colección Máximo minúsculo 8, el pasado mayo de 2020, y con el que nos regocijamos, porque no hay una cuestión más agradable que leer sorpresas o sobresaltos en pequeño formato, en mínima expresión.
2.-
Homero Carvalho nos regala 15 cortos, como el café fuerte, donde los temas varían de acuerdo con la postura al escribirlos. Es decir, desde unos “origamis” que luego fueron matados furtivamente por unos desdichados, digo yo, que andaban realengos cazando animalitos, que de papel se hicieron reales. Y así se desprende nuestro autor a inventar cuanta cosa se le ocurre, porque de que tiene imaginación, la tiene, y para eso escribe, para hacernos la vida más llevadera. De esta manera nos deja cerca de Jorge Luis Borges quien logra ver el Aleph y prefiere seguir siendo ciego. Y así, el cura que sale de travesti a las calles y, quién sabe, es posible que haga milagros. Alejandro Magno, quien, sin ser Narciso, descubre que tiene al enemigo en el reflejo del agua de un pozo.
Cuántas cosas más no nos regala este narrador y poeta boliviano. Los títulos nos cuestionan desde nuestra inocencia: “Función”, al estilo Monterroso; “Ingratitud”, “Pachamama”, “Estatuas desveladas”, “Génesis 2:22”, “La última cena”, “Confesión”, “Decisión”, “El Bukór”, “El vacío” y “Manicomio”.
En ellos encontramos personajes de la mitología clásica griega, de la cultura aborigen aymara, bíblicos, vudús y hasta el ambiente donde la locura forma parte de una suerte de felicidad.
Y más.
Pues bien, estos micros de Homero viajan en los ojos y en la memoria. Son tan gustosos que no se despegan de quien los lee. Ah, pero por supuesto, como todo cuento que se precie de bueno, su dosis de maldad, un tanto silenciosa, para que la evidencia no se convierta en desdén.
Van los aplausos. Y que el silencio se evidencie como personaje ruidoso en estos magníficos sonidos.