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La escuela está llorando

Una escuela es una fragua de espíritus.
José Martí[1]

Yessika María Rengifo Castillo

Algunas escuelas en Iberoamérica no cesan de llorar. Los actos violentos hacen que los niños, las niñas, los adolescentes y las adolescentes, no regresen a la escuela porque son víctimas de un conflicto que hiere sus cuerpos o ciega sus vidas. Una herida que no comprende a los grupos subversivos, la polarización política, la desigualdad, la pobreza y el hambre, desbaratando un continente tan rico en diversidades, pero dejando sin voces, las sillas vacías del aula con un himno de lágrimas y porqués.

Es decir, que los pequeños y los jóvenes no pueden disfrutar de una armonía porque se sienten inseguros, en un espacio que es el fomento de sus procesos de enseñanza -aprendizaje como la escuela.  Recordemos que las escuelas son definidas así:

“Las escuelas deben ser lugares donde los estudiantes sean aprendices de una forma de vivir –de pensar, de sentir y de actuar-algo (…) que habrá sido ya practicado por los adultos de la comunidad escolar. Una vez esto se acepta, se sigue que quienes son responsables de la educación han de ser educandos con los mismos principios. Difícilmente podemos esperar que los maestros desarrollen esas actitudes en sus clases para que los alumnos las adquieran también, si los maestros no han sido formados en unas experiencias similares.” (Wells, 1993:2, en Lacasa, 1997:193).

Lo anterior indica que la escuela es un escenario de transformación sociocultural que no sólo implica procesos de enseñanza-aprendizaje de los educandos sino de los maestros también. Un proceso que les ayudará a ser sujetos críticos y propositivos de la nación y el mundo que habitan.

La violencia ha logrado que esa definición se esfume. Una violencia que no culmina ante la intolerancia de individuos que olvidaron o no pudieron educarse para la vida. Vida que implica la aceptación de seres humanos diversos ante contextos sociales, políticos, económicos y culturales, construyendo la madre tierra.

Ante todo, rectifiquemos la idea sabida de que la violencia según Lipovetzky (2000), es un comportamiento que debe entenderse como un tejido social. Tejido que se desarrolla desde los patrones histórico y sociales de las personas, logrando situaciones violentas que cuestionan el accionar de la escuela y hacen que su llanto no pare. Llanto que en pleno siglo XXI, no se ha podido detener ante mentes maquiavélicas o perversas, imponiendo unas posturas que no fomentan ni fortalecen avances sociales.

Con todo y lo anterior, la meta es que la escuela a pesar de las lágrimas que posee no puede dejar de soñar. Sueños que sigan consolidándola como el agente indispensable de cambios humanos o en palabras de Paulo Freire:[2]

Una de las tareas esenciales de la escuela, como centro de producción sistemática de conocimiento, es trabajar críticamente la inteligibilidad de las cosas y de los hechos y su comunicabilidad. Por eso es imprescindible que la escuela incite constantemente la curiosidad del educando en vez de «ablandarla» o «domesticarla».

Para finalizar, el llamado es a la escuela para incrementar un trabajo constante para culminar con acciones violentas desde posturas críticas y propositivas en los estudiantes y los maestros, una alternativa podría ser el uso del teatro.

Referencias bibliográficas

Lacasa, D. M.P. (1997). Familias y escuelas. España. Editores Visor.

Lipovetzky, G. (2000). Violencias Salvajes Y Violencias Modernas. En Lipovetzky, La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona. Anagrama.

Cibergrafia

Imagen tomada de: https://www.change.org/t/escuelas-publicas-es-419


[1] Fue un poeta y político cubano. Político republicano democrático, ensayista, periodista y filósofo, fue fundador del Partido Revolucionario Cubano y organizador de la Guerra de Independencia de Cuba. Se le ha considerado el iniciador del modernismo literario en Hispanoamérica.

[2] Fue un pedagogo y filósofo brasileño, destacado defensor de la pedagogía crítica. Es conocido por su influyente trabajo Pedagogía del oprimido, que generalmente se considera uno de los textos fundamentales del movimiento de pedagogía crítica

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