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La ciclovía

La reciente inauguración de la ciclovía en la ciudad de La Paz ha generado una serie de reacciones desproporcionadas. Me he preguntado estas semanas qué está detrás de las furibundas voces inquietas. Vamos por pasos.

El proyecto tiene varios años de planeación, primero estuvo en el despacho de Luis Revilla, luego se concretó en la gestión de Iván Arias. Quienes lo elaboraron fueron especialistas en movilidad urbana, fieles conocedores de las necesidades de transporte en la ciudad y de experiencias en otros lugares del planeta. Dicho bien y pronto: no se improvisó, participaron varios sectores –por supuesto los colectivos de ciclistas, pero no fueron los únicos–. Los recursos vinieron de la cooperación internacional, y la iniciativa forma parte de un plan global para pensar la movilidad en La Paz buscando que sea sustentable en el mediano plazo.

Lo anterior, no implica la ausencia de errores, de aspectos que mejorar, corregir, ajustar o replantear. Tampoco significa simpatía alguna con el alcalde actual, que todos sabemos es el peor de las últimas décadas y estamos contando los días para que acabe su gestión.

Los principales críticos han dicho que se ha intensificado el tráfico, que se quitaron estacionamientos, que se perjudica el comercio local y que La Paz no es apta para el ciclismo. Veamos. El tráfico en la calle 21 se ha deteriorado sistemáticamente hace varios lustros y nadie hizo nada. Es la confluencia de los peores vicios: las caseras han usurpado el espacio para exhibir sus productos –no hablemos de Navidad–, uno debe bajarse de la acera para caminar si no quiere tropezarse con sus mercancías –ni les cuento cómo pasan por esa cuadrita las personas de la tercera edad–.

Los minibuses han invadido cada centímetro desde la AvenidavBallivián, parando donde se les ocurre sin el menor respeto ni orden; los conductores se detienen en doble fila cuando se les antoja, como si no obstruyeran el tráfico; y para colmo de males, el peatón no respeta los semáforos al cruzar la calle. No, el caos de la 21 no es fruto de bicicleta alguna, es la confluencia de las lacras del comportamiento urbano que no hemos sabido ni controlar ni superar.

Con respecto a dónde dejar los autos, hay mucho que decir. Los paceños –especialmente los sureños– estamos tan mal acostumbrados que caminar una cuadra nos parece una gran hazaña. Actualmente se están habilitado espacios para que todos quienes quieran ir en coche, puedan dejarlo con comodidad en la antigua cancha de San Miguel. ¿Cuánto deben caminar los conductores? ¿150 metros más? ¿Es demasiado? La ciclovía no es responsable del tráfico, ocupa el espacio en el que estacionaban los automóviles que ahora pueden hacerlo a dos cuadras. En ese sentido, no añade un problema.

Por último, los comercios. Curioso que las tiendas se quejen de sus ventas –francamente dudo que les haya afectado, aunque no hay datos certeros–, en todo caso es la zona con mayor dinamismo económico, seguro que no terminarán pobres.

Se dice que La Paz tiene una geografía adversa, en parte es cierto, las ciudades tienen sus desafíos propios: en Europa el invierno es crudo, la lluvia intensa; en Ciudad de México la contaminación es espantosa, y sin embargo cada urbe sabe sortear sus problemas específicos para habilitar la bicicleta. Si bien algunas calles son demasiado empinadas –solamente un ciclista de olimpiadas se atrevería a subir la Belisario Salinas hacia la Ecuador–, el desplazamiento urbano sucede cotidianamente en microrregiones en las cuales puede haber rutas mucho más administrables para el ciudadano común. Toda la zona Sur tiene una pendiente moderada, no sería difícil, en especial para los jóvenes, ir a sus instalaciones educativas en bici. Si así fuera, el tráfico se reduciría, particularmente en horas pico. Lo propio con otras zonas de la ciudad (una buena parte de Miraflores, o la Avenida Arce, por ejemplo), ni hablar de El Alto que podría ser la ciudad ciclista por excelencia.

Pero quizás lo anterior no sea lo más importante, son detalles que se pueden discutir y mejorar. Lo preocupante es que hemos internalizado tanto la sociedad del automóvil que nos cuesta concebir en otras formas de transporte. En varios países se ha cambiado el principio de desplazamiento. París le apostó a la bicicleta hace tiempo y ahora la mayoría de sus traslados suceden pedaleando. Ni hablar de Ámsterdam. En México, en avenidas centrales como Insurgentes se ha dedicado uno de sus cuatro carriles a la bicicleta (y el otro al Metrobús), dejando sólo dos espacios para autos, y es una ciudad de incomparable magnitud. Colombia es el paraíso de las ciclovías. En todos los casos hubo reacciones adversas y poco a poco la población fue asumiendo como suyas esas rutas y disfrutando de sus beneficios.

Sin duda que entre los retos estará construir una red de transporte ciclista vinculado al transporte público, tener dónde dejar la bici en una estación del teleférico, del Puma, y combinar varias estrategias de viaje. La solución a los serios problemas de movilidad, al engorroso tráfico cotidiano, a la contaminación, es compleja y variada, pero seguro que si seguimos inyectando autos y más autos a todas las calles, como viene sucediendo hace tanto, La Paz estallará.

En el fondo, lo que está en juego es una manera de habitar en la ciudad, de desplazarnos en ella, de relacionarnos con la naturaleza y el medio ambiente, con la máquina, con el cuerpo. ¿Queremos la distopía de una metrópoli saturada, contaminada, invivible llena de autopistas inútiles, autos y bocinazos histéricos? O vamos hacia una urbe amable, respetuosa de la naturaleza, práctica y saludable. La ciudad sustentable, vanguardista y a escala humana está en el horizonte, si es que queremos ir hacia ella. La bicicleta no es el único camino, pero es una oportunidad para mejorar nuestra calidad de vida; es parte del remedio, no la enfermedad.

¿Puede una bici ser una opción para vivir mejor? Pedaleen, y encontrarán la respuesta.

Hugo José Suárez, investigador de la UNAM, es miembro de la Academia Boliviana de la Lengua.

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