Maurizio Bagatin
Ayer Alice Munro nos dejó palabras que están siendo arrasadas por el fuego. La casa del ser que fue construyendo hoy es humo que llega hasta el Illinois, más allá de Chicago. Historias cortas, cuentos que destilan las mil facetas de una vida. La llamaron “la Chejov canadiense” pero me gusta recordarla como una prolongación de William Faulkner, una continuación de Flannery O’Connor. Iniciaremos a leerla cuando su voz se ha apagado, quizás una reflexión tardía, una minúscula prueba que el tiempo es solo un parpadeo, un recorrer inútil, una fatua resiliencia. Demasiada felicidad son cuentos tan simples que su belleza está en la contemplación de la palabra, la casa del ser que Alice Munro fue arreglando durante toda su vida.
Otra casa es la de los oficios. El médico que debemos interpretar a través de su imposible caligrafía, cuando una simple aspirina se vuelve ácido acetilsalicílico. El “antiidioma” del lenguaje burocrático que fue insoportable por Italo Calvino; insoportable como la demagogia. Las palabras que salen de la boca de un abogado afín al poder son tristes, banales, llegando a verse hipnóticas por el débil y por las masas. Estas casas se construyen sin cimientos, mañana serán almacenes cargados de un aire irrespirable.
En la música popular se sufrirá la falta de Giovanna Marini, nada de folk, nada de Bob Dylan, el “canto popular” es la memoria y la voz de las comunidades italianas, de una comunidad que está saliendo del feudalismo y de la Segunda Guerra Mundial. Es la herencia de una cultura oral premoderna y anterior a la globalización, es la investigación, la búsqueda y la experimentación de todo este capital humano. Una casa del ser tan lejana a nuestro espacio actual y tan cerca a la poesía que hoy necesitamos.
La casa del ser es aquel espacio que no encontramos en nuestro día a día, en la timidez de las palabras ausentes, en el vocabulario violento de las imágenes, en la arrogancia de la descomposición de toda forma de poder y de gestión de la absurda democracia actual. Reencontrarla en el silencio, en el oboe que encuentra a Vivaldi, en la palabra que retorna a ser lenguaje: “Tu dici: / non ci sono parole./ Ma perché il seme, allora / e non il fruto / non ci sfiora / non ci aiuta a seminare ? / Ma perché il seme / sei tu e, allora / con te altre parole. / Sono parole importanti / piú importanti delle importanti / parole che é, allora / l’universo una parola”.