Homero Carvalho Oliva
¿Quién es?
No es nadie, solo soy yo
En estos días de encierro obligatorio recordé a mi maestro Homero, el griego, quien abrió la puerta de la literatura cuando dijo algo así como “que los dioses traman desgracias para que los hombres tengan algo que contar” y los escritores que trabajamos en soledad tendremos mucho que contar durante la cuarentena. Siguiendo a mi amado Fernando Pessoa, transmutado en Ricardo Reis, quien afirmaba que: “debe haber, en el más pequeño poema de un poeta, algo por lo que se note que ha existido Homero”, intentare contarles algo cotidiano pero muy importante para mí y es posible que para alguno de ustedes también, si así fuera sería una prodigio del universo.
Voy a cumplir 63 años y, cuando se viralizó la pandemia, el tema de la edad me golpeó con fuerza porque estoy en la franja de mayor riesgo para el contagio, con mayor razón si tomamos en cuenta que hace unos meses estaba en la sala de preembarque esperando un vuelo con rumbo desconocido que, por suerte para mí, se canceló. Entonces recordé un poema de Derek Walcott, “El amor después del amor”, que dice: “Un tiempo vendrá/ en el que, con gran alegría, / te saludarás a ti mismo, / al tú que llega a tu puerta, / al que ves en tu espejo/ y cada uno sonreirá a la bienvenida del otro, / y dirá, siéntate aquí. Come. / Seguirás amando al extraño que fuiste tú mismo. / Ofrece vino. Ofrece pan. Devuelve tu amor/ a ti mismo, al extraño que te amó/ toda tu vida, a quien no has conocido/ para conocer a otro corazón/ que te conoce de memoria. /Recoge las cartas del escritorio, / las fotografías, las desesperadas líneas, / despega tu imagen del espejo. Siéntate. Celebra tu vida”, así que estos días decidí celebrar mi vida con optimismo y con esperanza, aunque también con la certeza de que ya he caminado lo suficiente y ya no les temo a los monstruos, porque como dice Kavafis no los cobijo en mi interior, ni mi alma los yergue frente a mí.
El Libro del camino
En la década de los ochenta, leí el Tao Te Ching, libro escrito por el filósofo chino Lao Tse, hace como 2500 años; no le presté atención porque estaba sumergido en el mundo de las apariencias y me sentía vacío. En esa época, reconozco que lo digo con cierta nostalgia, bajo el influjo de una delirante bohemia, erré por la noche pensando que podía salir indemne de ella. Nadie sale ileso de la oscuridad y mi alma lleva las cicatrices de esas pesadumbres. Pretendiendo llenar mi vacío me juntaba con otros escritores a hablar de literatura y era bueno hacerlo, hasta que los diálogos se volvieron vanos y comenzamos a creernos más que otros colegas, la vanidad nos contaminó; algunos siguen soberbios. Allá ellos.
Una madrugada lejana un poema de Hazrat Inayat Khan leyó mi desesperanza: «Conocí el bien y el mal, pecado y virtud, justicia e infamia; juzgué y fui juzgado, pasé por el nacimiento y la muerte, por la alegría y el dolor, el cielo y el infierno; y al fin reconocí que yo estoy en todo y todo está en mi». Fue entonces que volví al Tao buscando encontrarme y comprendí que no hay camino más largo y difícil que hacia uno mismo; porque no hay cartografía que te guíe, la poesía se convirtió en mi brújula. En las páginas del Tao descubrí infinita sabiduría que me inspiró a escribir Diario de los caminos, un intento de hallarme en las palabras, en el poema. Dice Lao Tse: “Se moldea la arcilla para hacer la vasija/ pero de su vacío/ depende el uso de la vasija”. Lo mismo que nuestro hogar: “Se abren puertas y ventanas/ en el muro de una casa/ y es el vacío/ lo que permite habitarla”.
El vacío que yo sentía estaba ensombrecido con el hedonismo, por eso busqué el silencio, el mayor de los vacíos, para definir el contenido que habría de llenarlo. Lo fui preñando con mi familia, la literatura y la sociedad. Para armonizar mi espíritu me alejé de los supuestos amigos y de las cosas inútiles. De esto hace ya varios años y hoy, fortalecido, puedo estar y no estar con ellos, los veo y los escucho, pero ya no tienen cabida en mi alma. Intento liberarme de esas ataduras vanidosas y, desde hace años, escribo para mí, para mis amigos, para la gente que amo y para mis lectores, que son lo mismo.
Tao, también puede traducirse como la Conciencia primordial o el Creador. Uno de los poemas del Tao dice: “Quien conoce a los hombres es inteligente./ Quien se conoce a sí mismo es iluminado./Quien vence a los otros posee fuerza./ Quien se vence a sí mismo es aún más fuerte”; en otro párrafo afirma que “conocer a los demás es sabiduría/ conocerse a sí mismo es iluminación” y eso es lo que vengo intentando desde hace varios años, tarea nada sencilla porque el camino interior es el más largo y difícil de los caminos, a medida que divisamos la meta, esta se aleja y camino en el sendero que las palabras me han trazado, porque creo mi destino es el de mis palabras y por eso trato de convocar a las necesarias e imprescindibles.
Una epifanía
Hace unos días, miré mi casa como si fuera la primera vez, toqué la madera de las puertas y los muebles con mis manos desnudas, suavemente; luego recorrí los cuartos como si fuera una visita, fui redescubriendo los portarretratos y álbumes con las fotografías de la familia y los amigos, todos radiantes de vida en sus páginas; recordé las historias de cada uno de los adornos de la Amada; hice un inventario de quienes nos obsequiaron las pinturas que visten las paredes de colores, paisajes y rostros; pasé mis dedos por los lomos de los libros y abrí algunos de ellos, me sorprendí leyendo las hermosas dedicatorias que amigos escritores habían estampado en su páginas; ese era y es mi hogar, en cada rincón, en cada mueble está nuestra vida, la mía y la de mi familia, incluidos nuestros perros y gatos.
De pronto tuve una revelación, la poesía seduce a los fantasmas de las palabras y los revela en una indiscreta epifanía, el sueño de la siesta de esa tarde se hizo evidente y la voz de la chamana movima, que me hizo nacer de nuevo en el vientre de un animal, se escuchó nítida en mi piel, que es lo profundo del cuerpo, la frontera con el alma, me dijo: “tienes que ir completando tu viaje despojándote de todos los reconocimientos, premios y distinciones que has recibido en tu vida, eso es una carga muy pesada para tu viaje cósmico” y así lo hice, busqué un cajón, el más grande y fui metiendo en su interior, estatuillas, trofeos, pergaminos, diplomas y premios; los había de todos los tamaños y formas, en diversos materiales ya sean plásticos, madera, bronce, mármol y vidrio; mientras lo hacía hice un repaso de mis actividades culturales y de la bondad de la gente e instituciones que me los otorgaron: pese al tiempo y la distancia les agradecí nuevamente a cada uno de ellos porque, en su momento, significaron mucho para mí, levantaron mi autoestima; luego les expliqué en voz alta, como si estuviera hablando solo, como un loco frente a sí mismo, que había llegado la hora de guardarlos y de olvidarse de ellos, que ya habían cumplido su misión conmigo y que mi espíritu necesitaba liberarse de esa carga que encadenaba mi ego con la vanidad. Reconocí que era un paso más en mi lucha por liberarme de las ataduras de la egolatría, lucha que me ha hecho abandonar muchas actividades de la farándula cultural y literaria para tener más tiempo para mí mismo y para los seres que amo y me aman, como los que están leyendo en estas circunstancias tan especiales que, pese a la distancia que debemos guardar por el riesgo del contagio, nunca habíamos estado tan cerca de nuestra humanidad, de nuestro espíritu solidario. Los humanos somos seres contradictorios, el virus nos alejó, nos hizo tomar distancia de los cuerpos, de la calle, del trabajo, de los espacios públicos para mostrarnos que solamente unidos podemos sobrevivir como especie. Tomar distancia para unirnos de nuevo. Tal vez sea un mensaje de la Madre Tierra y de la Divinidad.
El reencuentro
El camino más difícil es el camino hacia uno mismo, no existe cartografía posible y la poesía me ayuda a encontrarlo, porque cada vez que nos internamos en las profundidades de nuestro interior más oscuro se torna el ambiente. La filosofía me ayuda a hacer las preguntas precisas y la poesía a responderlas. Son ya varios años que estoy caminando hacia mi alma y ahora sé que mi alma puede soñar con mi cuerpo, y aunque mi cuerpo quede sedentario, mi alma seguirá siendo nómada. He reconocido que la voz interior que me acompaña desde mi niñez, cuando la creía un amigo imaginario, lo hará para siempre y ella me ha enseñado a verbalizar el sustantivo esencia para “esencializar” la palabra. Me he apropiado de mi espacio, he encontrado mis raíces y una renovada melodía me despierta por las mañanas, ahora sé que pertenezco a los que me aman. Las palabras fueron el viaje y la poesía el retorno.
Ahora puedo decir que no me sentaré en la puerta de mi casa a ver pasar el cadáver de mi enemigo; puedo asegurarles que seguiré el ejemplo de mi Tíamadre Hermancia, hermana de mi abuelo Leónidas, y como ella me sentaré en una mecedora de mimbre a saludar a los vecinos y a esperar que pase algún viajero para que me cuente cómo es su gente, cómo son sus montañas y ríos y verlo sonreír cuando le pregunte por la mujer o el hombre que ama.
Así que, estos días de distancia y de soledad, sin ningún temor, mírense al espejo y ámense como nunca lo habían hecho; si viven solos o acompañados arréglense o desarréglense para ustedes, pónganse su mejor vestido o camisa, desnúdense si quieren, rocíense de sus mejores perfumes, si así lo desean no se rasuren o no se peinen, no se pongan ropa interior, nadie los verá o úsenla sabiendo que se sienten bien de usarla; limpien sus cuartos y acomoden sus camas para ustedes sin importar que a la hora esté otra vez desacomodada. Ámense, porque para dormir el sueño eterno tendremos toda la eternidad.