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La anfibología de la palabra “pueblo”

Al final, ¿qué es pueblo?, ¿quiénes son el pueblo?, ¿para qué pueblo gobernar? A veces pienso que el problema que divide hoy a los bolivianos, eso que determina la polarización pasa, esencialmente, por la falta de acuerdo sobre la noción de “pueblo”.

Para definir la relación de un gobierno con sus gobernados, si estos se atribuyen a sí mismos la categoría “pueblo” con significados diversos, imprecisos o encontrados, es obvia la conveniencia de establecer primero de qué hablan cuando hablan de pueblo.

Cuando los opositores con sigla partidaria —y los ciudadanos asumiendo un rol de actores políticos en las calles: el “poder civil”, según Grocio—exigen al Gobierno que cumpla su palabra de “gobernar obedeciendo al pueblo”, le piden que escuche a todos. En su concepto de pueblo cabe la población entera; no lo restringen a ese pueblo oprimido que vindica el MAS. Así, mientras para los del MAS gobernar escuchando al pueblo es hacerlo atendiendo a los más necesitados, para los demás debería ser atendiendo a todos. “Pueblo” para unos es una cosa y para otros, otra. Al final, pueblo polarizado,¿quién tiene la razón?

Como siempre, depende del cristal con que se mire. Apartándonos por un momento de la disputa con sesgo ideológico que sobrevuela en este tema, hay registros de la lengua que norman el habla y provocan—a veces lográndolo y otras no— el entendimiento entre todos. El Diccionario de uso del español de María Moliner (cuyo original data de 1966) tiene una definición muy sencilla y sabia para pueblo: “Conjunto de los habitantes de un país”.

Desde el punto de vista del neomarxista Laclau, “pueblo” no es la totalidad de la comunidad sino un núcleo social con menos privilegios que otro y con demandas/deseos. Está ligado a la identidad (popular), deriva de populismo y ostenta la hegemonía (gramsciana) emergente de particularidades respecto a una universalidad. El pueblo, según él, tiene una contraparte enemiga —que queda fuera del pueblo. Ergo, el pueblo contra el otro: no-pueblo.

Zizek, otro posestructuralista, critica a Laclau y le responde que el populismo tiene el germen del fascismo. Y no se equivoca si nos detenemos en el paradigma la launiano de una hegemonía que se construye a partir del líder carismático, representativo de las demandas del pueblo, sobreponiéndose a las decisiones soberanas de este.

Aterricemos en Bolivia. A principios de los 2000, mientras crecía la imagen de Evo Morales, “pueblo” era una masa de gente humilde y batalladora que se ubicaba en un lugar contrapuesto al gobierno de turno (neoliberal), estableciendo una relación contestataria con el poder. Estrictamente por esto último, el pueblo que ahora se reivindica como tal desde las clases medias y altas urbanas no se diferencia de aquel otro porque se opone al gobierno de turno (antineoliberal). La noción de pueblo de esta manera pierde en ideología pero se ensancha —ya no contiene únicamente a los pobres—y recupera su cualidad de contrapoder.

Más allá de los deslizamientos de significado que parten de los diccionarios y recalan en las diferentes interpretaciones de la teoría sociológica, la CPE boliviana es clara en sus artículos 3 y 7: pueblo somos todos.No obstante, la anfibología de este vocablo en una sociedad politizada y polarizada como la nuestra es natural. Y tiende a serlo su manipulación en tiempos como los que corren, de abundante deshonestidad política y de afanes desinformativos. La posverdad está tocando las puertas del pueblo.

Hay un esfuerzo intelectual por encontrarle un sentido positivo y otro negativo al concepto de pueblo. En nuestro medio, so pretexto de sujeto colectivo de la política, uso y abuso de la categoría pueblo en tanto se le concede un utilitarismo degradante. El “pueblo” sirve generalmente para confrontar: no es un término que aglutine, que una o acerque; el pueblo se enrostra para recordar al otro que existe, y que está siempre del lado que no es el suyo.

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