Bolivia sigue siendo un país racista pero esta característica no es lo que más resalta, sino la persistente incapacidad para impulsar el cambio, con el fin de dejar atrás las peores prácticas que nos anulan como país y sociedad. El racismo se expresa en todo ámbito. De los sectores de clase media hacia los migrantes indígenas, de éstos hacia las clases altas y el ambiente socio-cultural desata múltiples conflictos que terminan en variados resentimientos. Por esto todavía está firme en la memoria el llamado Viernes Cacería de Carroña del año 1998. Parece el título de una película o un documental del National Geographic pero, en realidad, fue la expresión más viva de la despolitización juvenil y la irresponsabilidad frívola de las nuevas generaciones antidemocráticas.
El verbo cazar puede utilizarse para describir una acción humana o animal. La carroña, a su vez, caracteriza a las aves de rapiña, extraños seres que se alimentan de restos putrefactos. Sin embargo, la Cacería de Carroña bautizó, en mayo de 1998, a una competencia organizada por jóvenes de uno de los colegios más caros y selectos del país: Calvert (American Cooperative School). En la “cacería” se cometieron abusos apedreando discotecas, casas, causando violencia y escándalos. Todo con el fin de ganar puntajes en una competencia sin sentido. En el itinerario delincuencial del concurso, figuraba inclusive la profanación de tumbas, el maltrato de animales, propinar golpizas a cholitas, policías e inclusive violar a muchachas vírgenes.
¿Cuál fue la carroña en este caso? ¿Las víctimas de aquellos jóvenes ensoberbecidos, o estos mismos se convirtieron en bestias al provocar semejantes acciones? Los hijitos de papá, bien vestidos y en automóviles costosos, dieron a entender que podían sumergirse en la animalidad para nutrirse de algo maloliente: el delito. La democracia y el respeto de un sistema de derechos, no existían para este tipo de jóvenes, sino que únicamente destacaban sus vicios egoístas, aunque revelando también un enorme espíritu despolitizado. La despolitización en Bolivia es una característica especial: negar la democracia, la política y cualquier alternativa de cambio social, debido al predominio del individualismo, junto con la lógica de élites sectarias, sin ningún tipo de compromisos con la patria, la Nación o las instituciones.
La policía detuvo, en aquel entonces, a una pandilla de clase alta: hijos de gerentes de bancos, altos jefes militares, empresarios de conocidas importadoras de vehículos y miembros de representaciones diplomáticas como la Embajada de Estados Unidos. El debate en torno a aquéllos delitos sacudió la opinión pública, quien abiertamente repudió los hechos, motivando también diversas reflexiones sobre la juventud boliviana: sus gustos, tendencias, concepciones e identidad que, básicamente, giran en torno a las conductas sin ideología y sin valores porque los jóvenes están más subordinados a convicciones líquidas que cambian constantemente, despreciando todo ámbito público y sentido de comunidad.
Uno es producto de su entorno social. Las clases sociales se sostienen de aquello que ya está previamente reforzado en la estructura social. Los jóvenes reproducen los patrones de su clase o estrato, utilizando instrumentalmente aquello que ya estaba establecido con anterioridad: privilegios para unos, restricciones y pobreza para otros. En Bolivia, para nadie es una sorpresa saber que los ajustes estructurales experimentados desde 1985, provocaron niveles de desempleo masivo, austeridad fiscal, contracción de los ingresos familiares, desigualdad económica, pobreza acentuada con niveles de miseria en las áreas rurales del sur de Bolivia. Pero sobre todo, las condiciones de la economía de mercado fomentaron el impulso del empresariado privado que se convirtió en un actor central del desarrollo, por lo menos en teoría, suprimiendo la vieja intervención estatal en la economía. Los hijos de las clases altas se desarrollaron y continúan desarrollándose gracias al mercado, al desperdicio y el acicate del dinero. Por esto constituyen, precisamente, un actor juvenil sin otra perspectiva que beneficiarse de lo material y el consumo irrefrenable.
La clase alta no sólo tiene a su favor condiciones políticas y económicas internas de superioridad, sino también externas: patrones neoliberales de acción y un mercado mundial que contribuye a imponer sus reglas de juego desde las estructuras institucionales de los organismos internacionales de dominación global. Los grandes bloques económicos en diferentes continentes son el más poderoso aliciente para los empresarios arriesgados, debido a las inigualables oportunidades de inversión transnacional. Sin embargo, el riesgo y la posibilidad de tener mucho dinero, también se ligan a los prejuicios que la gente joven disemina sobre la política, una función y actividad considerada inútil y, a lo mucho, una opción para beneficiarse en lo personal sin ningún criterio para construir una comunidad cohesionada. El daño más profundo infligido por la economía de mercado fue haber transformado todo esfuerzo en una lucha encarnizada donde los fundamentos de la vida siempre son transables por dinero.
Muchos empresarios bolivianos se benefician de la economía de mercado y, actualmente en el siglo XXI, casi todos los sectores de la banca privada influyen enormemente en los diferentes gobiernos por ser receptores de créditos, concesiones estatales y debido al poder que detentan cuando transmiten la idea donde la riqueza se transforma en el espíritu absoluto de nuestra época.
Otros, aun cuando no posean una empresa o intereses económicos, son parte de la élite política. Con cargos ministeriales, diplomáticos y parlamentarios se convierten en otro estrato aventajado. Los hijos de las élites económicas y políticas convergen en una inmunidad no sólo social, sino también institucional, al aprovecharse de sus privilegios para pasar por alto las normas. Esta conducta destruye la relación de los jóvenes con la política porque convierte al mundo en un escenario donde manda el capital y la democracia es sólo una imagen formal carente de contenido.
Muchas prerrogativas que la clase alta consigue permiten también que sus hijos jóvenes tengan asegurado cierto futuro. Si bien muchos prefieren estudiar una carrera universitaria en Bolivia o el extranjero, saben que un título profesional no es prerrequisito para su cómoda instalación en el mercado de trabajo. Simplemente esperan heredar los cargos ejecutivos en las empresas de sus padres, aprovechar las relaciones políticas y vincularse con embajadores o funcionarios internacionales para ascender socialmente la escalera de trepadores y arribistas que marca, como un distintivo, el rostro de la juventud de clase alta.
Su conducta está teñida de arribismo, irresponsabilidad con la sociedad y opulencia. El atuendo o los bienes materiales son mucho más importantes junto con una sólida chequera para impresionar. No se esfuerzan para nada porque esperan que todo les llegue de la manera más fácil. Las fiestas y reuniones en grupo, como en cualquier otro estrato social juvenil, también son el medio ambiente de la juventud acomodada. Sin embargo, es aquí donde radica un rasgo específico: sus privilegios se confunden con la despolitización, pues creen tener licencia para cometer cualquier fechoría sin conexión alguna con una responsabilidad social. La imagen de patria o Nación, actualmente se ha evaporado en la gente joven y mucho más en las clases altas.
En sus actitudes destaca la superficialidad: imitar modas y estilos de vida europeos o norteamericanos. Las ventajas económicas que poseen, permite practicar este estilo de vida. Sin embargo, detrás del tótem de un auto último modelo y junto a la billetera bien llena, se esconde una conducta que reniega del orden social, despreciando a los demás. La discriminación no solamente apareció cuando la policía trató con guante blanco los delitos, a diferencia de la represión violenta hacia pandillas de la ciudad de El Alto o las laderas de La Paz, sino en el momento mismo de los hechos.
Aquellos mozalbetes elegantones buscaban ganar puntos golpeando y asustando a seres humanos que, según ellos, representaban carroña. Se habló de violaciones perpetradas a cholitas. El objetivo era iniciar sexualmente a algunos jóvenes quienes, asimismo, filmarían su odioso acto. A pesar de no haber pruebas al respecto, si el río suena es porque piedras trae. ¿Es mentira que algunos adolescentes, e incluso adultos, abusan de algunas cholitas púberes que trabajan como empleadas domésticas?
Muchos padres de los jóvenes acusados intentaron defenderse con argumentos de tolerancia liberal y pidiendo disculpas públicamente. Discúlpenlos, son muchachos que sólo trataban de experimentar nuevas emociones. Esto fue un pretexto pues nadie reconoció que todos aquellos jóvenes debieron haberse responsabilizado por sus acciones ya que se daban cuenta muy bien de lo que hacían.
La libertad individual y la capacidad de elegir que todas las personas tienen para hacer cualquier cosa, está íntimamente relacionada con la capacidad de responsabilizarse por las consecuencias de los actos. Esta es una ética de la responsabilidad que señala, al mismo tiempo, los límites que deben colocarse al poder, económico o político, junto con la necesidad de cumplir con la normatividad para regular cualquier conducta, sea de las clases altas, medias o bajas. Esta ética es una actitud política pero si los jóvenes exacerban su búsqueda de placer y egoísmo individualista, entonces la despolitización hace su ingreso borrando las perspectivas de cualquier ética responsable.
Aminorar la gravedad de los delitos cometidos y esconder nombres, como hicieron los padres cuando el escándalo se hizo público aquel año 1998, fue simplemente una forma de evadir responsabilidades. Primó bastante la influencia de importantes funcionarios de Estado y embajadas para amenazar a la misma policía. Algunos miembros de ésta quisieron, asimismo, extorsionar tratando de obtener alguna ventaja de la clase alta y, súbitamente, todo el problema se nubló de corrupción, manipulación y un tráfico absurdo de privilegios.
Costosos viajes, discotecas, piscinas atemperadas, partido de fútbol en un club privado y un buen masaje. Así siguieron su camino los jóvenes de élite que cometieron dichos delitos. La gran lección aprendida por todo el país después de aquel estúpido Viernes Cacería de Carroña fue la siguiente: madurar significa corromperse. Los adultos quieren que los adolescentes maduren al precio de corromperse y de participar en la podredumbre del mundo adulto: extorsión, manoseo de la ley y gozo ciego de altas influencias. A esto se agrega la despolitización que desbarata la convivencia democrática.
Los padres de aquellos chicos del colegio Calvert fueron, en el fondo, quienes parodiaron, solemne e inconscientemente, la vida de sus hijos adolescentes. En realidad, las grandes personalidades políticas, diplomáticas, empresariales y militares, se congelaron para siempre en la tentación de disponer de personas y eternizar la discriminación. Como los adultos no podrían hacer un concurso al igual que sus hijos para comprobar su superioridad, entonces fueron los adolescentes quienes inventaron el mundo de la élite.
Nadie es inocente. Toda la juventud realmente crea la realidad, la introducen en el mundo adulto y cuando los jóvenes se convierten en adultos, solamente viven esa pálida copia de su imaginación juvenil, recordando su irresponsabilidad que, probablemente, se transformará en prejuicio reforzado y en actitud antidemocrática para perpetuar el racismo.
Esto nos conduce a una importante situación: muchos de los problemas del crimen de cuello blanco y de la relajación de la moral pública, del vicio a alto precio y del desvanecimiento de la integridad personal, son problemas de inmoralidad estructural que conducen al fin de la comunidad política y la permanente despolitización.
Con la llegada de Evo Morales y el MAS al poder, las cosas no cambiaron un ápice. Las clases altas mantuvieron sus ventajas económicas y políticas, mientras que la izquierda hizo todo lo posible por acceder a los beneficios de la modernidad consumista. Los hijos del proceso de cambio se enguerrillan por ingresar, no sólo al colegio Calvert sino al conjunto de las estructuras de privilegio socio-económico. La más clara muestra es cómo Evo Morales nunca utilizó, ni utilizará, los servicios públicos de salud. Prefiere ser atendido en el ámbito privado o en Cuba. Los hijos de las nuevas élites buscan las instituciones privadas tradicionales para afianzar su dominio, debido a que la política democrática y el sentido de compromiso con la comunidad para construir un “nosotros como país”, es un vetusto recuerdo que confirma la manera en que la despolitización triunfó. Para un joven, es mejor ser parte de una logia, criminal, deportiva, folclórica, empresarial o económica, que educarse en los estándares de la ética política de la responsabilidad.