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Inteligencia artificial y estupidez natural

Deambulo por las redes sociales en recorrido rutinario de fin del día. Temiendo el agobio que provoca percibir la oscuridad avanzando en el mundo, cada vez más parecido a una caverna donde se paga un karma de origen desconocido. Se acumulan contenidos sobre las atrocidades de la dictadura -caso de la doctora Eidy Roca-; sus imposturas cínicas –“resultados” del censo-; el hundimiento de la economía del país como efecto deseado del desgobierno tilinesco siguiendo la receta del castrochavismo -subida de precios, corralito, limitaciones a las exportaciones, escasez de carburantes-; las amenazas del fugado al pueblo boliviano si no se sale con su gusto -volver a su adorada silla-;  la desaparición de personas en ascenso y de la quema de miles de hectáreas de los bosques. Para no ir más allá de las fronteras patrias.

De pronto, salta a las ventanas de Facebook e Instagram, una y otra vez, una joven de rostro alegre y tono festivo diciendo: “¡Mi jefe piensa que soy un genio, pero solo estoy usando herramientas de la Inteligencia Artificial (IA)!”. Tiene muchos “me gusta”, uno de ellos, de un docente universitario con grado de PhD. Muy interesante, en especial por su contundente mensaje implícito: “No soy un genio, pero sí soy astuta; mi jefe, ni lo uno ni lo otro. Él es un estúpido”. Proclama de inspiración potente.

La IA hace dos años irrumpió en el escenario. Según Google, es “un conjunto de tecnologías que permiten que las computadoras realicen una variedad de funciones avanzadas, incluida la capacidad de ver, comprender y traducir lenguaje hablado y escrito, analizar datos, hacer recomendaciones y mucho más”. ¡Ajá! Se trata entonces de eso, un desarrollo computacional de enorme alcance. Con precedentes desde las calculadoras (la primera de 1623) hasta las computadoras (ya en quinta generación).

El recurso más conocido de la IA es el ChatGPT, “un chatbot conversacional que debe su nombre a las siglas en inglés de Generative Pre-trained Transformer o Transformador Pre-entrenado Generativo”, dice Google, de uso en expansión incesante, con fama de genio de la lámpara maravillosa, con poderes mágicos para solucionarlo todo. No sólo eso. Ha desencadenado una vorágine de entrenamientos vía cursos de todo nivel y grado bajo la lógica de eximir de esfuerzos y cansancios para los animales bípedos que se dice razonan y tienen voluntad. ¡Claro!, si la IA lo sabe y lo puede todo. Sólo hay que pedir para obtener y encomendar la tarea basta para que sea hecha. ¡Mucho mejor que “seleccionar, copiar y pegar”, de lejos! Exime de buscar información y pensar. Hasta adivina… ¿Sí?

A ver, a ver. Un minutito. Es indiscutible el poderoso auxilio que prestan estas tecnologías de avanzada  incesante en la solución de problemas; en especial, en los ámbitos de las ciencias “duras” y la tecnología. Un experto en electrónica resume su experiencia con el ChatGPT así: “Mi equipo ha logrado la solución de una dificultad en el desarrollo de una aplicación en algo más de 18 horas de diálogo con el Chat. Sin este recurso, el resultado habría demorado semanas”.  Queda fuera de discusión la crucial importancia de trabajar con IA. Por esa consideración se está apostando a su incorporación y desarrollo dentro de las políticas y estrategias vinculadas con la investigación, como lo refiere una publicación en la página web de la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura (OEI), del 20 de agosto de este año.

Tratándose de las ciencias humanas y sociales, la aplicación de la IA tiene otras notas; entre ellas, muchas más posibilidades de error en la información, en su precisión y actualidad. Por eso, al revisar con detalle las tareas estudiantiles conforme debe hacer un docente responsable en tales áreas, se puede identificar las extrañas similitudes en el estilo de redacción y los errores; sucediendo lo mismo que con quienes se someten a técnicas invasivas de rejuvenecimiento facial y cirugías plásticas en el cuerpo: sin tener grado alguno de parentesco, parecen gemelos.  Amén de que, a la hora de dar cuenta del contenido de los trabajos presentados, no se logra un mínimo de éxito por la supina ignorancia demostrada respecto de los términos y conceptos incluidos por los “astutos”.

Con tales antecedentes, hay que volver al mensaje implícito de la publicidad de la IA: “No soy un genio, pero sí soy astuta; mi jefe, ni lo uno ni lo otro. Él es un estúpido”. Dice el diccionario español que la “inteligencia” es la “capacidad de resolver problemas”. Añádase, con o sin IA; mejor con ella, por razón de eficiencia, por supuesto. Por su parte, “astucia” es la “capacidad de un individuo para valerse de un ardid, artimaña, sutileza, para lograr sus fines”; esto es, capacidad para engañar”. Finalmente, el antónimo de inteligencia es la “estupidez”, esa “torpeza notable en comprender las cosas”.

Que la IA no condene a los astutos estudiantes a no superar la estupidez natural. Al final de cuentas, se trata de que desarrollen sus competencias, ¿no?

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