Juan Carlos Flores Escobar
El manto del olvido cubre algunos recuerdos para siempre. Anécdotas, desamores y libros leídos en la juventud se pierden de la memoria sin remedio. No todo tiene el mismo destino, sin embargo. Hay recuerdos que se eternizan en el tiempo, que permanecen en la memoria. La literatura de Homero Carvalho Oliva es un buen ejemplo de ello.
Homero fue un niño tímido que se refugió en la tinta y el papel, pues sufría una tartamudez que lo volvió casi introvertido. De su padre aprendió el lenguaje de los libros y de su madre el de la naturaleza.
Los años feroces del escritor beniano empezaron cuando a fines de la década de 1970 decidió abandonar la carrera de Sociología en la Universidad Mayor de San Andrés para convertirse en escritor a tiempo completo. No obstante, luego retomaría sus estudios pero en Derecho y más tarde se graduaría como abogado.
La bohemia lo llevaría por tugurios, tabernas y bares de mala muerte presentándole amigos entrañables, de esos que llevan la etiqueta de “eternos” sobre la frente. El “Viejocomealmas” (Jaime Saenz) le había dicho en alguna oportunidad que solo se llega a la iluminación a través del alcohol.
Se inició narrando cuentos mientras trabajaba construyendo una biblioteca personal para un ganadero beniano en La Paz. Perfeccionó tanto la técnica de contar historias que pronto obtendría sus primeros reconocimientos por libros como Biografía de un otoño, El rey ilusión y Los cuentos del Gallo Niguento. Estas obras hablan de una prosa casi perfecta hecha de pequeñas historias y pedazos de olvido.
En el libro de cuentos Seres de palabras Homero apela a su memoria, a esa cotidianeidad de la crónica y la biografía, al humor, a la ironía. Realiza una construcción variopinta de cuentos breves, que desafían al lector a crearse sus propios universos.
Más tarde llegaría el libro Territorios invadidos, en el que trasmite simultáneamente espanto y esperanza. Las obras de este libro se nutren de experiencias históricas y sociales con un asombroso sentido del humor. El posterior Ajuste de Cuentos y la inclusión de su obra en varias antologías del cuento latinoamericano, no hacen más que demostrar el dominio del autor sobre el género que lo vio nacer como escritor y que lo catapultó hacia lides más complejas.
El viaje de Homero por la literatura siguió su itinerario hasta desembarcar en la novela. Memoria de los espejos publicado en 1995 obtuvo el Premio Municipal de Novela; por ejemplo, uno de los personajes que llama más la atención es un ave llamada Naserepoema, bautizada así por los indios baures. Esta extraña criatura tenía el don de volar hacia atrás, su vuelo era un eterno retorno.
El espíritu de las cosas terminaría por consolidarlo dentro de este género. Su argumento es fascinante, pues nos habla de la locura y el respeto a la condición humana construyendo, además, una denuncia contra un sistema político y jurídico corrupto. La novela posterior El tesoro de las guerras no es otra cosa que una crítica a ultranza a la historia oficial de Bolivia.
En Santo Vituperio, describe un mundo alegre, moderno, actualísimo de una Santa Cruz de la Sierra, ciudad que creció a la par de otras ciudades latinoamericanas, de cafés y conversaciones que forman un dúo mágico; de bullicio atestado y cosmopolita; de personajes variados que hacen de una ciudad los portavoces inequívocos de las anécdotas que nacen en sus mismas entrañas. Homero descubrió este mundo y pudo describirlo gracias al don que le otorgó Inés, la santa de esta novela.
La ciudad de los inmortales tiene mucho de autobiográfica como de testimonial e histórica. En ella, el escritor beniano ahonda en lo más íntimo de su memoria; exprime, sobre todo, la nostalgia que nos permite observar perplejos ese descarnando pero asombroso mundo político boliviano, en particular, el de las dictaduras militares. Finalmente, El árbol de los recuerdos y La conspiración de los viejos, lo consagran y le dan el título de escritor cuestionador y desmitificador.
En su viaje, Homero también ingresó en los reinos dorados de la poesía. Para ello hizo una pausa en los demás géneros. En este silencio creó lo impensable: Las puertas, uno de los trabajos poéticos más importantes de los últimos tiempos que mereció ser traducido al francés y al portugués. Los reinos dorados y El cazador de sueños son otras grandes obras en el género. Un ejemplo de ello es este poema de su poemario La luna entre las sábanas: “Dios dijo apáguese la luz/ tu ropa cayó al piso/ y el mundo se iluminó”.
Con el sol en el ocaso, Homero Carvalho tiene mucho por dar. La fuerza y el ardor de sus trabajos guardan todavía la magnitud refrescante de la novedad. Me gustaría pensar que Homero continuará escribiendo durante su vejez, retirado allá en su Beni natal, bajo la sombra de unas palmeras y nutrido del aire refrescante de una noche tibia. Me gustaría pensar que las estrellas lo acompañarán como faroles diminutos, que le traerán a la memoria aquellos viajes perdidos de sus recuerdos y aquellas amistades que anidan en su corazón.
(Artículo publicado en el suplemento cultural La esquina)