Álvaro Cuéllar Vargas
Crónicas de viaje
Viajaba de Rochester a la ciudad de New York… en un simpático y confortable bus. De sus parlantes fluía una linda canción: “James Ingram – One hungred ways”, que mi eventual acompañante –una mujer rubia y voluminosa– la cantaba tan bien, que no pude evitar mirarla, aunque por cierto que lo hacía en un tono muy bajito. Además de la buena música, de cuando en cuando irrumpía la estentórea voz del chofer que –me parecía– recordaba a los pasajeros las prohibiciones a las que estábamos sujetos los viajantes: no caminar por el pasillo mientras el vehículo se encontrara en movimiento, no fumar, no beber (bebidas alcohólicas, no portar armas blancas o de fuego, etc., etc., todo lo cual apenas podía yo entender, dado el básico inglés del que mi cerebro era capaz de interpretar. Y mientras vi que el vehículo iba deteniéndose en una nueva parada McDonald’s o Burger King, pude entender algo: “five minutes”, o que el bus iba a parar en el lugar tan solo cinco minutos. Así que apuré mis pasos para “aprovechar” del baño del lugar.
El intenso frío golpeó mi rostro cando puse pies sobre tierra, y de súbito lo tenía frente a mí al chofer, hombre grande, raza negra, trajeado como si fuera piloto de avión, se dan cuenta, ¿no?, expulsado bocanadas de humo o vapor de la boca, y no sé si era porque fumaba o tal vez por el aire caliente que impactaba en el aire frio. Me detuve delante de él y, para verificar el tiempo del que (apenas) disponía para mi urgente necesidad, le pregunté:
–Five minutes?
Y él, entre sonriente y serio, con su potente voz y mostrándome sus gruesos dedos extendidos, excepto el pulgar, me contestó:
–Now four