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Jugar en el cielo hasta que llegue mamá

¿Habrá en el mundo una conversación más triste que la de una madre con un hijo pequeño al que está despidiendo para siempre porque él se encuentra a punto de morir de cáncer? El cáncer no es sinónimo de muerte, pero, cuando avanza hasta volverse resistente a cualquier tratamiento, ni siquiera una madre puede hacer algo por su hijo.

El 1 de abril de 2017, la oncóloga le dijo a Ruth Scully que ya no podía hacer nada con el cáncer de Nolan, su hijo de apenas cuatro años. Frente al avance despiadado de su rabdomiosarcoma infantil, no quedaba más que “mantenerlo cómodo mientras se iba deteriorando rápidamente”. ¿Cómo hace alguien para soportar semejante crueldad de la vida? Solo lo sabe una mamá a la que le han dado la peor noticia que puede recibir una persona.

En los siguientes días, con la angustia de los que les es imposible dejar de llorar, siendo ella seguramente el desconsuelo mismo, sacó fuerzas de donde un hombre como yo ciertamente no podría y, decidió enfrentar a Nolan. Ambos mantuvieron su último diálogo, el que Ruth difundió a través de Facebook cuando pudo, es decir, dos meses después de la muerte de su hijo:
—¿Tienes mucho dolor?
—(Mirando hacia abajo) Sí.
—Este asunto del cáncer apesta. No tienes que luchar más.
—¿No tengo que luchar más? (con felicidad) ¡Pero lo haré por ti, mamá!
—¡No! ¿Es eso lo que has estado haciendo? ¿Luchar por mamá?
—¡Sí!
—Nolan, ¿cuál es el trabajo de mamá?
—¡Mantenerme a salvo! (con una gran sonrisa)
—Cariño, ya no puedo hacer eso. La única manera en que puedo mantenerte a salvo es en el cielo (mi corazón hecho añicos).
—¡Entonces, me iré al cielo y jugaré hasta que llegues! ¿Vendrás, no?
—¡Absolutamente! ¡No podrás librarte de mami tan fácil!
En la foto que acompaña la crónica, una Ruth entregada al momento y un Nolan completamente calvo se dan un beso de amor filial en la boca. No lo sabremos nunca, pero ojalá haya sido el último recuerdo que esa criatura se llevó de este mundo.

Los adultos solemos enredarnos en cuestiones de adultos, estresarnos con trabajos de adultos, pelearnos con otros adultos, hundirnos en la miseria de los adultos. La vida no tendría que ser eso que los adultos hacemos de ella. Pero es, y Nolan debe haberlo adivinado; por eso, quizá, se fue tan pronto a jugar en el cielo hasta que llegue mamá.

¿Se imaginan a Nolan jugando en un sitio infinitamente tranquilo —como podría ser ese cielo para él— mientras espera a Ruth, su mamá? ¿Y si jugamos a imaginarnos en su lugar y de repente vemos llegar a nuestra madre después de su promesa de que no nos libraríamos tan fácilmente de ella? ¡Qué sensación más hermosa!
Hay una sabiduría escondida detrás de la aparente inocencia de los niños. Juana de Ibarbourou dejó dicho que “la niñez es la etapa en que todos los hombres son creadores” y Antoine de Saint-Exupéry, el célebre autor del Principito, la obra más encantadora que alguien escribió para chicos y para grandes, “todas las personas mayores fueron al principio niños, aunque pocas de ellas lo recuerdan”.

En otra imagen, sonríe. Su cabeza rapada está cubierta por una gorra y el pie de foto revela: “Nolan soñaba con ser policía. Su madre dijo que nació para servir y amar”.
¿Cómo es posible que una conversación tan triste pueda dibujarnos en el rostro una sonrisa (triste, sí, pero) de esperanza? Como para que no olvidemos nunca que las lecciones no necesariamente las impartimos los adultos… Ojalá todos tengamos la fortuna de Nolan, que ahora mismo está jugando con la tranquilidad que le da saber que Ruth no le fallará.

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