El cacique es la veleta de la revolución. La pizpireta del tango andino. No le importan Marx ni papá Castro, ni el vanidoso y poco inspirado Che que protege sus riñones. No, lo que él desea, por sobre banderas rojas y retórica obsoleta, es menear sus nalgas dónde y cómo pueda. Malamente se transfiere solo a su vice, alias Linerita, el ser afeminado. Que los dos son, y a cual peor. Me pregunto de qué color se habrá puesto Evito las bragas para impresionar al fascistoide presidente de Brasil, si se habrá perfumado la entrenalga o qué designios imprecisos y fastuosos le habrán preparado los yatiris para una posible cita de amor.
Ya lo hizo con Macri y lo haría con Adolfo Hitler si pudiera. El afeminado presidente de Bolivia tiene el prurito de las putas de placer, no las de necesidad, de sentirse amado. Si es Jair Bolsonaro o Heinrich Himmler quien lo posea brutalmente en un sexo analítico y controversial, no importa. Será que llevó su arma secreta, el cristal “ala de mosca”, la cocaína más pura, para frotarle el glande a Jair y alcanzar el éxtasis repetitivo e interminable, aquel que convertiría las asentaderas del defensor de los pobres en flor de loto. Le curarán la impericia de entregarse al amor de tal manera con hojas de coca remojadas en singani, o, quizá, aunque sirve para la cabeza y no sé si sirve para el culo, grandes hojas de llantén.
Ah, el amor, el amor, ante el cual cualquier ideología se agacha, y cualquier presidente también ¿o no cualquiera? Bueno, total, Evo no tiene que agacharse ni para amarrar los zapatos. Porque después de esta odisea de gozo, apenas podrá pararse a agitar sus manitas tan parecidas a las de Laura Bush. ¿Y las rodillas? Como es eterno número 10 del fútbol internacional, se habrá puesto rodilleras para que la embestida brasileña no le desgarre también aquellas, basta con las nalgas sólidas y tostadas sobre las que descargarán palmadas y pellizcos.