Hay solo dos cosas con las que uno se puede acostar: una persona y un libro. Ray Bradbury
Homero Carvalho Oliva
La primera vez puede convertirse en una experiencia que va desde el asombro, la incomodidad, la indiferencia, el dolor, la decepción y el placer absoluto hasta traumas sicológicos. En literatura, publicar por primera vez marca la diferencia con el acto onanista de escribir para sí mismo y guardarlo en la mesa de noche; publicar implica un encuentro y lo segundo autosatisfacción. La primera vez, al igual que en el sexo, involucra a otra persona y eso alcanza un compromiso porque, aunque no lo queramos reconocer, siempre existen expectativas, dudas y temores respecto al acto inaugural; no sabremos cómo reaccionaremos hasta que lo consumamos; algunos escritores o escritoras prefieren no arriesgarse y se quedan castos, escribiendo con una mano. En cambio, los que se arriesgan saben que no hay primera sin segunda.
Publicar el primer libro es como perder la virginidad, nada volverá a ser igual, estaremos sometidos a la opinión de alguien más, sabremos de críticas, de halagos y de detractores gratuitos que ni siquiera leyeron un párrafo de nuestras obras y, sin embargo, hacen escarnio de las mismas y, pese a todo, si somos escritores/amantes seguiremos en el intento de convertir nuestro sueño en realidad orgásmica. Y así como no se puede recuperar la virginidad perdida tampoco se puede recuperar la inocencia de antes del primer libro, porque no existe una oficina de objetos perdidos donde buscarla. Esta conclusión se me apareció como un fantasma del pasado, luego de leer un artículo de la inigualable Leila Guerriero titulado Los escritores y su primer libro[1], que recoge los testimonios de la primera vez de varios escritores, algunos cuentan desde los preliminares y otros la superación del trauma que les produjo el primer libro.
Guerriero relata, por ejemplo, que una profesora le habría dicho al escritor peruano Daniel Alarcón: “Solo puedes escribir tu primer libro una vez, nunca vas a pasar de nuevo por esa inocencia”. Así es, esa experiencia nunca se repite, aunque recurramos al cirujano plástico y/o publiquemos una segunda edición aumentada y corregida. Veamos qué le contaron algunos escritores a la cronista argentina autora de Un mundo lleno de futuro. Diez crónicas de América Latina, y luego veremos a otros escritores que decidieron, voluntariamente, contarme sus experiencias íntimas:
Respecto al compromiso Guerriero cita a Marcelo Figueras: “Ser escritor es como ser padre, algo que vas a tener que demostrarte a vos mismo todos los días” o las paradojas que sufren, frecuentemente, los jóvenes escritores al buscar editoriales que les publiquen, lo remata dramáticamente Martín Kohan: “La condición que me ponían las editoriales grandes para publicar un primer libro era tener ya publicado un primer libro”. O ciertos prejuicios filiales: “Berta Marsé, hija del novelista Juan Marsé, se crio en un mundo de escritores, pero quería dedicarse al cine. Habría que preguntarse, entonces, qué astros se movieron para que enviara un cuento a un concurso, ganara, la llamaran de la agencia de Carmen Balcells para alentarla a publicar”.
Enfrentando las preguntas de la jauría periodística, Guerriero nos cuenta de “Mariana Enríquez, argentina, autora de Cómo desaparecer completamente, tenía 21 años y estudiaba Periodismo. Tenía una novela escrita, pero no había pensado en publicarla. Una periodista, hermana de su mejor amiga, se la pidió y la presentó a Planeta.Bajar es lo peor se publicó en 1994 y, aunque casi no salieron reseñas, esa historia atravesada por las drogas y el amor gay armó revuelo”. Tanto revuelo que para Enríquez “fue atroz. Me llevaban a programas de televisión bizarros, el 80% de las preguntas eran si me drogaba; un periodista me preguntó si yo estaba con la línea de los escritores autorreferenciales o narrativistas, y yo no tenía idea de qué era eso, entonces di una respuesta muy ignorante: ‘Bueno, me gustan las dos’. Durante mucho tiempo ese libro me dio vergüenza, como un peinado adolescente. El segundo es de 2004, para que veas el tamaño del trauma”.
La sensación de haberlo logrado, en la voz del escritor mexicano Juan Pablo Villalobos: “Cuando publicaron Fiesta en la madriguera yo me seguí sintiendo tan escritor como antes, pero la mirada de los otros cambia. El libro te legitima”.
Otras voces, otros ámbitos, siempre los mismos sueños y pesadillas
Excitado por Guerriero provoqué a algunos escritores y poetas para que respondieran acerca de su primera vez, ese oscuro objeto del deseo; a continuación, sus respuestas. Malpensados, por favor, abstenerse:
Gaby Vallejo, Bolivia: “Mi primer libro, Los Vulnerables, fue escrito post guerrilla Che Guevara. Tenía una carga emocional inmensa. Muertes de amigos, noticias de persecuciones, preguntas interiores sobre el destino de los que quedaron desorientados, huyendo, escondidos. Me puse a la máquina de escribir y no pude parar. Conocí la incontinencia en la escritura. Lloré con la muerte de Antonio, mi personaje, tal vez central. Fue el descubrimiento mayúsculo de la pasión por escribir”.
Magela Baudoin, Bolivia: “El libro con el que salí del closet fue Mujeres de Costado, que es un libro de entrevistas-perfiles a mujeres bolivianas que siempre me parecieron impresionantes e imprescindibles. Cuando publicas un libro te desnudas y te expones absolutamente. Pero este libro tan sencillo fue muy hermoso porque, a pesar de toda esa sensación de vulnerabilidad, yo estaba tan bien acompañada por ellas, que al final solo me quedaba el arrojo. Lo importante eran ellas: Domitila Chungara, Roberta Benzi, Anamar, Noreen Guzmán de Rojas, María Galindo, Giovanna Rivero, Lidia Gueiler, Geovana Irusta, Paula Peña, Ejti Stih, Teresa Gisbert, Giomar e Isabel Mesa, Liliana Castellanos, Amalia Pando, Norma Merlo, Matilde Casazola. Cada una me ha marcado de algún modo. Ahora que lo pienso, fue un privilegio saltar a la escritura con ellas”.
Patricia Nasello, Argentina: “Publiqué mi primer libro, El manuscrito, en una autoedición en noviembre de dos mil uno. Nunca renegué de él, al contrario, muchos de los microrrelatos que allí podían leerse andan ahora desperdigados aquí y allá, en nuevas publicaciones. Jorge Luis Borges decía que en su primer libro, Fervor de Buenos Aires, estaba el germen, la semilla, del escritor que él luego sería. Tengo el honor y la dicha de coincidir con el maestro en lo que a este punto respecta. Lo que sí cambió, para bien, es que ahora tengo conciencia del género que cultivo. Lo que implicó un proceso largo, ya que a fines de los noventa y tempranos dos mil, en mi Córdoba, Argentina, lectores y lectoras nos pasábamos La sueñera de mano en mano, como quien susurra una consigna secreta al oído de un amigo, mismoque Ana María Shua había publicado casi veinte años antes. Sin embargo, tal provincianismo quedó atrás. Y si para algo me sirve la vida vivida es para saber que el trabajo compensa. Hoy los microrrelatistas cordobeses ya formamos grupo. Un grupo en cuarto creciente”.
Claudio Ferrufino-Coqueugniot, Bolivia: “Virginianos fue el primer libro publicado en una editorial grande. Emotivo, por supuesto. Es un libro que quiero mucho. Me sorprendió que lo aceptasen para publicación y, además, la presentación fue un lleno completo. Presagio de una nueva suerte que siguió a casi todas mis publicaciones en un tiempo en que era tan difícil publicar. Tuve amigos, siguen siéndolo, que apoyaron aquello y supieron mover contactos. Inolvidable”.
Giovanna Rivero, Bolivia: «El secreto de la vida fue mi primer libro, aunque en realidad era un fascículo porque está compuesto únicamente por un cuento, el cuento con el que había ganado el Premio Nacional de Presencia Literaria (1992). Marea Editores, que dirigía Enrique Tamay, lo publicó. Yo era muy joven, estaba por cumplir 20, y me parecía todo muy surreal. Me salvó de una de esas depresiones épicas de la juventud”.
Gabriel Ramos Zepeda, México: “Durante cinco años me preparé tomando talleres y cursos de escritura creativa, fui preparando mis textos, trabajé conjuntamente con mis editores y un buen día todo estaba terminado: mi primer libro publicado y listo para ser entregado a los lectores. Vivir el proceso de su preparación fue casi mágico. El libro se llama Vivir es arriesgarse, y lo hice”.
Gigia Talarico, Chile/Bolivia: “El primer libro que publiqué fue de cuentos, Comiendo estrellas, desde mi punto de vista un género de mucha precisión e intensidad. El primer cuento que terminé fue como una revelación, y además fue tan grato el resultado que enseguida decidí no dejarlo solo y empecé una y otra vez a sentarme con alguna idea frente a la hoja e iba llenándola de personajes y situaciones, era como un placentero juego de rompecabezas hasta que lograba cerrar la historia con la precisa pieza faltante. Cada fin se me hacía más placentero, ni bien terminaba empezaba otra vez, así terminé mi primer libro, que me generó ese placer definitivamente adictivo, producto de la creación personal y del contacto con lectores”.
Silvia Rózsa, Bolivia: “El primero en el camino: La idea de retomar la poesía, luego de varias décadas de abandono, no tenía como objetivo una publicación sino pulirme en la magia de crear y recrear el verso que otrora había sembrado en mí un camino por andar. Incertidumbre y euforia competían en la gestación de mi primer poemario. Me atrevo a comentar que el artífice de esta gestación fue mi entrañable amigo y reconocido escritor hondureño, Eduardo Bähr, quien en su generosidad y calidez me incitó a la publicación. Tener el primer poemario entre mis manos fue una sensación de hechizo (del bueno). La cubierta me enorgullecía, pero también me preguntaba si los poemas le hacían honor al dibujo de mi padre que la ilustraba. Destellos entre mis manos pululaban y no sabía si hojearlo o cubrirlo con una manta; desconcertada, como toda madre ante su primogénito, opté por ocultarlo de miradas intrusas, incluso de la mía, hasta el día de la presentación”.
Eliana Soza Martínez, Bolivia: “Mi primer libro fue el inicio de un sueño que, paso a paso, se está haciendo realidad. Es especial porque entre sus hojas reúne no solo cuentos escritos un año antes de ser publicado, sino también historias de hace quince años, cuando nació la idea de escribir. El germen de su existencia se la debo a Homero Carvalho, que, en una charla, muy serio me dijo: ‘Eliana, creo que ya es hora de que publique’. Esas palabras, de un escritor que yo admiraba, me dieron la seguridad de que mis textos tenían la calidad suficiente para ser compartidos con los lectores. Escoger cada cuento y microficción que llenarían las páginas, que tengan un hilo conductor, pensar y repensar el título, la tapa; el apoyo de mi esposo y mis suegros, de mi sobrino con las ilustraciones, me proporcionaron el valor de publicar Seres sin sombra. La presentación en la FIL Santa Cruz de la Sierra, en 2018, leyendo textos del libro me llenó de emoción, nunca había leído frente a otras personas y tampoco dediqué jamás unas palabras a quienes querían comprar la obra; recuerdo mi mano temblar al hacerlo. Desde entonces cada día agradezco a la vida que puedo trabajar y persistir para convertirme en una buena escritora”.
Piero de Vicari, Argentina: “La publicación de mi primer libro vino precedida de un concurso literario cuyo premio era la edición de la obra galardonada. Enterarme de haber obtenido el mismo y que Poemas del Caballo Azul (tal es el título del poemario) sería editado por el Fondo Editorial de San Nicolás, provocó en mí una enorme alegría, pero también un gran compromiso. Tener el volumen en mis manos y saber que de allí en adelante sería mi cédula de identidad, inauguró mi camino de escritor ante el mundo. Fue algo así como desnudarme a la vista de los otros (lectores-público en general) y dejar expuestos los sentimientos, las esperanzas, las obsesiones, las ansias de encontrar un canal de comunicación a través del arte, en mis jóvenes 26 años. Esa sensación, única, por cierto, trajo consigo la memoria del esfuerzo, la necesidad del crecimiento constante y el otorgar lo mejor de uno, en honor no solo de la escritura sino también del testimonio (“somos hijos de nuestro tiempo”, no lo olvidemos) que conlleva esa escritura. A más de 30 años de aquella iniciática publicación (aparecida en octubre de 1989), la efervescencia que provocó la aparición de nuevos libros no ha decaído, pero nunca será igual a la primera vez, cuando −con ojos totalmente adámicos− me enfrenté a esa palabra que aún hoy me parece grandiosa: poeta.
Sandra Concepción Velasco, Bolivia: “El primer libro se escribió en décadas, tenía los escritos en papeles que vagabundeaban por mi habitación, en todas las computadoras que mis manos tocaron, en servilletas, audios de voz, hasta en la manga de una camisa por carecer de papel y celular. Publicar el libro fue liberador, fue otorgarme el derecho a crecer, me di permiso para florecer”.
Sisinia Anze, Bolivia: “Cuando me divorcié regresé a casa de mis padres y entonces, mi papá, que era un lector acérrimo, le vino ceguera súbita. Perdió el 80 por ciento de la visión (…) yo empecé a leerle libros (…), algo que no solía hacer por no tener el hábito de la lectura. Empecé a leerle y al cabo de unos meses me di cuenta de que la literatura destapó mi imaginación (…), mi padre se dio cuenta y me aconsejó escribir. Yo no me creía capaz, meses después empecé a escribir y desde entonces no he dejado de hacerlo. Inicialmente se constituyó en un proyecto que solo era de mi padre y mío… Él me aconsejaba y me daba la idea. El prefecto de Oruro, al enterarse que el libro tenía que ver con las minas, sorprendido, me mandó a buscar. Me pidieron el manuscrito del libro y al cabo de unos meses me llamaron y me dieron la noticia de que iba a publicar 1000 ejemplares. Lo extraordinario fue que recibí la noticia el día que regresaba de haber enterrado a mi padre. Por ello creo que él, desde el cielo, me hizo ese regalo y por él continúo en este camino”.
Ricardo Sumalavia, Perú: “Mi primer libro de cuentos lo escribí a inicios de los años noventa. Formaba parte de un grupo literario llamado Centeno. Era un grupo disparatado. Nuestro principio era el humor. Sin embargo, éramos muy disciplinados a la hora de leer y comentar nuestros escritos. Lo hacíamos todos los sábados por la tarde. Éramos doce integrantes; por eso un día decidí escribir un relato breve dedicado a cada uno de ellos. Recuerdo que quise experimentar formalmente con esos relatos, y en el proceso fui descubriendo mi propia voz, mis personajes, mi todavía incierto mundo narrativo. Mis compañeros de grupo fueron implacables en sus comentarios. Y eso me ayudó muchísimo. El libro al que llegué dar forma fue Habitaciones, aparecido en febrero de 1993. Solo tuvo cuarenta páginas. Mi mundo en cuarenta páginas”.
Ana Torres Licón, México: Mi primer libro nació en El Salvador, el Proyecto Editorial La Chifurnia abrigó mis letras. Es un libro artesanal que busca que la poesía vaya de mano en mano como un arma portátil, muy a lo Roque Dalton. Fue el inicio de mi historia de hermandad poética con Centroamérica, pues reafirmé el pacto fraterno literario en 2021 con Estro Ediciones, que cobijaron Un puñado de pájaros se desflora y otros poemas. Entonces la literatura, la poesía, me ha regalado ese sentido de pertenencia que tanto busqué. Mis libros son el símbolo de la fraternidad humana y de la hermandad en la literatura.
¿Publicar o no publicar? El escritor argentino/boliviano Pablo Cingolani, lo explica: “La primera vez, el primer libro, inquiere el inquieto Homero, la primera vez, el primer libro, ¿escrito o publicado? Tengo más libros escritos que publicados. El primer libro que escribí, no publicado, tiene un título que amo profundamente: Los desiertos de la memoria. Llevaba años viviendo experiencias extremas en la puna, en el altiplano. Y sobre mi tendencia natural a la dispersión y a la fragmentación, me dije: tengo que concretar, concentrar, ese amor intimísimo en una obra. Y me volví un fraile del siglo XVII y novelé una vida azarosa que disfruté en cada palabra escrita, incluso su final que ‘robé’ del diario de ese guerrillero inmortal que fue Néstor Paz. Mi primer libro publicado fue uno –Toromonas– en defensa de unos indios de la selva. No dudé en publicarlo porque el sentido de la obra excedía a la obra misma”.
En mi caso, mi primer libro fue Biografía de un otoño, publicado en 1983; yo era muy joven, inexperto y con ilusiones de ser escritor; en la ciudad de La Paz, Bolivia, había pocas editoriales y me habían dicho que era imposible acceder a ellas, así que ahorré dinero para publicarlo. Seguí el proceso de impresión como voyeur en la imprenta; iba cada día, me gustaba ver cómo armaban las cajas tipográficas que contenían las páginas de mi libro, “mi libro”; resultaba muy placentero observar cómo encajaban las letras de metal armando las palabras que narraban mis textos. Este libro incluye cuentos que habían ganado premios en Bolivia y México, y a las pocas semanas de su aparición, don Julio de la Vega, un gran escritor a quien yo no conocía personalmente, publicó en el suplemento Semana, una generosa reseña que me dio el impulso que necesitaba para creer en mí mismo; tiempo después, Jesús Urzagasti, otro gran escritor y poeta, reseñó mi libro en el mítico suplemento Presencia literaria…
El broche de oro de esta nota lo engarza Susana Vázquez, poeta argentina, que aún no ha publicado ningún libro, pero que se ilusiona con hacerlo: “El sueño de mi obra es sostener la primavera/, la mirada del primer amor/ y la inocencia de sus besos/desmenuzar el alma/ y alcanzar los hilos del cielo//Se reunirán los nervios anticipándose/ como antesala a la inmortalidad en mis letras”.
Concluyo este artículo citando al escritor argentino Ariel Magnus: “La publicación de un libro es el antievento. Al principio, vas a las librerías y no está, no salen reseñas. Y, sin embargo, para alguien que escribe hay un antes y un después de ser publicado”. El primer libro es como el primer amor, aunque no le reconozcamos el mérito, es un alumbramiento que siempre iluminará nuestro camino.
[1] https://elpais.com/cultura/2012/08/09/actualidad/1344527856_447139.html