Miguel Sánchez-Ostiz
Di con Eric Poindron hace años, buscando imágenes de gabinetes de curiosidades, creo que haberlo contado días pasados, pero con el griego Meleagro me río en su epitafio*, cuando habla de la vejez charlatana y de cómo nos repetimos entre brumas y olvidos. Aireratu es mi nombre en las redes: el que camina como si no pisara el suelo. La fiebre, cuando solo es guata, ayuda a leer poesía, como la embriaguez de la que hablaba H. L. Mencken en su Prontuario de la estupidez humana. De esas fiebres sales más ligero, con ganas de echarte al camino o a la escritura, que viene a ser lo mismo, por muy viejo y charlatán que te sientas. Fiebres lustrales, las hay. He conocido algunas.
Comme un bal de fantômes… Ese libro de poemas, tan literarios como vitales, me acompaña desde hace cinco años. Cuando he desertado de sus páginas ha sido por mal humor, por envidia tal vez de su «erudición jubilosa» (cuando habla de Gilles Lapouge: los viajeros, como los los poetas, son fabuladores… Fernão Mendes Pinto y sus navegaciones), de su alegría y entusiasmo contagioso. Lo tengo entre mis libros de poesía de referencia y a poco que lo abra me recuerda que nada está del todo perdido en esta época de mugre para quienes tenemos la curiosidad lectora como flotador. No hace falta ser un erudito literario, como lo es Poindron, para disfrutar del refugio de la literatura en todas sus ramas, épocas, escenarios, olvidos… pero sus poemas invitan a viajes olvidados o nunca emprendidos, a exploraciones de los caminos insólitos o poco frecuentados.
*Antología Palatina