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El virus y el dominio

Mientras la epidemia se expande incontrolable, aquí y allá, las transitorias autoridades focalizan atención y esfuerzos en sus necesidades y debilidades electorales, avivando  el choque con los que controlan el parlamento y las principales dirigencias sindicales; todo lo cual  interesa poco y nada a una sociedad desprovista de medios elementales para resistir la enfermedad, el sufrimiento, el hambre y el riesgo de muerte.

El coronavirus SARS-Cov2, que produce la enfermedad -¿o síndrome?- Covid 19 desnuda miserias y limitaciones individuales y colectivas, a escala planetaria, con una rapidez y brutalidad que postran y retuercen la soberbia, en todos los ámbitos, incluyendo la de científicos, monarcas o comandantes.

Aquí, ante la desolación y la falta de conducción, preguntas simples se agolpan, cuando uno quiere saber ¿cómo es que, con el anuncio de tantos créditos y disponibilidad de recursos para enfrentar la emergencia, no se garantiza una completa y continua disponibilidad de los medicamentos indispensables para atender las fases iniciales de la infección?

En la misma línea, ¿por qué el responsable nacional de epidemiología asume el papel de un profeta apocalíptico, en vez de proporcionar información útil y orientadora (con calidad y calidez)?;   ¿por qué nos siguen bombardeando con el mensaje de no automedicarnos, cuando no pueden prestar atención en centros sanitarios, ni movilizar profesionales capaces de lidiar con el desborde de la demanda?

Para combatir la imprevisión, las dificultades de abastecimiento, se necesita un mínimo de autoorganización, la decisión de ser veraz y sincero en la comunicación y relación con la sociedad, sin cuyo concurso se precipitarán todo tipo de desastres.

En vez de ello, los tropiezos de esta administración que optó por facilitarle al MAS la recuperación del control de 2/3 del legislativo y, ahora, por enfrentarse y presionar al Tribunal Supremo Electoral (TSE) con el mismo tono y gestos del MAS para que resuelva en sala plena lo que ellos con su fórmula y ofertas electorales, igual que sus hermanos gemelos, no pueden disputar en la arena de la táctica y la estrategia políticas.

La manifestación palpable de la incapacidad y desconcierto, a escala estatal, se refleja en cómo todas las trancas y trampas que heredamos del MAS para revertir la descentralización y trabar a las autonomías -reiterando burlas y atropellos contra la Constitución- hoy revientan cuando gobernaciones, municipios y universidades ignoran pura y simplemente las instrucciones de quienes manejan las riendas de los organismos sanitarios. Tales avances, no tienen vuelta atrás.

La autoridad de los funcionarios merma, aproximándose a la evaporación completa, toda vez que asumen con pomposidad vacía el papel de quien todo lo sabe y puede imponerlo, nada más alzando el tono de la voz. No se dan cuenta que este virus, menos contagioso y letal que otros ya conocidos, está minando las bases y engranajes del poder, a escala global y local, en lo más alto de la cúspide de mando y en sus fronteras más distantes.

Este coronavirus, de dimensión insignificante e incomprensible para nuestros sentidos, con su fluida capacidad de triturar reglas, protocolos y previsiones del conocimiento institucionalizado y las academias asciende de entidad causante de trastornos biológicos a un auténtico producto cultural, que deja atónita y despavorida a nuestra especie, que se siente compelida a comportarse como tribu, cada día más primitiva.

Las voces de mando, la exhibición de fuerza o la amenaza de recurrir a ella no neutralizan, subsanan la pérdida de poder y legitimidad, las empeoran. Para mantener las funciones vitales de la sociedad, para cubrir sus necesidades básicas, combatir la pandemia, garantizar la producción y distribución de alimentos es necesario contactar y comunicarse, veraz, oportuna y directamente con las redes vivas y materiales de su tejido.

Pretender sobornar (con recursos que a todos nos pertenecen) y avivar los enfrentamientos internos para obtener las ventajas y privilegios, propios de cualquier tipo de caudillismo, es una ruta letal. No hay cónclave de notables y mandamases que pueda reemplazar a convocar y alentar  la más amplia participación; de ello depende nuestra salud y nuestra vida misma.

Roger Cortez es investigador y docente universitario.

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