Iván Apaza-Calle

A Ximena Karmín con cariño.

Llevo en este lugar meses, trato de recordar lo que pasó aquella noche. No puedo recordar lo más importante. Mi nombre es Ronal, Ronal Quispe para ser preciso, escribo por encargo de mi hermano Ronald (mi gemelo) y a sugerencia del doctor. Trataré de relatar lo más fiel posible con lo acontecido ese fin de semana.

Mamá no estaba en casa aquel viernes, había salido de viaje por la madrugada, aún vivía vendiendo leche en envases de soda, ese líquido sagrado con el que nos crió. Aquella madrugada me dejó las responsabilidades de la cocina. Ella se preocupaba por nosotros como a los niños de sus ojos, cada día tenía la costumbre de despertarse en la madrugada y dormir a altas horas de la noche. Había sacrificado todo y hasta la nada para sacarnos adelante.

Cuando éramos pequeños, el Viejo le golpeaba mucho, tanto que, a veces para no ver las golpizas ni llorar nos escondíamos en la casucha del peludo, así después de unas horas ella salía a buscarnos y decirnos que todo estaba bien.

Pocos años después, mamá y papá se divorciaron, nosotros nos quedamos bajo la manutención de ella. Mi padre se había quedado solo, sabíamos muy poco de él, es decir, sobre sus planes o su trabajo, la mayor parte de las noticias nos contaban nuestros amigos cuyos padres eran amigos del Viejo, así nos enterábamos sobre sus borracheras y sus pleitos.

Aquella mañana desperté después de soñar con Lina. En aquel sueño ella había conocido a alguien mejor que yo, era un tipo apuesto. De no ser por ese maldito acto inconsciente estaría algo mejor; sin embargo, no es así, de hecho me siento arruinado. Ella está tranquila pasando todo bien. Esa fue su respuesta cuando le escribí por el celular; me temo que fui el perdedor; todo lo contrario, Lina había superado aquello que nos unía.

Quizá suene patético, pero las causas de nuestra separación y la muerte de nuestro paraíso, fueron por dinero y orgullo. Nunca le escuché ni pude entenderla. En fin, ambos vivíamos en mundos diferentes. Ella vivía su ritmo y yo el mío.

Aún le escribía por aquellos días para preguntarle, cómo está y qué hizo. Le escribía simplemente para iniciar una conversación o pedirle que nos veamos, pero temía preguntarle, quizá porque podía arruinarlo todo. Sinceramente tenía miedo a perderla, lo sé. Si alguien supiera esto, les aseguro que me reprocharía y me mandaría por un tubo a la cloaca.

Ese viernes salí retrasado al trabajo, el maldito reloj marcaba media hora menos de lo normal, lo supe mirando el celular del idiota que iba a mi lado, me enojé conmigo mismo. ¿Cómo pudo retrasarse el reloj? ¿Acaso fui yo el que retrasó media hora?, no lo recuerdo, marcaba las 12:30 cuando salí; sin embargo ya eran las 01: 00 p.m. No sabía qué hacer. Estaba en el automóvil, miraba de un lado al otro, como queriendo hacer algo, pero era vano; no tenía el control de la furgoneta.

El conductor paraba a cada esquina, a cada cuadra, parecía hacerlo al intento, pero no, las personas bajaban cuando y como querían…, a media cuadra, a unos pasos, donde sea. El pasajero era un Dios en la furgoneta, el chofer un esclavo.

Me quedo en la esquina, señor. Gritó con la voz delgada. Bajó un muchacho que tenía el uniforme verde, y que estaba detrás de mí. Llevaba entre sus manos unas cartulinas; ―seguramente expondrá en una materia ―Pensé. Pagó el pasaje y cerró la puerta con mucho esfuerzo. El destartalado automóvil tenía una portezuela dura, ¡lo juro!, costaba cerrar. Algunos que se quedaban en las siguientes esquinas, dejaban abierta esa puerta, y el coche seguía recorriendo sin importar aquello. 

Íbamos lento, tanto que pensé otra vez, que el conductor lo hacía para que me retrasara; el reloj seguía su curso, marcaba segundo tras segundo, minuto tras minuto y eso me aterraba. Estaba a medio camino a pesar de mis preocupaciones. De repente el coche paró lentamente, al frente estaba otra furgoneta blanca que llevaba pasajeros y resaltaba sus guiñadores traseros, brillaba ese rojo alarmante provocado por el freno. Al fondo y en lo alto, estaba el semáforo que todos debían respetar, pero pocos cumplían el mandato de los colores. Esa tarde, casi todo estaba fuera de control. El color verde brillaba en lo alto, los automóviles seguían sin avanzar metro alguno, solamente se oía sonidos chirriantes de cláxones que me ponían nervioso. Odiaba aquello, sí que lo odiaba.

Miraba a cada momento el reloj, los segundos avanzaban sin cesar, ¿acaso no puede descansar el tiempo, o darse unas vacaciones? Si fuera el tiempo me daría un buen descanso, pero, pensándolo bien, ni yo podía darme un respiro con tanto trabajo. Tenía la ropa sin lavar por una semana, lo que quiere decir que andaba con la misma, salvo el interior y los calcetines. Esperaba no despertar uno de esos días convertido en un bicho o en algún manicomio.

Esa tarde cuando llegué al trabajo, no había nadie firmando la entrada; era obvio. Habían pasado 30 minutos después del límite, — ¡qué horror! No sucedió esto jamás. ¡30 minutos de retraso! Es una vergüenza. Quisiera hacerme a los locos y seguir la corriente, pero no, no es mi estilo. No quiero ser parte del montón de hipócritas que hay en todas partes. Me vale un bledo que los demás murmuren y me digan qué debería hacer o qué no debería; lo que sea. Solo quiero estar tranquilo con mis sentimientos.

Salí del cuarto contiguo donde estaba mi jefe, miré de reojo la puerta de cristal; el corbatudo estaba sentado con unos papeles en la mano. Caminé rápidamente, y sin que me viera nadie me sumé al trabajo. Cada quien estaba en su oficio esa tarde.

Daban las 06:30 p.m. Recuerdo que tomé el coche después de salir de las obligaciones. Joe y Dani me esperaban en uno de esos bares de la Ceja, era viernes y la vida bohemia iniciaba aquella tarde.  Dani era el tipo de degenerado que se fijaba solamente en chicas lindas, le valía todo lo demás, en cambio Joe era el tipo de persona que valoraba una buena charla, a él no le importaba sí una mujer era fea o linda.

 Habíamos quedado en vernos días antes, no eran tan buenos amigos, pero al menos me entendían y eso es precisamente lo que yo necesitaba de ellos; que me soportaran.

De pronto vibró mi celular y en la pantalla aparecía:

 Joe C. C.

¡Hola? Contesté.Hubo unos segundos de silencio, nadie había al otro lado, de repente la voz de Joe se escuchó 

¡Quispe! Por dónde estás wey, estamos en el Flamingo. No dije nada. Rápidamente escuché la voz de Dani, refunfuñando.

Sí, dinos wey por dónde estás. Habeeeer… no te hagas a los sabrosos. Noté que estaban urgidos por beber así como yo lo estaba.  

Estoy en camino―Respondí―llego en unos 10 minutos. Vayan comprando el trago áspero. Más bien están en ese lugar, la última farra fue horrible en ese bar de mala muerte. Quédense ahí, ya llego brothers!!.

Dale carajillo, te esperamos. Respondió complacido Joe y colgó la llamada.

Ese bar era algo particular, iban chicas lindas que se divertían bailando; la música en vivo era aceptable por los grupos desconocidos que se promocionaban. En ese lugar uno podía bailar como si estuviera en un concierto. 

La maldita trancadera de vehículos había surgido nuevamente. ¡Qué frustrante! Aproveché para activar los datos del internet en el celular, ninguna respuesta de Lina. Y el silencio me decía todo y me decía nada.

 —Probablemente está ocupada.  Pensé.

Al fin solo quería saber si por la tarde le fue bien. Qué ingenuo fue de mi parte. Le escribí preguntándole cómo le fue, y no recibí respuesta de ella; es lo mismo, siempre lo mismo, mi vida se parece a un disco rayado. Había raras veces que respondía, pero con un frío, estoy bien. ―Debería dejar de escribirle y eliminarla de mis contactos si quiero vivir. Pensé. Pero bueno, no sé por qué no lo hacía.

En aquel anochecer el tráfico vehicular era insoportable. El sonido chirriante de los cláxones me desesperaba otra vez. La furgoneta de pasajeros no avanzaba.

―¡Maldición! Otra vez retrasado.

No podía más, me sentía impotente por no hacer nada, finalmente bajé del automóvil. Era mejor caminar. Me quedé en la calle 7, el tráfico seguía, y con él, el caos de los pasajeros que andaban de un lugar a otro. Saqué de mi bolsillo el paquete de cigarrillos, cogí uno, encendí y aspiré. Llevaba con ese paquete de la marca Casino dos semanas. Lo llevé justamente para esa noche, para no estar comprando en la discoteca, porque ahí los cigarrillos vuelan.

Caminé 5 cuadras por la calle Carrasco hasta la esquina de la calle 2, ¡uff!, la fiesta había iniciado; daban las 07:45 p.m. Las luces y la música invadían la calle, alrededor de mi caminaban gente de toda clase. Los bares del bulevar esperaban a sus clientes y yo era uno de ellos.          

Aquella noche bebí más de lo acostumbrado para olvidarme de todo. Bebí para salir de la depresión. Joe notaba mi tristeza, lo arruinado que estaba, trataba de animarme. Invitó a bailar a las chicas que estaban en la mesa del frente. Pero no tenía ganas y para no dejarle plantado acepté bailar con una de las muchachas.

Se llamaba, Wendy, para el degenerado de Dani era la chica más bonita, eso se notaba en cómo la observaba. La muchacha medía más o menos unos 1, 65 de estatura, su rostro no tenía nada por demás, todo en ella era exacto, sus ojos, su sonrisa, sus labios y su peinado hacían de aquel ser lo más sublime de entre todas las chicas, además su nombre completaba su belleza. Caminamos esquivando a ebrios y ebrias hasta llegar a la pista, en el lugar había una repartición de muchachos y muchachas en filas, parecía esas columnas militares. Nos pusimos en una de esas filas y empezamos a bailar. La música en vivo me amargaba. Pasó unas 5 canciones que me recordaban a la mujer ausente. Hubiera querido seguir bailando, pero si era con Lina. Incluso imaginé que bailaba con ella. 

Wendy me miraba extrañada, como queriéndome decir que dejemos de bailar.

―¿Te pasa algo?—Preguntó al fin entre la bulla, apenas le escuché. Me acerque a sus oídos y le dije:

—No, no,… No me pasa nada, estoy bien y gracias por preguntar —Pero en el fondo no me sentía bien. Había algo que no me dejaba en paz.

Quería salir de esa pista, beber más, estar solo y ahogarme en el trago agrio. Deseaba olvidar todo y empezar nuevamente, en fin, necesitaba un “borrón y cuenta nueva”. Me acerqué a Wendy mientras bailábamos y me a sinceré con ella.

Gracias por bailar, eres linda y bailas bonito, pero quiero ser sincero contigo, quiero ir a sentarme y beber. Estoy algo triste, tú sabes, y seguramente entenderás.

Está bien, no te preocupes, entiendo muy bien cómo estás. —Dijo ella. Y la dejé bailando con los demás. Joe y Dani no se extrañaron de aquella actitud mía, más bien acogieron a Wendy junto a ellos. 

Recuerdo que me dirigí al baño, estaba lleno. Esperaba mientras otros hacían sus necesidades. De repente escuché que alguien me decía. 

¿Por qué estás aquí amigo? —La voz era casi ronca.

Trate de disimular y no haberle oído, seguramente el tipo está demasiado ebrio, pensé, pero la voz ronca nuevamente se oía, ―¿Por qué estás aquí amigo? ―Esta vez no podía hacerme a los locos. La situación iba en serio.

Era un tipo que alcanzaba unos 40 años. Tenía el pelo teñido, era flaco, y traía un abrigo largo. Su mirada era profunda. Tenía los pómulos salidos y una nariz aguileña, su piel cobriza mostraba que trabajaba en las calles, pero ¿qué hacía un sujeto como él en este bar? No lo sé. Solo respondí:

A beber como todos los que están aquí, amigo.

Esperaba que dijeras “a perderte”. Eso muestran tus ojos muchacho: que quieres perderte. Todos responden “a pasarla bien” eso sí, si te atreves a preguntar. Pero bueno te diré algo: deberías salir de aquí chico — Me dijo. Aquellas palabras eran tan paternales que me hacía sentir como a un ser indefenso No supe que responder, me quedé callado, mi silencio era tanto que luego de lavarse las manos el maldito aguileño se fue.

Después de oír aquellas palabras, regresé al sitio donde estábamos sentados Joe y Dani. No sé si debía hacer caso lo que acababa de oír, pero el cobrizo trataba de decirme algo. Quizá eso que dijo “Deberías salir de aquí” sea un consejo en dos sentidos, quizá se refería a que saliera del bar o quiso decirme que salga de la maldita depresión, bueno seguramente por eso me trató como a un muchacho. En ambos casos, él tenía razón. Me senté en el sofá, y bebí aquel vaso de singani y Sprite, encendí otro cigarrillo para poder relajarme, pero era inútil, el pitillo en vez de quitarme la borrachera me ponía más borracho. Los muchachos seguían bailando al son de la buena música, en cambio, yo recordaba los momentos en el paraíso del amor con Lina, lo que por cierto me jodía. Las dos personas que estaban en la mesa contigua me miraban demasiado, eso era raro. Creo haber bebido desde que estoy sentado aquí unos 4 vasos. Para despedirme de aquel sitio llené el último vaso de elixir, tomé todo el líquido de golpe.

Pronto abandoné el lugar sin que me vieran Joe y Dani.

Recuerdo que bajé por aquellas gradas rumbo al infierno, otros subían al paraíso de la diversión. La calle estaba llena de gente. Había sesentones que vendían dulces y cigarrillos, también muchachitos que vendían flores en la entrada. Caminé rumbo a la esquina de la calle 3 por la Carrasco, estaba muy ebrio, muy ebrio; aún recuerdo que apenas controlaba mi caminar, los bares del bulevar emitían sonidos estridentes. Saqué el celular para ver la hora. Eran las 00: 23. Seguí caminando sin perder el control, me costaba mantenerme de pie. Llegué a la esquina a duras penas. Me puse a esperar el automóvil que me llevaría a casa o al menos uno que me deje a pocas cuadras.

Estaba solo en la esquina. En la otra esquina había una señora de unos 60 años, estaba sentada y dormida si mal no recuerdo, era una ambulante que no había vendido la leche en botellas plásticas de Coca Cola. Al verla me deprimí más aquella noche…

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Lamentablemente no puedo recordar más, intento reconstruir lo que pasó después de salir de aquel bar, pero solo se me viene a la mente aquel lugar deprimente donde estaba solo y sin nadie. Cada vez que trato de reconstruir los recuerdos solo giro en torno a esa esquina mientras esperaba el automóvil. No puedo salir de esto.

Ahora, después de intentar contar lo que sucedió, no sé si escribo para mi hermano Ronald o escribo para mí. Solo escribo.

De hecho ayer vino a verme, vestía un pantalón negro, una chompa negra y una camisa oscura, vino acompañado de los señores de guardapolvo que cuidan este lugar, me preguntó cómo estaba y sí aún sentía dolores en la parte trasera de mi cabeza, le dije que no, que los dolores habían desaparecido y que solo había una cicatriz.

¿Escribiste algo? ― Me preguntó Ronald. Hice un silencio, ― ¿Ronal, Ronal… Me oyes?

No escribí nada. Respondí.

―No te preocupes escribirás durante la semana.

¿Y mamá cómo está? Pregunté. Miró al otro lado, hubo otro silencio… y con la voz entrecortada, contestó:

Mamá está bien en el otro mundo. No dijo más…

―Llévame a ese otro mundo. Le respondí. Pero no contestó más. Esta vez olvidó insistir por los escritos y se fue sin despedirse. 

Cada vez que se despedía durante estos meses, yo sacaba las hojas que había escrito durante la semana y le entregaba para que las lea, pero esta vez no le di las hojas; desde que estoy aquí escribo la misma historia tratando de reconstruir lo que pasó aquella noche en la esquina.

No diré más, ya dije mucho, además, el doctor viene a diario a preguntarme cosas que no me acuerdo, a veces me pide que me recueste mientras él hace varias preguntas, y últimamente me ha llamado Clave 3-2, no sé qué trata de saber; dejaré esto aquí por el momento, la próxima semana Ronald vendrá nuevamente y le daré estas hojas de reconstrucción.     

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