De: Roberto Navia Gabriel/Inmediaciones
Abelardo Tudela es un ser humano que hace 35 años hizo el bien a un hombre desconocido, al israelí Yossi Ghinsberg, que, junto con tres acompañantes de aventura, se había perdido en las selvas del Madidi. Joven y con la adrenalina a flor de piel, hizo funcionar el motor de su lancha y empezó a navegar por el río Beni, y después por el Tuichi, con el objetivo de rescatar a un hombre que no había visto jamás. A las 16:00 del segundo día de salir de Rurrenabaque lo encontró.
Recuerda que Yossi ya estaba muriéndose, que no podía andar, que estaba semidesnudo, que no tenía zapatos, completamente deshecho y flaco. “Le vino un ataque de histeria, decía: ‘No puede ser, me han salvado’. Le pregunté en son de broma: ‘¿Querés comer algo?’ ‘Por favor, mucho’, dijo”. Así recuerda Abelardo, emocionado, como si fuera ayer, ese episodio que le cambió también a él la vida para siempre. Fue solo dos años después cuando Yossi retornó con Abelardo al mismísimo lugar donde fue rescatado en 1981, cuando el israelí le reveló que una noche antes de ser rescatado le vinieron unas ganas de matarse, porque ya no quería sufrir más. Era época de lluvia, pleno diciembre. Yossi Agarró una piedra para golpearse. De pronto se le presentó una chica y le dijo que ‘no haga eso, que mañana te van a salvar, que más bien te voy a construir una casita porque esta noche va a llover mucho, y ella lo metió adentro’; estuvo con él hasta que se durmió. Fue el mejor sueño que tuvo en la selva.
Todo eso le contó ese día en que ambos retornaron al lugar de rescate. Yossi le mostró lo que quedaba de esa casita hecha por la chica desconocida con materiales de la selva, que él nunca pudiera haberla construido porque estaba sin fuerzas y no tenía herramientas. Era ya el mediodía y Abelardo le dijo que ya era hora de comer, que se levante de ese lugar donde dos años antes había dormido junto a esa mujer que apareció de la nada. Después de que Yossi se levantó, cayó una rama enorme justo en el lugar donde segundos antes estaba la cabeza del israelí. “Es la segunda vez que me salvas la vida”, le dijo, y lo abrazó como se abraza a un padre.