Claudio Ferrufino-Coqueugniot
No lo digo en términos panfletarios, ni en el sentido de los literatos rusos que se unieron a la cola de Stalin y mataron una de las más grandes literaturas. Es que el escritor siempre tiene que cuestionar el poder. Mencionarán a Malraux y su labor política, pero en ningún momento Malraux se lanzó a endiosar a nadie. Algo que en Bolivia, y es una lástima, es muy común tal vez por nuestra condición desgraciada. Visible sobre todo en periodistas con ínfulas de escritores que ya no saben cómo estirarse más la lengua para que camine por ella el tirano.
Me centro en Bolivia que es lo mío. Asqueado, hastiado de 14 años de silencio por parte de “colegas” escudados detrás de vanidades de ficción. Me gusta por eso que Guillermo Ruiz Plaza, último Premio Nacional de Novela, opinase al respecto, con sobriedad y firmeza. En todo tiempo y lugar ha habido intelectuales con ánimo de eunucos, y eunucos con aires intelectuales como el señor García Linera, esperpento andino. Nada se puede hacer al respecto, pero, está en la imagen del escritor ser alguien que se interese por lo que sucede en su tierra o donde fuere, y que dé su opinión. No fue así en el decenio y más del imperio aymaroide, capitalista, fascista de Evaristo Morales, hombre que en el poder se hizo millonario y que muestra las peores taras del despotismo latinoamericano, poniendo el falo como punta de lanza de una supuesta filosofía de vida que siempre fue mentirosa. Engendro, el tal Evaristo, de Sodoma y Gomorra, bien caiga el fuego sobre él muy pronto.
Digresiones apasionadas que también tiene que tener un escritor. No necesariamente debe comportarse imparcial, equitativo, racional. Ante tamaño basural como la Bolivia del MAS, hay que reaccionar con fuerza. La palabra mata; quien lee, digiere e interpreta. Alejandro Herzen, cuyas Memorias son uno de los grandes libros de la literatura, fue el alma de la revolución rusa que se preparaba. Se decía entonces que a Rusia la gobernaban dos Alejandros: el zar, y Herzen. Ese es un escritor que sabe lo que implica tener los dones del verbo y utilizarlos en favor de su pueblo. Lo hacía desde lejos, desde el exilio en Londres, acompañado del poeta Ogarev y del incendiario Bakunin. Un tríptico inmortal que publicaba Kolokol (La Campana), la voz de Rusia, continuación y germen de las ideas progresistas. ¿Dónde está el Herzen boliviano?
Veo, ya sin sorpresa, que tímidamente asoman los escritores a opinar sobre cosas serias de la política infame que nos corroe. Está bien. Hubiera sido mejor que su voz fuera permanente, como la de un par de poetas, en La Paz y Cochabamba, que largamente han vilipendiado al régimen cubriéndolo de oprobio de manera directa o con sarcasmo.
Y los hubo, escritores, que apostaron por un lado o por el otro. Pierre Drieu La Rochelle, en la derecha; Ilya Ehrenburg, en la izquierda. Errores cometidos, victorias, derrotas. Quedan limpios ante la historia, con el peso de su magnífica obra de ficción y la lealtad con su ideario. El panorama nuestro es pobre, mísero, el escritor junta las migajas igual a todos. Sí, generalizo, cierto, pero en perspectiva esa es la visión de nuestros escritores ante la situación actual. De nada valdrán sus odas a la libertad muerto el orate gobernante. Hay que hablar justo cuando la cosa está que arde, y antes que arda por igual, anunciando la debacle que se sabía venir desde el lejano 2006 cuando el mandarín, Evaristo I, rey del culo, se subió al estrado con su chompita a rayas. Anunciado estaba, clarísimo, pero nuestros escritores no se dieron cuenta, o no quisieron.