Maurizio Bagatin
Hay un hombre solo ahí. Con su azadón parece que esté hablando, mirando al horizonte.
No es solo la poesía de Antonio Machado. De lejos se oyen voces silenciosas. La canícula apaga cualquier ruido; la sombra de un molle domina la paz de la siesta, calma el calor del adobe, exalta el verde en espera de la merecida humedad. El perro no ve al gato, la cerda cansada de cuidar sus crías, el burro que sigue con la pesada carga, las ovejas pestañeando, los cuy desdeñosos, las vacas buscando sombra. No para toda la fauna hay una pausa.
La mujer tizando un fuego mira el cielo. Se cosecha lo sembrado, se come del cultivo y de la crianza. Se inebria uno de soledad y de néctar. Sufre uno de abandono y de la misma soledad que inebria. Mejor el néctar que es olvido y acechante memoria, vana esperanza.
La mujer y el hombre guardan silencio frente a la oscuridad; comparten una dura frazada y una recorrida almohada, y los ojos que se pierden entre millones de luces sin tiempo en el cielo.
Como dividen el transcurrir del día. El canto de un gallo mal diestro, las gotas de lluvia que insisten sobre la ya débil calamina de zinc, el ladrar del perro herido, la pelea de unos vecinos, la tristeza por los hijos ausentes y mañana que será la fiesta del santo patrono de su aldea.
Imagen: Tarata, casa de campo