A Ciro Gómez Leyva iban a asesinarlo. La brutalidad de esa agresión tendría que levantar una indignación generalizada. La incontrolada violencia en todo el país, cuando se trata de periodistas es agravada por las amenazas contra informadores y medios que profiere el Presidente de la República.
Quienes prepararon y perpetraron el atentado contra Gómez Leyva, se ampararon en la impunidad que habitualmente beneficia a los agresores de periodistas. Ni siquiera les importó saber que, debido a la notoriedad de ese comunicador, tendrían que ser perseguidos. Quisieron callar a Gómez Leyva pero también atemorizar a muchos otros que, como él, informan y opinan con matices que pueden ser incómodos a poderes establecidos y fácticos.
Sin información, no hay ciudadanía. Toda agresión contra un periodista lo es, también, contra la sociedad y la democracia. Todo ataque a un periodista es condenable. Ahora se trata, además, de la agresión a un periodista que tiene relevancia nacional. Es el atentado más grave, contra un periodista de esa influencia, desde el asesinato de Manuel Buendía en mayo de 1984.
En aquella época, que muchos hemos querido suponer ya superada, en el poder político había albañales desde donde se disponían crímenes como ese. Hoy en día tenemos una sociedad más exigente pero el gobierno, como nunca antes, descalifica y persigue, por lo menos retóricamente, a la prensa que le disgusta.
Horas después de la agresión, el viernes 16 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador inició su conferencia matutina celebrando que el atentado no hubiera dañado a Gómez Leyva “porque es un periodista, un ser humano, pero además es un dirigente de opinión pública, y un daño a una personalidad como Ciro genera mucha inestabilidad política”. Al presidente le inquietan las consecuencias políticas, y no se equivoca al reconocer que son graves, pero no muestra aprecio por el informador que estuvo a punto de ser asesinado. No condenó el atentado, aunque dijo (¡faltaba más!) que hay una investigación en curso.
El gobierno federal, y el de la Ciudad de México, tienen la obligación de rendir cuentas sobre esa indagación, señalar a los culpables y castigarlos. Pero más allá de quienes sean esos responsables el atentado contra Gómez Leyva, cuando llegaba a su casa la noche del jueves 15, ocurre en un contexto de asedio y agravios por parte del presidente a ese y otros periodistas.
Apenas el día anterior, al terminar su conferencia de prensa, López Obrador dijo de repente: “Imagínense si nada más escucha uno a Ciro o a Loret de Mola o a Sarmiento; no, pues… Además, es hasta dañino para la salud, o sea, si los escucha uno mucho hasta le puede salir a uno un tumor en el cerebro”.
Dicha por cualquier persona, esa frase podría quedar como una infortunada ocurrencia boba. Pero dicha por el Presidente de la República, desde la tribuna con más notoriedad en el país, esa expresión intensifica la intolerante persecución política del presidente contra periodistas y medios de comunicación.
Esa necia declaración, el presidente la hizo sin que viniera a cuento para nada. Un reportero le preguntó sobre la vacuna Patria y él comenzó a disparatar sobre la refinería en Dos Bocas y mencionó un reportaje, que ya había comentado, de The Washington Post sobre los daños al patrimonio arqueológico que ocasiona el Tren Maya. Entonces hizo la desafortunada alusión a Sergio Sarmiento, Carlos Loret y Ciro Gómez Leyva.
Con agravios como esos el presidente no ejerce ningún derecho de réplica como dicen él mismo y sus propagandistas. López Obrador no busca rectificar, sino intimidar. No le interesa la deliberación, sino la polarización. Sus alusiones a periodistas y medios suelen ser injuriosas y/o burlonas. No se trata de la opinión de un ciudadano, sino de descalificaciones desde el poder político. La gravedad de esas agresiones ha sido señalada por los organismos más acreditados en la defensa de periodistas.
El atentado contra Gómez Leyva no atenuó ni por un solo día la campaña presidencial contra la prensa. Minutos después de referirse a ese hecho López Obrador volvió a sus denuncias sin pruebas, pero corrosivas. De allí los infundios del presidente brincan, propulsados por orquestadas campañas con troles y bots, al berenjenal de las redes sociodigitales. Las insidias más viles, o disparatadas, encuentran eco en los propagandistas oficiales. En la propagación de esas imposturas participan funcionarios públicos como Fadlala Akabani, miembro del gobierno de la Ciudad de México, que en un tuit sugirió que el atentado contra Gómez Leyva fue organizado por la oposición. Luego lo borró, pero ese dislate ya había quedado registrado.
En el transcurso de este gobierno han sido asesinados al menos 37 periodistas —doce de ellos, en 2022—. Hasta hace poco, la mayor parte de los periodistas agredidos en México cubrían asuntos policiacos. Ahora la mayoría, como ha señalado la periodista Peniley Ramírez, ha trabajado temas relacionados con casos de corrupción política.
A los periodistas amenazados, se les resguarda mal. El Mecanismo de Protección a Periodistas y Defensores de Derechos Humanos, que depende de la Secretaría de Gobernación y que acaba de cumplir 10 años, funciona con lamentable negligencia. En los estados hay organismos similares, que no siempre se coordinan con el federal. Varios de los periodistas asesinados recientemente habían pedido protección de algún “mecanismo” y otros, abandonaron la que tenían porque era ineficiente.
Ciro Gómez Leyva está vivo porque se transportaba en una camioneta blindada. Hay quienes se extrañan por el empleo de ese vehículo. El auténtico escándalo es que un periodista tenga que utilizar esa protección, ya que el Estado no atiende las condiciones que ponen en riesgo a los periodistas.
Los sicarios que dispararon contra Gómez Leyva, así como los autores intelectuales del atentado, tienen que ser localizados y castigados con celeridad. Por otra parte el presidente tendría que abandonar su discurso de odio contra la prensa pero ya sabemos que ni la sensatez, ni la responsabilidad, son atributos de López Obrador.
Un abrazo, con solidaridad y afecto, para Ciro Gómez Leyva.