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El Alto, joven pero cenicienta

¿Qué y cómo es, a grandes rasgos, El Alto? Es una ciudad políticamente rebelde y económicamente pujante. Fue decisiva en los hechos políticos de 2003 y de 2019 que cambiaron el curso de la historia boliviana. En ella el dinero y el capitalismo tienen su meca: la gente, pequeñoburguesa casi en su integridad, se dedica sobre todo a la especulación, el comercio y la microempresa. Si tuviera grandes inversionistas, seguramente allí primaría un capitalismo salvaje desprovisto de cualquier reparo izquierdista. Sus más importantes avenidas son anchas y están bien dispuestas y asfaltadas; hay modernos distribuidores viales, pero no creo que nada de esto se deba a la genialidad ingenieril, pues su topografía es favorable para que el despliegue urbano se desarrolle a sus anchas. Hace pocos días, esta ciudad estuvo de aniversario, fecha que, como ya es costumbre, se ha celebrado con desfiles, rumbo y sonaja. Y es por eso que creo que merece ensayarse una lectura crítica sobre esta peculiar ciudad.

El Alto crece y crece sin parar, en gran parte porque, como dijimos ya, su topografía es una verdadera mesa de billar. Empero, crece junto con las toneladas de basura que produce diariamente y luego lanza a sus calles y alcantarillas sin ningún cuidado. Esta situación desluce cualquier urbe y la convierte en un foco de infecciones y de polución medioambiental. Dado que el clima es frío y la tierra es árida, el verde está ausente en todas partes. Solamente crecen eucaliptos y pinos, plantas para cuyo crecimiento no son necesarios los cuidados de la jardinería sino solo la obra de la naturaleza; y entonces las jardineras que hay en las avenidas y plazuelas, muchas cercadas con rejas metálicas, terminan convirtiéndose en pequeños contenedores de basura. Ahora bien, sabemos que en un clima tan hostil para la proliferación de flores y arbustos, el cuidado de plantas se haría muy difícil para su Municipalidad, pero también sabemos que las autoridades andinas de Bolivia parecerían tener un amor especial por el concreto y el fierro, y es que en todas partes de la ciudad de El Alto se ven únicamente tonos cenicientos, grisáceos (y tristes), aparte de los de las montañas graníticas que la rodean.

Hace unos días, el editorial de El País de España informó que el Observatorio Pirenaico del Cambio Climático prevé que la densidad de la nieve en los Pirineos y en todos los ecosistemas montañosos del mundo descienda mucho en los próximos 25 años. Hace unos meses yo mismo estuve pisando las cumbres del Huayna Potosí, y comprobé con mis ojos que la mancha nívea se está reduciendo dramáticamente. Durante aquella excursión también pude comprobar que varias vertientes y lagunas y una represa estaban secándose o con un tono anaranjado debido a las ingentes cantidades de basura dispersa (plásticos, escombros) y los residuos echados al agua por las explotaciones mineras… Todo esto, en las proximidades de El Alto… Entonces conviene mencionar que, así como esta ciudad contribuye al movimiento mercantil y monetario del país, cualidad ya loada y conocida por todos, también ayuda a la degradación acelerada del medioambiente.

Podría decirse que la ciudad más joven de Bolivia crece según el viejo modelo desarrollista (construcción de fábricas humeantes, despliegue indiscriminado de maquinaria pesada, afecto por el alquitrán, descuido de los botaderos, nulo amor por lo verde), hoy ya rebasado por los modernos criterios de la sostenibilidad y el cuidado de la naturaleza. Y por otro lado está el indicador estético. Seamos sinceros: el aspecto de la urbe no es el mejor. Casas sin enjalbegar, desorden vehicular, altos índices de criminalidad y una mentalidad colectiva proclive al descuido de la higiene en los espacios públicos, hacen que la ciudad del Huayna Potosí tenga una fisonomía parecida a la de las ciudades de los países subdesarrollados de Oriente Medio. Hace unos años, pude estar en algunas urbes de aquellos desérticos sitios del globo, y puedo testificar que las costumbres de sus moradores son igual de insalubres que las de los habitantes alteños. Es un síntoma del subdesarrollo: cuando se da mucha importancia a los índices de producción mercantil y no a los de educación y cultura, que son los que realmente miden la riqueza de una sociedad, ocurre que el crecimiento urbano se da de esta manera.

Es por todo esto que creo que el mejor homenaje que se le puede hacer a El Alto no es organizando solemnes discursos públicos sobre una tarima, con políticos vestidos de frac occidental y poncho indio, ni escribiendo artículos de opinión con tono laudatorio, sino reflexionando críticamente su futuro, con el fin de que reforme gradualmente su estética y modifique su manera de crecer, para que sea amigable con la belleza y la naturaleza.

Ignacio Vera de Rada es profesor universitario

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