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El aljibe

Márcia Batista Ramos

“No hay certeza de que todos fracasaran.
Sí, hay certeza de que quedó de ellos un solemne cementerio.” 
Ewa Lipska

En el tiempo en que las personas vivían en casas, no en departamentos, algunas casas tenían un aljibe en el patio para colectar el agua de la lluvia. Desde mi temprana niñez, siempre fui a visitarla en su casa y me gustaba mirar el aljibe, me causaba mucha curiosidad, porque me hice la idea de que no contenía agua de lluvia, que era un aljibe especial que guardaba lágrimas. Sin atreverme a pronunciar preguntas yo me enredaba silenciosa en mis interrogantes: – ¿Quién lloró tanto? O ¿Serán las lágrimas de todo el mundo? ¿Cómo canalizaron las lágrimas para el aljibe? Como existen ciertas cosas que posan sobre nuestra mente, sin pedir permiso, con el pasar del tiempo tuve la convicción de que era un aljibe que almacenaba lágrimas, lo que me hizo visitar más a menudo, a la dueña de casa para tratar de conseguir alguna información sobre el aljibe. Esas visitas nos unieron demasiado, ella vio como yo crecía, mientras yo la veía envejecer hasta volverse transparente.

Como nadie puede estar seguro de nada, porque el intríngulis de la vida es sorpresivo, en un día cualquiera, después de su muerte, estuve mirando al patio vacío y la vi apoyada al aljibe, justo allí en medio del patio, se contenía y no suspiraba. Apenas se dejaba estar. Ella sabía que la muerte llegaría y la muerte llegó vaciando la casa, disminuyendo los quehaceres domésticos y dejando muchas horas para dedicarse a las plegarias. Si ella hubiese leído a Marguerite Yourcenar, hubiera podido decir: “Fueron regalos tardíos que nadie pudo bendecir.” Pero sus lecturas eran otras, el libro azul de tapa dura con letras doradas donde se advertía la palabra Leibniz. Otros libros igualmente voluminosos la entretenían: Arquímedes, Copérnico, Aristóteles, Newton, Descartes. Seguramente buscaba respuestas para la tonta vida o para la certera muerte. Nunca sabemos qué cosas las personas guardan en su mente, qué les inquieta, qué les calma…

Cuando la vi apoyada al aljibe, me acerqué despacio, temiendo que desapareciera o se sorprendiera por ser vista, ahora que ya no estaba, pero ella me miró fijamente y habló:

-Qué bueno que aún me visites. Ahora que todos se fueron. La casa está más silenciosa. Es más fría. No hay sentido en permanecer en ella. Pero, el sinsentido es lo que puebla la existencia cuando uno es y, asimismo, cuando uno deja de ser. No nos alejamos de nuestros defectos y de nuestras pocas virtudes.

– ¿Cómo estás? –pregunté.

-Estoy aquí aprendiendo que no somos de barro, que somos seres de ideas y mediante ellas, nos hacemos eternos.

– ¿Ahora eres eterna?

– ¡No lo sé! A penas sé que ahora soy pensamiento, sentimiento e ideas. Soy recuerdos… Eso me hace percibirme como un ser infinito. De alguna manera, eterna. – dijo y sonrió.

Agaché un poco la mirada y le dije a quemarropa:

– Escuché que van a demoler la casa y el aljibe, para hacer un edificio. Me apena.

– Herencias, herencieros… Habiendo de morir todo nos sobra. ¡No importa! Después que derriben todo, la casa y el aljibe seguirán suspendidos en el aire y podré disfrutarlo como antes, como ahora, como siempre. Porque no somos de barro, no nos deshacemos, apenas seguimos de otra manera y nuestros trozos de mundo, permanecen para nosotros. El aljibe en medio del patio, para mí, equivale a un monumento en el centro de una plaza. Está ahí desde que hicieron la casa, pintado de blanco, recordando una pureza olvidada. El aljibe almacena agua de la lluvia, secretos y lágrimas, por eso seguirá suspendido en el aire. Y yo, me apoyaré en el siempre.

– ¿Eternamente?

– Eternamente…

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