Boris Abraham Quisberth Luna
El elevado grado de conflictividad que atraviesa Bolivia durante los recientes años, particularmente desde 2019, ha conllevado al planteamiento de soluciones de distinto calibre, desde aquellos radicales en sentido de resolver los problemas por el camino de la violencia u otros que hablan de diálogo entre los distintos sectores, sin embargo, no llegan a buen puerto debido a la carencia de un interlocutor que pueda ser reconocido por las partes como imparcial, ante lo cual incluso surgió como idea buscar fuera de nuestras fronteras a quien pudiera componer lo descompuesto.
Esta lógica de escudriñar en otros contextos las respuestas para nuestras problemáticas no es nueva sino de larga data y nos plantea que más allá de haber superado el colonialismo, entendido éste como “aquella relación política y económica en la cual la soberanía de un pueblo reside en el poder de otro pueblo o nación, lo que constituye a tal nación en un imperio” (Valdez, 2019, p.280), que se dio con la independencia de los países latinoamericanos, en el caso de Bolivia del yugo español, los bolivianos y bolivianas no logramos superar la “colonialidad” que sigue latente y guía nuestro accionar en distintas esferas.
Este concepto “colonialidad” hace referencia a “un patrón de poder que emergió como resultado del colonialismo, pero que en vez de estar limitado a una relación formal de poder entre dos pueblos o naciones, más bien se refiere a la forma como el trabajo, el conocimiento, la autoridad y las relaciones intersubjetivas se articulan entre sí, a través del mercado capitalista mundial y de la idea de raza. La misma se mantiene viva en manuales de aprendizaje, en el criterio para el buen trabajo académico, en la cultura, el sentido común, en la auto-imagen de los pueblos, en las aspiraciones de los sujetos, y en tantos otros aspectos de nuestra experiencia moderna” (Maldonado, 2017).
Como antecedente histórico encontramos a Cristóbal Colón quien a su arribo a la posteriormente llamada América encuentra poblaciones distintas a ellos en todo sentido, hecho marca el inicio de un proceso de dominio imperialista que se fundamenta en el establecimiento de una jerarquía racial, en la cual se contrapone la visión de un “mundo civilizado” o moderno (Europa) versus “mundo no civilizado” (las regiones recién conocidas), entre ellas la que mucho tiempo después será conocida como Bolivia.
Así, según Guerra (2019) se puede distinguir tres tipos de colonialidades: la colonialidad del poder, que refiere a la clasificación social del planeta en torno de la idea de “raza”, que fue impuesta en el curso de la expansión del colonialismo europeo; la colonialidad del saber, relacionada con la hegemonía del pensamiento neoliberal que presenta su narrativa histórica como el único conocimiento objetivo, científico y universal; y colonialidad del ser desde la cual se posiciona a los individuos como subordinados y obligados a carecer de una identidad propia, a las cuales podemos añadir la colonialidad del sueño que refiere a la introducción, especialmente de los jóvenes, de concepciones externas sobre el estatus, los placeres, anhelos y necesidades.
Si bien es cierto que la colonización fue protagonizada por las potencias europeas de la época con su consiguiente secuela de colonialidad en los países de América Latina es más adelante en el tiempo que una nueva potencia política y económica, los Estados Unidos de Norteamérica, toma la batuta para tener bajo su tutela o subalternizar a los otros países que comparten el continente, para este fin apeló a los mecanismos de la comunicación.
“La modernidad se caracteriza por una ambigüedad entre cierto ímpetu humanista secular y la traición radical de ciertas dimensiones de ese mismo ímpetu, por su relación con la ética de la guerra y su naturalización a través de la idea de raza. La idea de raza legitima la no-ética del guerrero, mucho después que la guerra termina, lo que indica que la modernidad es, entre otras cosas, un proceso perpetuo de conquista, a través de la ética que es característica de la misma” (Maldonado, 2017)
Así en los Estados Unidos de Norteamérica, durante su etapa de expansión mundial, se apela a los mecanismos de la comunicación para sentar su presencia en el mundo. De la mano de Harold Laswell, se inauguran los estudios del campo comunicacional centrados fundamentalmente en los procesos de transmisión masiva de contenidos con el fin de mantener el estado de cosas imperante.
“La comunicación como hecho social resultó considerada un factor instrumental para la consecución de fines diversos pero, en todo caso, relacionados siempre con el ejercicio de un poder conformador, y la Comunicación, como campo de conocimiento especializado en los temas de la (inter)relación social significante, quedó constituida como un espacio ambiguo, de saber secundario, derivado, aplicado y utilitario.” (Torrico, 2016, P.34)
Así la internacionalización del capitalismo como forma de enfrentar al socialismo que buscaba propagarse por todo el mundo, de la cual no escapaba Latinoamérica, vino de la mano de los Estados Unidos de Norteamérica para lo cual vio en los medios de comunicación una forma de difundir su forma de vida, sus condiciones sociales, por lo cual la transpoló hacia todos los rincones del planeta como verdad única y forma de moldear a las culturas.
Así, la comunicación es circunscrita a los medios de comunicación de masas, se privilegia los intereses de quienes los controlan, mismos que ejercen un poder simbólico sobre las audiencias, además de plantear una estructura vertical de la sociedad, todo ello pensado en consonancia con las necesidades históricas de occidente, relacionadas fundamentalmente en constituir a la sociedad estadounidense como el ejemplo de país capitalista exitoso en el mundo.
“Esta Comunicación “occidental” se afinca en la presunta superioridad del conocimiento occidento-céntrico, la preponderancia de los dispositivos técnicos sobre los sujetos humanos en el proceso comunicacional y la objetualización del receptor. Estos elementos, que implican la jerarquización y estandarización “universal” de los saberes, la fetichización de las máquinas y la consiguiente supeditación de las personas a la racionalidad técnica, así como el no reconocimiento del interlocutor, su consideración como mero destinatario y su conversión en “cosa” manipulable, componen un esquema deshumanizador necesario para la Modernidad/ colonialidad” (Torrico, 2017)
Es en ese contexto que pensadores latinoamericanos como Antonio Pascuali, Luis Ramiro Beltrán y Paolo Freire ingresaron a la escena de debate con una visión crítica y humanista de la realidad en contraposición a la lógica imperante hasta ese momento que había sido trasladada a América Latina como una receta universal. Pasaron aproximadamente cincuenta años de la crítica latinoamericana y hoy la misma se plantea como la decolonialidad.
Beltrán, a través de la noción Comunicología de la Liberación (1976), cuestionó “la instrumentalización y deshistorización del conocimiento, la utilización mecánica de premisas, objetos y métodos foráneos por los investigadores latinoamericanos del área y propuso un pensamiento comunicacional propio, socialmente comprometido pero teórica y metodológicamente riguroso, capaz de dar cuenta de la realidad concreta de América Latina y de ponerse al servicio de la causa de su dignidad”. (Torrico, 2019)
Así se identifica la imagen del dominado con la del in-comunicado con sus consecuencias en su vida social, fundamentalmente la pobreza y marginación, entonces para la teoría crítica latinoamericana se concibe a la comunicación como un hecho sociocultural diferenciador de lo humano, dotado de potencial político de liberación, relacionado con el diálogo horizontal, participativo y plural, lo que en la actualidad va de la mano con la decolonialidad en la comunicación, es decir la búsqueda de esa horizontalidad en la comunicación, del dialogo y de la consideración del sujeto.
Si bien es cierto que, de acuerdo con lo planteado en la revista Chasqui 131, “el colonialismo y la colonialidad negaron la cosmovisión, la espiritualidad, la memoria, la cultura de la vida, la racionalidad, el rechazo de la tensión sentir-pensar y de la contingencia, aunado a la implantación de la idea de que estos saberes y sentires son únicamente folklore”, pero este proceso no está libre de contradicciones que con el paso del tiempo han permitido a los teóricos identificarlos y plantear una alternativas que se remozan en el actual contexto latinoamericano, donde las tecnologías de la comunicación e información toman un lugar relevante.
En fin, el pensamiento decolonial nos interpela a analizar y comprender el mundo desde los conocimientos de las clases subalternizadas, aquellas a quienes históricamente se las in-comunicó, a tiempo de recuperar y poner en valor los conocimientos y saberes propios de cada país o región o culturas y, por otra parte, a construir un cuerpo teórico que surja desde estos conocimientos, es decir construir nuestra propia epistemología.
Por otra parte, se plantea en el marco de la decolonialidad el reinterpretar la historia que nos es puesta como verdad última, promover el pluralismo epistemólogico y la justicia cognitiva que conlleva a no concebir una sola manera de conocer, alentar la transmodernidad como alternativa a la postmodernidad, es decir ir más allá de la modernidad pero recuperando todo lo positivo de la misma, dejar la ruta economicista del desarrollo que conlleva a la generación de riqueza a costa de cualquier daño que se pudiera generar y superar la cuádrupe colonialidad señalada líneas arriba que traspasa el tiempo hasta nuestros días.
En ese camino también se destaca el concepto del teórico Erick Torrico quien afirma que la rehumanización es el sentido último de la decolonización comunicacional, al considerar que con el advenimiento de la colonización la comunicación también fue afectada lo que conllevó a la deshumanización, tanto del colonizador como del colonizado.
“Rehumanizar presupone que se produjo una deshumanización previa, esto es, una pérdida de la condición de humanidad, de la consideración por los congéneres y por sí mismo, así como un desconocimiento radical de valores y principios. En otros términos, si en determinado tiempo hace falta trabajar por la rehumanización quiere decir que se ha impuesto la ciega voluntad de poder que nada más puede desembocar en diversas formas de barbarie” (Torrico, 2017)
Ejemplos de nuestra mentalidad colonializada podemos encontrarlos cada día, tales como el hecho de que ciertos grupos de nuestra sociedad estén expectantes de las novedades hollywoodenses antes que lo que acontece en nuestro contexto inmediato, el abandono al prójimo en su problemática al centrarnos en nuestro individualismo, buscar soluciones a nuestra problemática política en recetas extranjeras u otras tantas.
Tras más de 500 años las carabelas continúan llegando pero en forma colorida, con música, imágenes y la multimedia que gustosos los recibimos en nuestros dispositivos. Entonces, decolonizar la comunicación con sus consecuencias en los tres tipos señalados (del poder, del saber y del ser), a los cuales se puede unir el de “poder soñar”, permitiría, como en el caso señalado en las líneas iniciales, dejar de buscar soluciones a nuestras distintas problemáticas, ya sean sociales, económicos o políticos, en agentes externos, ya sean países o personas, por lo cual decolonizar nuestra historia y la comunicación se constituye, más que un deseo, en una necesidad para el desarrollo nacional.
Bibliografía
Guerra, Paula (2019) Manual de decolonialidad y comunicación, Madrid.
Maldonado, Nelson (2017) Sobre la colonialidad del ser: contribuciones al desarrollo de un concepto.
Torrico, Erick (2017) Pilares teóricos latinoamericanos para la decolonización comunicacional
Torrico, Erick (2017) La rehumanización, sentido último de la decolonización comunicacional
Valdez, Orlando, Romero, Luis & Gómez, Ángel (2019). Matrices decolonizadoras en la comunicación para entablar un diálogo con Occidente.
Quijano, Anibal (2014) Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina.
Webgrafía
http://www.scielo.org.bo/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S2306-86712017000200004
https://repositorio.flacsoandes.edu.ec/bitstream/10469/10286/1/REXTN-CH131-07-Castro.pdf