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De nuevas identidades y viejas narrativas

Rebeca García Nieto

Huecos y recovecos. Sexualidades
Fernando Colina
Valladolid, La Revolución Delirante, 2023

El 17 de noviembre de 2019, Paul B. Preciado fue invitado a dar una conferencia en l’École de la Cause freudienne en París. El filósofo se desvió del tema previsto (el lema de las jornadas era «Mujeres en el psicoanálisis») y para sorpresa de todos los presentes se dirigió a ellos desde la posición de enfermo mental en que sentía que el psicoanálisis lo había colocado. Invocando a Pedro el Rojo, aquel simio cultivado que fue convocado por los académicos para que informase sobre su pasado simiesco en el relato de Kafka, Preciado se presentó ante los psicoanalistas como el monstruo que, después de diecisiete años en análisis, había aprendido a hablar su lengua y se había levantado del diván para decirles por qué necesitaban renovar su discurso urgentemente. Puede que estuviera atrapado en su «jaula de hombre trans», pero, a su entender, el psicoanálisis también lo estaba, en concreto, era cautivo del paradigma de la diferencia sexual. El psicoanálisis debía dejar atrás los conceptos heteropatriarcales en los que basaba su discurso, salir del «armario de la norma», si quería marchar al paso de los tiempos. La conferencia, recibida con aplausos, abucheos y alguna risa, puede encontrarse en YouTube con subtítulos en castellano1. Una versión completa del texto se publicó en Anagrama: Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas (2020).

Las respuestas de algunos psicoanalistas lacanianos no tardaron en llegar. Jean-Claude Maleval afeó a Preciado haber hecho una lectura apresurada de Lacan. Frédéric C. Baitinger se mostró más empático (no en vano, es miembro de la Association for Queer and Feminist Care), lo que no impidió que calificara la crítica de injusta y la achacara a un conocimiento insuficiente de las enseñanzas del Lacan tardío. En nuestro país, Miquel Bassols afirmó que la diferencia de los sexos no existe en el inconsciente, por lo que las acusaciones del filósofo no tenían fundamento.

Por supuesto, también hubo psicoanalistas que creyeron que debían tomar buena nota de lo dicho por Preciado. De hecho, algunas personas ya venían indicando desde hacía tiempo la necesidad de revisar los modelos que se manejaban. Hace veinte años, Lola López Mondéjar escribía en un artículo que el feminismo y los estudios de género estaban poniendo en jaque algunas ideas que se habían dado por buenas durante años. El psicoanálisis no podía permitirse el lujo de mantener intactas teorías que nacieron en la Viena finisecular. El complejo de Edipo, por ejemplo, había dejado de ocupar un lugar central a la hora de dar cuenta de las nuevas subjetividades. La psicoanalista alertaba también de la tendencia del psicoanálisis a patologizar la sexualidad: «El territorio de lo sexual», escribía en 2003, «se ha abierto a la proliferación de formas nuevas que no podemos seguir calificando de patológicas»2.

Con este telón de fondo se publica ahora Huecos y recovecos, de Fernando Colina, uno de los psiquiatras más lúcidos del país y, en mi opinión, el que mejor escribe. Aunque el libro no sea una respuesta directa a la conferencia de Preciado, de algún modo sí recoge su guante, y lo hace desde la modestia, dejando claras sus limitaciones desde el principio: el autor es consciente de ser un septuagenario blanco, europeo, cisgénero y heterosexual. Sabe también que sus reflexiones están fechadas. Escribe este libro en 2023, pero serán las nuevas generaciones, nacidas en el seno de nuevos modelos de familia, las que podrán hablar con propiedad de los cambios, tal vez históricos, que estamos viviendo.

Una vez puestas las cartas sobre la mesa, el psiquiatra vallisoletano se entrega a la muy sana labor de liberarse de sus prejuicios (no sin antes aclarar el significado de términos sobre los cuales existe una gran confusión: identidad de género, asignación social, no-binario…). Al repasar las herramientas teóricas en las que se ha apoyado durante toda su carrera (el Edipo, el polimorfismo o la bisexualidad freudianas), se da cuenta de que no acaban de serle útiles para comprender estas nuevas formas de ser, entre otras cosas porque se centran casi exclusivamente en el aspecto psicológico y pasan por alto los aspectos sociales y políticos que nos moldean. Si queremos avanzar en el conocimiento de la subjetividad hay que ir más allá de las figuras parentales y tener en cuenta otros elementos que también contribuyen a darnos forma, como la clase social o las relaciones de poder. Aquí encontramos una de las diferencias principales con la mayor parte de los planteamientos habituales, reduccionistas en el sentido de que se centran únicamente en uno de los polos, el psicológico o el sociopolítico.

Si el autor se quedara ahí, en señalar la necesidad de considerar los dos extremos, no iría muy lejos. Lo interesante desde el punto de vista teórico es que propone una forma de vincular los dos ejes: la vía a través de la cual los determinantes sociales (patriarcales, colonialistas, capitalistas, etc.) se inscribirían en lo más hondo de nuestro inconsciente es la performatividad. Es cierto que la idea no es del todo nueva. Judith Butler desarrolló su teoría de la construcción social del género a partir de este concepto surgido en el campo de la lingüística3; sin embargo, el planteamiento de Colina no se limita a la identidad de género. Sugiere que la performatividad desempeña un papel crucial en la construcción de la identidad en general. Insiste, acertadamente, en no separar la identidad de género del resto de aspectos que nos conforman, que nos hacen únicos y diferentes a los demás. Somos el producto de una serie de identificaciones sucesivas, escribe Colina, sin embargo, más allá de eso, poco más se puede decir: los mecanismos a través de los cuales se gesta cada identidad particular son en buena parte desconocidos.

Al margen de estas interesantes consideraciones teóricas, quizá lo más destacable del libro es su voluntad de articular un discurso clínico en el que palabras como «enfermedad» o «desviación» no tienen cabida. En la línea de lo apuntado por López Mondéjar años atrás, estamos viendo nuevas formas de vivir la sexualidad y no tiene ningún sentido demonizarlas. Preciado se quejaba, y con razón, de que uno de sus analistas calificaba de desviaciones fetichistas (es decir, perversas) lo que a su entender eran formas de experimentar. En esto Colina se muestra muy claro: «solo serán conductas o fantasías perversas las que humillan, abusan o someten al otro para la obtención del placer, del sexual y del no sexual también» (cursivas mías). Esta idea estaba ya presente en Foucaultiana, el magnífico libro que dedicó a la figura de Michel Foucault. Para Colina la perversión tiene un carácter social y político. Buscamos la perversión en la cama, en las saunas, pero tal vez se produzca con más frecuencia en el entorno familiar o laboral: la violencia de género o la explotación laboral «son hoy las perversiones familiares y sociales por excelencia», advierte.

Mención aparte merece la psicosis. Preciado recordaba que el psicoanálisis, con «sus sofisticadas y dañinas teorías», lo situaba «más allá de la neurosis, al borde o incluso dentro de la psicosis». Para abordar este espinoso asunto, Colina rescata el célebre caso Schreber, del que ya se ocupó Freud. El juez Schreber acabó creyendo que había sufrido un cambio de sexo para convertirse en la mujer de Dios y procrear así una nueva raza. No obstante, como bien dice Colina, su confusión iba mucho más allá de la cuestión del género, pues también dudaba sobre la localización de sus órganos o sobre su ascendencia familiar. El hecho de que algunos psicóticos —solo algunos— recurran a la transexualidad para tratar de dar sentido a sus vivencias no puede llevarnos a concluir que todas las personas trans sean psicóticas.

Hay otro aspecto en el que Colina coincide con Preciado: los dos creen que estamos viviendo un momento histórico. El psiquiatra compara el cambio de mentalidad que está teniendo lugar con el que se produjo en los primeros siglos del cristianismo. En aquella ocasión, el giro se caracterizó por una interiorización creciente de la conciencia; en esta, por una creciente liberación de la personalidad. El tiempo dirá si tienen razón. Lo que sí podemos decir desde ya es que estamos ante un libro importante, a contracorriente dentro de la psiquiatría, menos dada a la autocrítica de lo que sería deseable. Personalmente, me parece muy sano que un profesional de la salud mental se abstenga de repartir carnets de normalidad en un ámbito como la sexualidad y se permita revisar sus teorías y no tomarlas por certezas absolutas. De hecho, creo que eso es algo que todo el que se dedique a la salud mental debería hacer de vez en cuando; de lo contrario corre el riesgo de quedar atrapado en la camisa de fuerza de sus propias conjeturas.

Rebeca García Nieto es escritora, doctora y especialista en Psicología Clínica.

Imagen: Los colores de la bandera LGTBQ. Imagen de Alexander Grey

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