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Cuando Borges soñó a Kafka y viceversa

Silvia Rózsa F.

—¡¡¡Auxilio!!! —gritó Jorge Luis Borges, apretando la almohada con sus manos húmedas en medio de una pesadilla que, al parecer, no le daba tregua. Mis piernas, ¡¡¡no!!! —continuó gritando.

Se despertó abruptamente, pero sin abrir los ojos se preguntó cómo podía soñar con uno de los personajes de Kafka si estaba muerto y, supuestamente, en el Paraíso no se soñaba. Le intrigaba saber si su pesadilla tendría el mismo desenlace que Gregorio Samsa y trató de retomar el sueño, aunque le angustiaba saber que sus piernas ya no serían piernas y que a su cuerpo se lo iba tragando, de a poco, un horrendo insecto amorfo.

A pesar de insistir en dormirse, no pudo. Su corazón latía de prisa y su cuerpo estaba convulsionando del susto. “Eso me pasa por haber leído tanto a Kafka”—se regañó así mismo.

—Le advertí en unos de sus sueños, todavía cuando estaba en la tierra, que dejará de leerme, pues un día se convertiría en un insecto —le dijo una voz de hombre, en alemán.

Al escuchar la voz, Borges de un salto quedó sentado al borde de la cama con el corazón más agitado aún.

No podía creer lo que veía. Franz Kafka, de traje negro estaba sentado de piernas cruzadas sobre un taburete cerca de él y sosteniendo un sombrero lo contemplaba con una sonrisa un poco burlona, pero amistosa.

—¿Qué hace usted aquí?, ¿y cómo llegó? Justo ahora soñaba que me convertía en un insecto —le dijo, Borges en un perfecto alemán.

—Usted estaba soñando conmigo, me nombró y aquí estoy.

—Pero si usted está muerto —le dijo Borges.

—Usted también —le respondió Kafka.

—Verdad, pero…yo estoy en el Paraíso.

—Yo también.

—¿Cómo es eso posible? —le preguntó Borges.

—Ambos cometimos pecados, Jorge Luis, pero nos absolvieron y ahora disfrutamos de este mundo paralelo exquisito. La verdad, superó mis ficciones.

—Las mías también — confesó Borges.

—Pero… ¿esto no será uno de los tantos sueños que tuvimos? Se me ocurre que podríamos escribirlo —sugirió Kafka.

—¿Y cómo nos van a leer en la Tierra? Aquí nadie lee textos, leen mentes y pasean todo el tiempo.

—Podríamos negociar con la biblioteca de este paraíso (porque no sé si hay otros) para que lo envíen a la Tierra o al mundo paralelo, a donde los humanos puedan leernos—recomendó Kafka.

—Media kafkiana su propuesta.

—Y, bueno, como dicen ustedes los gauchos, no podemos defraudar a nuestros lectores, ¿no?

—¿Usted cree que se la van a bancar los humanos de hoy, que usted y yo, aquí o desde aquí escribimos un relato sobre este sueño (o sobre esta realidad)?

—Hablando de sueños, usted me soñaba tanto que se involucró en mi vida, en mis obras y hasta tergiversó los hechos —lo amonestó Kafka.

—No se moleste, su obra me interesaba, usted ha sido un profeta, ha sido un visionario. Mire como se adelantó al tema migratorio al escribir sobre ese forastero a quien no querían aceptar en el pueblo.
Sus obras fueron de inspiración para muchos autores. Me atrevo a nombrar a Orwell, por ejemplo, cuando el simio dejó de ser simio para convertirse en humano.

—Ahora que habla tan bien de mí, ¿el poema titulado Un sueño (Ein Traum), ¿fue para limpiar mi imagen tímida e insegura frente a las mujeres o no sabía que el infiel fui yo?

—La ficción nos permite de todo, ¿no es así, querido Franz?

—Tengo que reconocer que es un buen poema, me gustan más sus poemas que sus cuentos, estos últimos son densos, como un laberinto, me pierdo en ellos.

—A mí me gustan más sus cuentos, sus novelas me dejaron a medias, además, usted nunca las terminó — lo recriminó, Borges.

—Sí, la vida es frágil, uno se quiebra, se desvanece en cualquier momento. Así me fui y no alcancé a terminarlas… quizás ahora…

Kafka, a fin de que no escrudiñara más en sus novelas y cuentos, ya que Borges se estaba pareciendo a su padre y no quería discutir con él, le propuso buscar un lugar para escribir sobre los sueños de ambos.
Partieron a uno de los cafés habilitados para escritores y ya, en la mesa pusieron en aprietos a uno de los ángeles del servicio, pues le pidieron un block de papel y bolígrafos y este tuvo que ir al ordenador más cercano a consultar en Google del Paraíso, qué era lo que le pedían.

Estaban concentrados escribiendo, Cuando Borges soñó a Kafka y viceversa, pero de pronto se detuvieron al sentir que golpeaban con fuerza e insistencia el ventanal de la cafetería. Alzaron la vista y se quedaron con los ojos absortos.

“Los judíos son inferiores”—decía un letrero de letras negras con una esvástica enorme que sostenía Adolfo Hitler y que miraba a Kafka con ojos centelleantes de furia.

—Pero, ¡¿qué hace este aquí?! —preguntó, Kafka, gritando.

A su grito acudieron los ángeles que montaban guardia cerca de allí, lo agarraron por los brazos y se lo llevaron para tirarlo por el túnel que lo llevaría directamente a donde Satanás.

—¿Cómo pudo pasar esto? —preguntó, Borges. Se tuvo que escapar de allí, me imagino.

—Nada es perfecto, amigo, ni en el Paraíso.

Luego de que Kafka recibiera unos rayos de luz en las sienes para calmarse, prosiguieron con la escritura.

No se sabe cuánto tiempo se demoraron en escribir la historia que se propusieron ni cuánto tiempo ha pasado de ello, pero lo cierto es que nos hicieron llegar a la tierra el relato que acabamos de leer.

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