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Novela boliviana del narcotráfico

En la década de los ochenta, dictaduras de por medio, Bolivia se vio inmersa en el oscuro y sanguinario mundo del narcotráfico, al extremo que la prensa internacional nos denominó un “narcoestado”. Lamentablemente la plaga contaminó, también, los primeros años de la recuperación de la democracia.

Si bien en nuestro país se han escrito algunas obras literarias sobre este tema, que podrían denominarse continuadoras de las novelas de la violencia, fue partir de la década de los noventa que se las identificó como “novelas de narcotráfico”. En este tipo de novelas prima el testimonio que, por momentos se extrapola en una especie de ensayos literarios, tomando las historias violentas y sus infames personajes como protagonistas; de esa manera se mezcla, la crónica periodística, la novela de no-ficción y la novela moderna convirtiéndose en un fenómeno cultural. América Latina asistió, en las dos últimas décadas, a la fiesta sangrienta del fenómeno narcocultural, tanto en literatura, música, telenovelas, películas y, hasta, turismo macabro; Colombia y México son los países portaestandartes de este fenómeno que algunos críticos denominan como “narcorealismo mágico”.

Novela premiada: El nombre elegido, que ganó la primera versión del Premio Jesús Lara 2023 y fue finalista en un concurso internacional, es una novela que se sumerge en ese mundo y hace del narcotráfico y la política los protagonistas principales que se encarnan en varios personajes, algunos de ellos con nombres ficticios y otros con sus nombres reales, porque en esta obra me convertí en un exégeta de la época en la que el país vivió en el abismo. La época de Roberto Suárez, en Bolivia, y de Pablo Escobar, en Colombia, por eso mismos la trama recorre varios países latinoamericanos.

La novela se va construyendo a través de los diálogos entre un personaje mujer y el propio autor que se trasfigura en narrador. Para mí, es una novela que le debía a mi generación, que al decir de Allen Ginsberg: “Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas, arrastrándose por las calles de los negros al amanecer en busca de un colérico pinchazo…”, en Bolivia por un “jale” o por una pipa de pasta base; se la debía a mi país que sufrió en la década de los ochenta el inicio de una pandemia narcótica que no cesa, que se han vuelto crónica; así como de mi pueblo, Santa Ana del Yacuma, que quedó estigmatizado por los narcos que allí nacieron y se convirtieron en mitos.

Me transmuté en narrador-autor-escritor, rompiendo los sellos de mi memoria y recurriendo a meticulosas investigaciones sobre el tema del narcotráfico (cerca de una década), que aportaron a mi visión sobre este sórdido mundo que creemos conocer, pero que en realidad pocos conocen desde su interior. Las voces de la novela se mezclan contando nuestro malogrado pasado, así como nuestro horrorizado presente, presagiando un futuro quizá peor que el de los años ochenta, de esa manera me sumerjo en la oscura intrahistoria nacional para narrar la magnitud del impacto del narcotráfico y las subculturas que se constituyeron bajo su impulso, resultado de la ausencia del Estado en esos territorios en los que el poder se estableció desde y para los narcos.

Esta hegemonía cultural, en especial en los pueblos, que nunca fue estudiada en nuestro país por ningún sociólogo hizo que se impusieran nuevas normas sociales que rompieron la tensión moral, entendida como forma de actuar o de sentir, para reemplazarla por la venganza y el consumismo que fue el mayor símbolo de la opulencia que todos querían imitar, vistiendo ropa de marca y relojes finos; que los narcos compraban para sus casas, con avidez animal, todo lo que creían bonito o de moda, desde inmensos y obscenos jarrones, esculturas de yeso, imitaciones de cuadros de famosos pintores, juegos de comedor, livings, alfombras persas, los últimos juguetes que salían en Estados Unidos y Europa, y todos los electrodomésticos posibles; los que se creían más refinados adquirían antigüedades recién fabricadas y porcelanas chinas Made in Taiwán o burdas imitaciones de las porcelanas de Limoges, así como pinturas y esculturas de artistas de moda, en la creencia ciega de que el tener más cosas otorgaba prestigio, hacían y hacen gala de ese carácter dispendioso que busca emular exageradamente los gustos de la burguesía, de la que han escuchado hablar o han visto en el cine, multiplicando ad infinitum los objetos suntuosos que las clases altas tienen en sus hogares, para crear la ilusión, el espejismo, de que son mejores que los de esa clase. Produjeron una «narcoestética», un estado mental dominado por el dinero, donde la vulgaridad era la regla y el buen gusto la excepción.

El narcotráfico destruyó también la frontera entre el bien y el mal. La codicia de acumular más dinero hizo a los narcotraficantes más arriesgados y más crueles. Una gran mayoría, aunque ahora lo nieguen, querían ser amigos de los narcotraficantes y los que no lo eran, hablaban de ellos como si lo fueran. Hoy, en día, la «narcocultura» está evidenciando el esqueleto de un sangriento y corrupto edificio que se resiste a ser destruido y que se sigue elevando sobre nuestras cabezas.

Una obra arriesgada: Una obra escrita como ficción a partir de hechos y personas reales que establecen una, inmediata, complicidad con el lector, revelando el metalenguaje que encierra la “narcocultura nacional” como hecho literario. A medida que el lector recorre las páginas de esta novela (que ha sido calificada como valiente) va reconociendo a los personajes y se siente obligado a asumir una posición sobre un tema pendiente en la literatura y en la sociedad boliviana. 

Me armé de valor para publicar esta obra, memoria de la herida nacional, ajuste de cuentas de una época de la que nadie quiere hablar porque el presente está más jodido aún, porque en mis pupilas está la verdad de las escamas del pez, del polvo de estrellas; he conocido a narcos, políticos y amigos que fueron víctimas y victimarios y, no quise morirme sin antes contribuir a desmitificar a estos criminales, denunciar la corrupción que genera y, si es posible, aportar a la construcción de una mayor conciencia social sobre este flagelo de la humanidad que, en nuestro país, ha corrompido todos los niveles gubernamentales, creando la maquinaria del narcopoder, que se ha transformado en un monstruo que ya no podemos ocultar en el patio trasero, porque cada día se evidencian asesinatos y torturas atroces como representación explícita de la violencia que genera la droga. Con este libro pretendo dejar evidencia del cinismo con el que los bolivianos “enfrentamos” el tema del narcotráfico, cuando, en realidad, lo asumimos como tal.

Lecturas académicas: El manuscrito original de esta novela ya venía siendo estudiado en un curso de maestría sobre el relato narcoandino dirigido por Danilo Santos López, Doctor en Literatura por la Universidad de Buenos Aires. Profesor Asociado de la Pontificia Universidad Católica de Chile (PUC). Subdirector de revista de Literatura Taller de Letras y Director del Magister en Literatura en la PUC, quien con su equipo: Silvana A. D’Ottone (Chile). Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica, y Magíster en Lingüística de la Pontificia Universidad Católica de Chile y Paula Libuy (Chile). Licenciada en Letras con mención en Lingüística y Literatura Hispánicas y Magíster en Letras con mención en Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Chile, vienen desarrollando un proyecto sobre narcoliteratura en Chile Perú y Bolivia; ya concluyeron una fase que trató de la literatura de este género, producida en Chile y Colombia y México.

En el prólogo que Danilo Santos López y Paula Libuy escribieron para la edición premiada comparan esta obra con otras novelas latinoamericanas clásicas de este género como Rosario Tijeras y La virgen de los sicarios, entre otrasy señalan que se puede leer desde siete entradas; además de otros hallazgos señalan: “El nombre elegido es tan envolvente que puede leerse de una sola vez, lo que cumple con la magia de toda buena narración. Es por esto por lo que quisiéramos ofrecer una pequeña guía de lo que consideramos prudente anticipar sobre esta obra a las lectoras y los lectores. Esta guía está compuesta por bloques que funcionan como elementos de una edificación al interior del relato. Estos cimientos o entradas de lectura remiten a una novela que contiene mucha información, la que conviene digerir lentamente para comprender qué es lo que el autor ha intentado plasmar en sus letras. Es necesario puntualizar que entendemos los relatos como un compendio de información y de relaciones entrópicas significativas o de asimetría informativa de quien escribe respecto de quien lee, como dijo el teórico petersburgués Yuri Lotman. En este caso, Carvalho ocupa la información testimonial o non fiction como una modalidad que aminora esa entropía”.

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