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Coronavirus / El entorno digital y mediático

Además de las medidas gubernamentales y los planteamientos científicos que la acompañan alrededor
del mundo, la experiencia de la pandemia en curso es percibida por el gran público a través de los medios y, muy señaladamente, de las redes sociales. En esa gama inabarcable de puntos de vista que a menudo se contradicen unos a otros, la realidad del fenómeno que amenaza a la especie humana y ha cobrado ya decenas de miles de víctimas puede explicarse o, por el contrario, desfigurarse.

El vértigo mediático y digital que detonó también el Covid-19 es precisado en el siguiente análisis de un especialista, autor de una bibliografía que es fuente de consulta sobre el tema de los medios y las redes sociales.

Raúl Trejo Delarbre

La pandemia tiene un inexorable efecto acaparador. No hay resquicio de la vida pública ni privada adonde no lleguen el azoro, el miedo, las precauciones, la angustia o las incertidumbres que ocasionan el virus y el seguimiento que hacemos de su propagación. Se trata de un metaevento que determina o modifica todo lo demás. El sistema mediático que nos circunda queda saturado con las informaciones, o reiteraciones, que conocemos de manera constante. El metaevento desplaza todas las agendas. La permanente actualización de datos, así como la apropiación personal que cada quien hace de la epidemia, propician que el entorno digital desplace, quizá de manera definitiva, a los medios de comunicación convencionales.

Televisión, enredada con youtube

En esta crisis se afianza la centralidad de las redes sociodigitales en el ecosistema comunicacional. Los medios tradicionales terminan de perder su hegemonía al subordinarse a las nuevas redes como continua fuente de informaciones pero, sobre todo, como plataformas para producir y enlazar sus contenidos.

Para evitar o atenuar el riesgo de contagio conductores, periodistas, productores, cantantes y músicos, hacen desde sus casas el trabajo que suelen desempeñar en los espacios laborales de carácter formal. Los estudios de televisión y radio, así como las redacciones, han sido prescindibles.

El conocido animador Jimmy Fallon transmite desde su casa el talk show de todas las noches en la cadena estadounidense NBC. Stephen Colbert hace lo mismo en el “Late Show” de la CBS. Como ellos, centenares de conductores de noticieros y programas de entretenimiento se apoyan en plataformas de videoconferencia para enlazarse con sus audiencias de la televisión y la radio tradicionales. Sin habérselo propuesto, se convirtieron en youtubers.

Destacados músicos de todos los géneros improvisan conciertos mediante una videocámara enlazada a internet. Las redes digitales socorren a los medios convencionales de la parálisis a la que de otra manera los hubiera conducido esta crisis. Sus imágenes no tienen la calidad de las transmisiones otrora profesionales pero ganan en autenticidad y, desde luego, en oportunidad. La orgullosa y elitista televisión ya había buscado audiencias en las redes sociodigitales (YouTube, Facebook, Instagram, entre otras) pero ahora tiene que emplear servicios como Zoom, Skype o Hangout para no quedar en silencio.

Las redacciones se han vuelto evanescentes. El número entero de The New Yorker con fecha del 30 de marzo fue realizado a distancia. Reporteros, escritores y editores, así como diagramadores, correctores y dibujantes, trabajaron sin poner un pie en las oficinas de la revista. La portada de ese número muestra un dibujo de la Grand Central Station en donde un barrendero, solitario y cabizbajo, ocupa el enorme salón que habitualmente está repleto de viajeros que corren a toda prisa.

Esa descentralización del trabajo contrasta con la lógica que hasta ahora había definido a los medios convencionales. Televisión, radio y prensa son medios unidireccionales en donde los procesos de producción de contenidos, así como su jerarquización y publicación, se hacen de manera concentrada. De esa arquitectura vertical y unilateral se deriva la influencia que han tenido en la sociedad. Ahora, con motivo de la emergencia, una parte de esas rutinas de producción y de las capacidades tecnológicas para difundir contenidos fueron trasladadas al entorno reticular (valga la reiteración, organizado en redes) que tiene como eje a internet. Fallon y Colbert, igual que numerosos comunicadores profesionales, dependen para mantener sus audiencias de las frágiles aunque democráticas redes digitales. En ellas es posible que la transmisión se interrumpa de repente pero cualquier persona puede utilizarlas.

Nueva hegemonía de Netflix

Los medios convencionales, desde hace al menos una década, se amalgaman con los espacios en línea, sobre todo cuando además de sus canales tradicionales difunden sus contenidos en sitios web y en redes sociodigitales. La diferencia en este metaevento es que la comunicación se genera en y fundamentalmente para esas redes. Ya era frecuente que los reporteros transmitieran desde sus celulares. Ahora las informaciones sobresalientes, entre ellas las más dramáticas, se originan en videos, muchos de ellos testimoniales, registrados por quienes padecen o atienden la epidemia. El director de la Organización Mundial de la Salud, OMS, el hierático y fatigado Tedros Adhanom, se dirige a nosotros en mensajes de YouTube. Los cánticos y aplausos que comparten desde sus balcones los vecinos en Roma o Madrid son imitados en todo el mundo gracias a que han sido videograbados.

Si ya éramos espectadores casi cautivos de Netflix, la reclusión en casa nos vuelve dependientes de ese y otros servicios de entretenimiento por streaming. Aunque sus catálogos son amplios y con cierta diversidad temática y estilística, la capacidad que alcanzan esas plataformas para promover modas y definir gustos en la sociedad global resulta formidable. La influencia cultural de Netflix, Amazon Prime y servicios de ese corte es reforzada en virtud de las audiencias multiplicadas en la contingencia. El metaevento afianza nuestra supeditación a la interacción y al consumo en línea.

Distancia física, pero no social

Nuestros celulares y dispositivos móviles nos indican cada semana cuántas horas los hemos empleado para ver, escuchar y a veces decir algo. La comunicación en línea, y como parte de ella las redes sociodigitales, ya estaban en el centro de nuestras vidas. El metaevento nos conduce a intensificar ese uso y a practicar en el entorno digital el teletrabajo, la docencia a distancia o la contemplación incesante de tuits, lo mismo que de una película tras otra.

Hay quienes ofrecen o toman cursos de cocina, o aquellos que se organizan para hacer gimnasia en casa de manera simultánea. Hay servicios funerarios en línea para que sus amigos se despidan por esa vía de quienes fallecen en medio de la epidemia.

La distancia social, como se le ha llamado a la que debemos mantener para evitar el contagio del virus, en realidad es distancia física. La pandemia se experimenta de otra manera gracias a los enlaces en línea y a la información que corre por las redes. Las relaciones personales, y de esa manera las relaciones sociales, no requieren del contacto físico, como se decía antes de la tajante ubicuidad de las redes sociodigitales. Algunos estudiosos de estos temas han sostenido que en esas redes sólo se pueden tener vínculos débiles, que son incompletos e inestables porque la realización plena de las relaciones personales sólo se logra en la proximidad física. Quizá después de esta emergencia, en donde los recursos digitales permiten manifestar toda clase de emociones, esas apreciaciones se tendrán que reconsiderar.

En el metaevento seguimos visual y afectivamente cerca de quienes nos interesan aunque se encuentren geográficamente lejos. No es lo mismo, pero hay una nueva carga de emotividad en la mirada a través de la pantalla, o en las líneas rápidas del chat que nos congrega a pesar del aislamiento físico.

Somos espectadores de la pandemia pero antes que nada protagonistas de ella de una manera u otra, cada quien en sus respectivos roles.

Hora de los expertos (Y de algunos más)

No sabríamos tanto de la pandemia si no fuese por la información en línea que los medios profesionales tamizan, comparan y en ocasiones desmienten o contrastan. De pronto todos sabemos algo de la estructura genética del virus, conocemos al dedillo los síntomas de la amenaza, nos enteramos de las versiones más autorizadas pero también de incontables disparates.

Una de las consecuencias indeseables en el desplazamiento de la autoridad de los medios de comunicación tradicionales por la abundancia y la dispersión de contenidos en las redes, es el riesgo de que las especulaciones y patrañas desplacen a la verdad. Todos nos hemos asomado a cadenas de WhatsApp que esparcen las especulaciones más absurdas sobre el coronavirus.

La contraparte en este escenario de incertidumbre es la nueva centralidad que adquieren los especialistas en asuntos de salud. El escritor español Antonio Muñoz Molina ha celebrado la relevancia que alcanzan médicos, epidemiólogos y enfermeros quienes, lo mismo en noticieros y redes que en exclamaciones desde ventanas y balcones, son reconocidos porque tienen algo que decirnos y por el trabajo que realizan. El liderazgo que debería ocupar el conocimiento científico es dificultado por la impaciencia o la ignorancia de algunos políticos. En Estados Unidos, la patanería de Trump que no deja de propagar versiones falsas sobre el virus es acotada, no sin esfuerzo, por el sereno doctor Anthony Fauci. En México, el doctor Hugo López-Gatell pierde autoridad cuando es innecesariamente complaciente con la indolencia del presidente López Obrador.

El doctor Fauci, director del Instituto Nacional para Alergias y Enfermedades Infecciosas en Estados Unidos, no tiene cuenta en Twitter pero hay cuentas de admiradores suyos con millares de seguidores. La cuenta del doctor LópezGatell, subsecretario de Salud, tenía 37 mil seguidores al comenzar marzo y un mes después llegaba a 290 mil. Los dos son personajes esenciales del metaevento cuyas implicaciones médicas les toca explicar y aminorar.

Junto con ellos, todos compartimos la cotidiana aprensión al revisar la curva de contagios con la esperanza de que se vaya aplanando.

La pandemia, si no padecemos la desdicha de tener que ir al hospital, la experimentamos fundamentalmente en los espacios digitales. Las interacciones en línea respecto de contenidos en inglés relacionados con el coronavirus aumentaron de 50 millones el 27 de febrero, a casi 500 millones el 9 de marzo. Esas interacciones, que sancionan contenidos de toda índole, incluyen reenvíos, aprobaciones y comentarios en Facebook,
Twitter, Pinterest y en sitios web (NewsWhip, Coverage of the Coronavirus on Web and Social, marzo, 2020).

Patrañas, delirios y delitos

En las redes, como ya se sabe, además de información cierta circulan numerosas mentiras. Medicamentos y remedios milagrosos, así como delirantes teorías de la conspiración, contribuyen a la confusión acicateada por el temor de millones de personas. En las mismas redes sociodigitales por lo general hay aclaraciones y desmentidos a las versiones falsas pero no siempre con oportunidad, ni con la difusión que logran esos engaños.

En medio de la abundancia de mensajes por la emergencia, hay personajes públicos que propagan recomendaciones embusteras; algunos han asegurado que bastan algún remedio naturista, o una invocación esotérica, para librarse del coronavirus. El daño que pueden ocasionar no es menor.

En este río revuelto de ansiedad conectada al celular han aumentado las estafas en línea. Píquele a esta liga para descargar las recomendaciones secretas de la OMS, indica un mensaje muy reenviado por correo y redes cerradas como Telegram y WhatsApp. Quienes cometen el error de confiar en esa invitación le abren de inmediato la puerta de sus dispositivos a un virus informático. Otro virus.

También han sido abiertas convocatorias para delinquir. En el Estado de México y en la Ciudad de México, al menos durante la tercera semana de marzo, varios almacenes comerciales sufrieron atracos masivos que fueron convocados en cadenas de WhatsApp y muros de Facebook. La caricaturización de la pandemia y sus abundantes aristas, en cambio, parecieran ser pocas en comparación con las dimensiones de esta crisis. Aventuro una hipótesis: la pandemia es tan inasible e incierta que ha dejado atrás a los memes. Resurgirán una vez que esta tempestad haya amainado.

Metaevento sin hora ni fechas precisas

La pandemia y sus efectos son diferentes a los hechos históricos y alcanzan mayor relevancia. El asesinato de John F. Kennedy, la llegada del ser humano a la Luna, la matanza en Tlatelolco, o la muerte de Luis Donaldo Colosio fueron acontecimientos tan impresionantes que, si ya vivíamos, todos recordamos qué hacíamos y dónde estábamos cuando ocurrieron. Esos hechos históricos sucedieron un día específico y a una hora que quizá también tenemos presente, aunque sus efectos hayan perdurado como ecos de una onda expansiva.

La pandemia que se ha extendido en la primera mitad de 2020 trasciende los días y los meses. Aunque se habla de víctimas desde diciembre, no hay una fecha específica que señale su comienzo y menos aún sus fases más críticas.

Con el tiempo cada individuo, y cada colectividad, reconocerán los momentos más difíciles, o los que por cualquier circunstancia les resulten más memorables de esta generalizada tragedia. Este metaevento no dependerá de fechas emblemáticas para ser rememorado. Su omnipresencia no sólo es espacial o geográfica, sino también vital, material y emocional. Es contundente porque afecta al mundo e inexorable porque, de una u otra formas, nos involucra a todos. Sus efectos son tan vastos que es imposible aprehenderlos en una sola mirada o en un solo texto. Un metaevento no se vive unilateralmente pero sólo se le puede escudriñar a partir de una suma de experiencias.

Globalización del espectáculo

Escribo estas líneas la noche del domingo 29 de marzo. Cuando busco información sobre los sitios que más visitan en estos días los usuarios de redes digitales recuerdo que a esta hora se está transmitiendo el concierto iHeart Living Room, que organizó Elton John en homenaje a los trabajadores de la salud y para reunir fondos destinados a niños pobres. Son las diez de la noche y el concierto, que casi termina, lo están viendo 12 mil 711 personas en YouTube, aunque su audiencia más amplia se encuentra en la cadena Fox de la televisión estadunidense.

Un señor que se llama Sam Smith canta, a capella, desde la que parece ser la sala de su casa en Londres. Luego, me resulta más interesante la joven actriz Demi Lovato que está demasiado cerca de la cámara de su computadora para saber en dónde canta y toca el piano. A la derecha de mi pantalla aparecen centenares de comentarios, muchos de ellos en árabe y por lo tanto me resultan incomprensibles. Los espectadores de otras latitudes colocan emoticones de variados colores y emociones, sobre todo corazones y, no sé por qué, figuritas que simulan estar envueltas en llamas. Se repiten la expresión “love u america” y numerosas interjecciones. Perdida entre ellas aparece una línea en español, “¡Vamos Perú!”.

Mariah Carey me obliga a dejar de leer los comentarios cuando toda glamorosa, tocada con grandes audífonos y desde lo que dice es el estudio de su casa en Nueva York, canta “Always Be My Baby”. La acompañan desde sus respectivos domicilios, no sabemos en qué sitios del planeta, un pianista al mando de un monumental teclado y tres cantantes que le hacen coro. El concierto lo cierra Elton John desde su residencia en Los Ángeles; “cuídense”, “quédense en su casa”, insiste.

Ahora hay 11 mil 54 personas que siguen la transmisión en YouTube pero en las sucesivas horas, y durante todo el lunes, se mantiene un promedio de 4 mil 500 nuevos espectadores simultáneos. Por televisión, el concierto lo vieron casi cinco millones de personas.

En el transcurso del domingo, el canal en YouTube de iheartradio, donde se difundió en línea, tuvo una audiencia de 751 mil espectadores. La pandemia es global, el entretenimiento y las exhortaciones para vencerla también.

Pandemia en primera persona

En estos días proliferan las bitácoras autobiográficas. El metaevento es tan inaprehensible que sólo admite aproximaciones personales. Ante la alteración drástica de la vida y sus hábitos, se reivindican y propalan asombros individuales. La permanencia en casa, la irrupción social de la enfermedad, los temores subyacentes y los evidentes, las fatigas en hospitales, las avenidas solitarias, las miserias y la magnanimidad que cohabitan en la naturaleza humana, son temas que abarrotan los diarios en línea. Hay relatos en video
pero además un sorprendente repunte de la escritura.

Nos reflejamos así en la experiencia de otros y, con ellos, confirmamos nuestras ansiedades y cavilaciones. Esas narraciones serán la memoria de la pandemia. Cuídense.

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