Hay bolivianos que todavía creen que la espiral de violencia alrededor de Gaza comenzó hace un año, el fatídico 7 de octubre de 2023; un opinador escribió, inclusive, que la cantidad de (41.000) palestinos asesinados no es verdadera porque las fuentes son del Ministerio de Salud del gobierno de Hamas.
El libro de Nathan Thrall “Un día en la vida de Abed Salama. Anatomía de una tragedia en Jerusalén”, récords de ventas en sus múltiples traducciones mundiales, revela cómo la vida en los antiguos territorios palestinos es un infierno desde 1948. Este “Premio Pulitzer 2024” (Anagrama, Barcelona, 2024) es el relato de un accidente de tráfico en el cual muere una profesora y seis pequeños alumnos palestinos que iban de paseo y decenas quedan mal heridos.
La crónica sigue los pasos de uno de los padres, Abed Salama, quien enfrentará toda la maraña burocrática del estado israelí, de la policía israelí y de los militares que custodian 24/7 el paso de palestinos en su propia ciudad, obligados a esperar horas por un permiso. Además, describe -incluso con planos- cómo los colonos judíos ocupan ilegalmente, cada vez con mayor violencia, espacios de familias palestinas o beduinas que vivían ahí por siglos.
La crítica en varios medios de comunicación de Estados Unidos y de Europa destaca la destreza de Thrall de narrar los hechos desde una visión larga, remontándose a la niñez de Abed y de otros de sus parientes y de otras familias de los chiquitos que iban en el autobús. Así evidencia que lo que podría ser un accidente fatal y triste en otras partes del mundo, en Palestina ocupada es otro rostro de la muerte cotidiana que acecha a ese pueblo.
La ambulancia que podía llegar en pocos minutos no se acerca, la policía tarda, los militares golpean a un voluntario palestino que ha tratado de sacar los cuerpos incinerados de las pequeñas víctimas. Los hechos ocurrieron hace doce años, después de las intifadas y mucho antes del 7 de octubre; podrían repetirse siempre.
Nathan Thrall es un periodista estadounidense, residente en Jerusalén por diez años. Publica artículos en periódicos exigentes como el New York Times y el londinense The Guardian. Mantiene una mirada detallada a lo que sucede en Medio Oriente en sus crónicas. Es también analista político y profesor sobre esa conflictiva región.
Al seguir a Salama y a otras madres que buscan a sus hijos entre el hierro y entre los heridos, el escritor remite datos sobre las miserias humanas entre los palestinos, las disputas conyugales, las condenas de familias políticas contra las nueras, las envidias, las flojeras, los celos, las maldades. Nada de la naturaleza humana les es ajena. Hay corrupción entre sus dirigentes, mentiras, falsedades, fracasos, divisiones.
Lo que diferencia a esos seres humanos es que viven (sobreviven) en un inmenso campo de concentración a cielo abierto, bajo la intimidación constante del estado judío. Algunos pueden caminar por sus propios barrios con cédula azul, otros tienen la verde, todos padecen el sistema del apartheid en el hogar de sus antepasados y pueden ser detenidos en cualquier momento y por cualquier motivo, por horas, días, años.
En el Epílogo, Nathan cita el titular del video del periodista israelí Arik Weiss, quien no se centraba en el accidente sino en la consternación que le había producido los comentarios aparecidos en Facebook sobre el choque del bus. “Un niño árabe murió jajaja.” “Solo un autobús lleno de palestinos, no gran cosa.” “Una pena que no murieron más.” “Grandioso.” “Menos terroristas.” “Noticias dichosas para empezar la mañana.” “Mi día acaba de volverse dulceeee”.
Arik comprobó que los comentarios eran de adolescentes o de preadolescentes que además no escondían su identidad. Eran también niños los que celebraban la muerte del pequeño Milad de seis años. “Esos niños palestinos podrían ser los atacantes terroristas del futuro no me vengan con esa mierda de que todo el mundo es un ser humano.” “Ellos son putas, no gente, y merecen morir.” El reportaje continúa con escenas terribles, dónde los niños israelíes aseguran sentirse dichosos por la muerte de los seis preescolares.
Mientras la cámara hace un zoom en los comentarios de Facebook la voz de Arik comenta: “no importa si eres de izquierdas o de derechas. El hecho de que alguien celebre la muerte de otras personas debe hacer que nos detengamos un momento y nos preguntemos: ¿cómo diablos hemos llegado a esto?”
Los padres de los niños estaban seguros de que también las autoridades israelíes querían que sus hijos muriesen.
Como matan cada día a miles de niños y a sus madres en Gaza, en Cisjordania, en Beirut, en cualquier lugar del mundo. Los objetivos principales son refugios, escuelas, hospitales. El macartismo promovía la esterilización forzosa de las mujeres indígenas latinoamericanas para matar antes de que naciera el futuro pobre porque podía ser un futuro subversivo. (También Alberto Fujimori empleó el mismo argumento en la sierra peruana.)
Deberíamos detenernos un momento y preguntarnos: ¿cómo diablos el sistema internacional de Naciones Unidas ha permitido que se llegue a este genocidio televisado? ¿Qué ha pasado que los sobrevivientes de los campos de concentración nazis no han sido capaces de mostrar a sus descendientes que el horror de la Segunda Guerra mundial no debería repetirse?
Pero se repite. Y hay quienes todavía se vanaglorian de seguir matando.