Fernando Bravo López
Una ola de antisemitismo recorre el mundo. Desde hace décadas, los medios de comunicación, muchos intelectuales y organizaciones de defensa de las comunidades judías vienen advirtiendo de ello1. Tras el ataque terrorista perpetrado por Hamás el 7 de octubre de 2023 en Israel, y la consiguiente campaña militar israelí en Gaza ―que se ha cobrado la vida de decenas de miles de civiles palestinos―, la ola no ha parado de crecer. Los incidentes antisemitas se multiplican exponencialmente, el pánico se propaga y las comunidades judías de la «diáspora» se sienten acosadas2. Parece que, a pesar de casi ocho décadas de educación antirracista, de una cultura occidental sostenida sobre el rechazo al Holocausto; a pesar de miles de estudios históricos, sociológicos y antropológicos sobre el antisemitismo, de la creación de decenas de centros de investigación expresamente dedicados al análisis y la lucha contra esa lacra; a pesar de los cientos de documentales, largometrajes y novelas dedicados a los horrores a los que llevó el antisemitismo en la primera mitad del siglo XX; parece que, a pesar de todo, el fenómeno no para de crecer. ¿Cómo es posible? ¿Qué hemos hecho mal?
Para entenderlo, quizás resulte ilustrativo remitirse a un reciente informe publicado por el Movimiento contra la Intolerancia3. En él se recogen alrededor de una treintena de incidentes «antisemitas» ocurridos en España durante el año 2023. De ellos, alrededor de la mitad tienen que ver con manifestaciones de apoyo a la causa palestina: pedir «que se ponga fin al genocidio en Palestina» (p. 44), romper relaciones de hermandad con Tel Aviv como protesta por las acciones del Estado de Israel en los Territorios Ocupados (p. 52), exigir el boicot contra empresas colaboradoras «del genocidio palestino» (p. 57), izar «banderas y pancartas en defensa de Palestina» (p. 58), o utilizar lemas como «Palestina vencerá», «Israel xenocida» (p. 63), todo ello se considera «antisemitismo».
Si visitamos el sitio web del Observatorio del Antisemitismo creado por la Federación de Comunidades Judías de España, y consultamos el listado de incidentes antisemitas4, observamos con el mismo panorama: al lado de carteles y pintadas pidiendo la libertad de Palestina o denunciando el genocidio en Gaza; al lado de actos celebrados en solidaridad con el pueblo palestino; al lado de viñetas denunciando los crímenes de guerra cometidos por el ejército israelí; nos encontramos con actos de vandalismo contra sinagogas o comercios judíos, agresiones a miembros de las comunidades judías de España o actos de exaltación del nazismo.
Así, cualquier muestra de apoyo a la causa palestina se coloca al lado de incidentes como amenazas de bomba contra sinagogas o acoso contra vecinos o estudiantes judíos, y a todo ello se le llama igual: «antisemitismo». Si la mitad de todo lo que se denuncia como «antisemita» tiene que ver con la defensa de los palestinos, no extraña que se pueda considerar que el antisemitismo crece de manera exponencial. ¿Consiste la ola de antisemitismo que recorre el mundo precisamente en esto? ¿Se está llamando «antisemitismo» a algo que, en propiedad, no lo es? ¿Qué ha pasado para que la defensa de la causa palestina haya terminado siendo clasificada de esa manera? ¿Qué es exactamente lo que está pasando con el antisemitismo?
Antony Lerman trata de responder a estas preguntas, y ofrece en Whatever happened to antisemitism? el mejor análisis que se ha publicado hasta la fecha de las mutaciones que la lucha contra el antisemitismo ha experimentado en los últimos cincuenta años, un proceso del que él ha sido testigo de primera mano.
Lerman fue director del Institute of Jewish Affairs —después llamado Institute for Jewish Policy Resarch— de Reino Unido y editor de la prestigiosa revista académica Patterns of Prejudice, especializada en el estudio histórico del racismo, el antisemitismo y otras formas de rechazo y discriminación. Durante los años 90, se encargó de dirigir al grupo de expertos que se dedicaron a elaborar el Antisemitism World Report, que recogía información sobre incidentes antisemitas ocurridos en todo el mundo a través de una red internacional de informantes. En su calidad de tal, presenció cómo, a partir principalmente del año 2000, en el contexto de la Segunda Intifada y la «guerra contra el terrorismo», se fue imponiendo poco a poco la idea de que existía una nueva forma de antisemitismo que consistía en la oposición a las políticas de Israel en los Territorios Ocupados y, más en general, en la oposición al proyecto político sionista. Con el tiempo, y gracias a una amplia red de organizaciones expresamente creadas con ese fin, el marco del «nuevo antisemitismo» se fue imponiendo hasta convertirse en la nueva ortodoxia.
Según Lerman, este proceso empezó realmente hacia 1975, como consecuencia directa de la resolución 3.379 de Naciones Unidas que estableció que «el sionismo es una forma de racismo». A partir de ese momento, los gobiernos de Israel hicieron de la derogación de esa resolución una política de Estado, y, para ello, algunos de sus principales representantes empezaron a manejar el argumento de que no solo el sionismo no era una forma de racismo, sino que era el antisionismo lo que era una forma de antisemitismo. Así fue como empezó a ganar fuerza la idea que Abba Eban, por entonces ministro de Relaciones Exteriores de Israel, había defendido ya en 1973: existía un «nuevo antisemitismo» cuyo principal objetivo no era ya la negación de la igualdad de derechos a los individuos judíos, sino la deslegitimación de Israel. Se pusieron así los cimientos de un nuevo marco de identificación del antisemitismo, basado en la idea de que el antisionismo era antisemitismo.
De esta manera, durante esos años Israel pasó de considerar que la oposición árabe al proyecto político sionista era una cuestión meramente política, a considerar que se trataba exclusivamente de una cuestión de prejuicio. Si los palestinos y el resto del mundo árabe seguían oponiéndose a Israel, no era a causa de que cientos de miles de palestinos hubieran sido expulsados de sus hogares durante la guerra del 48 y no se les permitiera volver a ellos, no era porque Israel hubiese ocupado ilegalmente Jerusalén Este, Cisjordania, Gaza, el Golán y el Sinaí —territorio este último que terminaría devolviendo en 1979—; no era porque hubiera empezado una política ilegal de colonización de esos territorios; no era, desde luego, porque periódicamente realizara incursiones de castigo contra la población palestina; nada de eso era razón suficiente para explicar la animadversión árabe. La razón había que buscarla en un prejuicio irracional, atávico y eterno: el antisemitismo. Era ese incurable odio a los judíos lo que lo explicaba todo; de manera que, en realidad, no había nada que Israel pudiera hacer para acabar con esa oposición árabe, porque no se trataba de lo que Israel hacía o dejaba de hacer, sino de lo que Israel era: un Estado judío.
Este marco de explicación, el «nuevo antisemitismo», se aplicó después a todo aquel que se empeñara en la defensa de la causa palestina; de manera que, conforme ese apoyo crecía, aumentó inevitablemente el antisemitismo que percibían el gobierno de Israel y las organizaciones que lo apoyaban.
El proceso, en cualquier caso, fue largo. Como explica Lerman, tras la caída del Muro de Berlín y la disolución del bloque soviético, se discutió acerca de hasta qué punto ese percibido crecimiento del antisemitismo era real o no. Varios encuentros internacionales académicos que se celebraron durante esos años debatieron sobre la cuestión de la identificación del antisionismo con el antisemitismo, y sobre si el antisemitismo estaba realmente creciendo o no, pero sin que se llegara a ningún acuerdo. Las visiones sobre el asunto empezaban ya a polarizarse y, dentro del mundo académico, el debate se convirtió en un diálogo de sordos en el que incluso desapareció el acuerdo acerca del significado de las palabras: con «antisemitismo» unos empezaron a entender una cosa, y otros otra.
En paralelo a la discusión intelectual, durante los años 80 y 90, se fue produciendo un cambio importante en las organizaciones dedicadas a la lucha contra el antisemitismo. Varias de ellas se disputaron el liderazgo en el estudio y denuncia del fenómeno; y, finalmente, Israel, que durante las primeras décadas de su existencia había considerado que la lucha contra el antisemitismo era algo que correspondía principalmente a las organizaciones judías de la diáspora, empezó también a desempeñar un papel más protagonista en el asunto, primero a través del Mosad, después a través de los responsables de relaciones con la diáspora y finalmente a través del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Los gobiernos de Israel empezaron a entender que el asunto les interesaba por muchos motivos: en primer lugar, porque Israel debía hacer honor a la razón de su existencia ―acabar con el antisemitismo y defender a los judíos―; en segundo lugar, porque la utilización de la acusación de antisemitismo contra sus enemigos estaba resultando muy efectiva a la hora de deslegitimar cualquier crítica u oposición; y, finalmente, en tercer lugar, porque difundir el miedo entre las comunidades judías de la diáspora podría estimular su emigración a Israel, que, después de todo, era un objetivo central del proyecto sionista.
De esta manera, poco a poco, conforme Israel empezó a tomar cartas en el asunto, fue consiguiendo desplazar o cooptar a las organizaciones que durante las décadas anteriores habían liderado el análisis y la lucha contra el antisemitismo, y así centralizarlo alrededor de un proyecto de la Universidad de Tel Aviv que más tarde se convertiría en el Stephen Roth Institute, bajo la dirección de Dina Porat. Gracias a esa posición dominante, el gobierno de Israel pudo empezar a implantar el marco del «nuevo antisemitismo» como el único marco de análisis legítimo.
En cualquier caso, el inicio del proceso de paz en 1991 parece que relajó algo los ánimos y la preocupación desapareció durante un tiempo. Todo vino a cambiar una vez que el proceso terminó sepultado por el asesinato de Isaac Rabin, la derrota laborista y el acceso al gobierno del Likud —que había hecho bandera de la oposición a la solución de los dos Estados—; y, finalmente, por la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas, por el levantamiento palestino y las consiguientes campañas militares israelíes que se sucedieron durante la primera década de los años 2000. A esto se sumó el 11-S y la «guerra contra el terrorismo» emprendida por el presidente George W. Bush, que acabó con las invasiones de Afganistán e Irak. En ese contexto, la posición estratégica de Israel se hizo más relevante que nunca para las potencias occidentales, de manera que su protección se convirtió en una prioridad. Y en esa política de defensa de Israel, la lucha contra el antisemitismo se situó como una de las máximas preocupaciones de los gobiernos europeos y norteamericanos.
En esos primeros años de la década de los 2000, el problema con el que nos encontramos hoy ya comenzó a manifestarse con toda crudeza: empezaron a multiplicarse las muestras de alarma ante un antisemitismo que, parecía, no paraba de crecer. Lo que sucedía, en realidad, es que Israel —que ya lideraba los esfuerzos en la lucha contra el fenómeno— estaba recopilando datos sobre incidentes de hostilidad hacia sus políticas en todo el mundo, y estaba etiquetando todo eso como «antisemitismo». Luego, esa información y esa perspectiva de las cosas la estaba transmitiendo tanto a las organizaciones judías de la diáspora como a los organismos internacionales, a través de las instituciones que había creado expresamente con ese fin. Así, el marco del «nuevo antisemitismo» se fue imponiendo, y cuando un organismo ajeno a esa lógica —como el European Monitoring Center on Racism and Xenophobia (EUMC)— publicaba informes sobre antisemitismo, el contraste no podía ser más palmario: allí donde Israel veía antisemitismo, esos otros organismos solo veían una crítica legítima a las acciones del Estado hebreo. Estas diferencias causaron no pocas desavenencias y, en último término, llevaron a una campaña de presión sin precedentes para imponer el nuevo marco allí donde todavía no se había asumido. Lerman y el Institute for Jewish Affairs, que se habían mantenido críticos con este proceso, fueron presionados sin éxito para que adoptaran la nueva ortodoxia; y, finalmente, fueron apartados, de manera que el Stephen Roth Institute —más tarde reemplazado por el Kantor Center, hoy llamado The Center for the Study of Contemporary European Jewry de la Universidad de Tel Aviv—, junto con el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí y la Liga Anti-Difamación estadounidense terminaron asumiendo la elaboración del Informe sobre antisemitismo en el mundo (Antisemitism Worldwide Report).
El paso decisivo en pos de la imposición de la nueva ortodoxia se dio con la definitiva transformación del «nuevo antisemitismo» en el antisemitismo a secas —o, al menos, en el único tipo de «antisemitismo» que verdaderamente importaba—. Esto se produjo gracias a la elaboración y difusión de la «definición de trabajo de antisemitismo» que se barajó en el EUMC —para después desecharla—, y que, finalmente, acabó siendo asumida por la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA en sus siglas en inglés).
La historia de esta definición y de cómo llegó a imponerse hasta ser asumida por decenas de Estados de todo el mundo —así como por varias instituciones internacionales—, es una de las más interesantes que Lerman relata. Todo empezó, al parecer, en el seno del Stephen Roth Institute de la Universidad de Tel Aviv, que, como hemos visto, había sido patrocinado por el gobierno de Israel —y, según Lerman, también por el Mosad— para liderar el esfuerzo en la lucha contra el antisemitismo a nivel mundial. Allí, su por entonces directora, Dina Porat, y Kenneth S. Stern, un abogado norteamericano especializado en delitos de odio —y que en la actualidad dirige el Bard Center for the Study of Hate—, se reunieron para dar forma a un documento sobre la definición de «antisemitismo». Porat colaboró con un repaso histórico del fenómeno, y Stern, por su parte, elaboró lo que llamó una «definición de trabajo». Esa definición constaba de un par de frases preliminares que se ajustaban más claramente a lo que suele ser una definición, en las que ya se mostraba la adecuación al marco del «nuevo antisemitismo»:
El antisemitismo es el odio hacia los judíos porque son judíos y se dirige contra la religión judía y los judíos individual o colectivamente. Más recientemente, el antisemitismo se ha manifestado en la demonización del Estado de Israel5.
A esas dos frases se sumaban después una serie de breves explicaciones sobre algunos de los rasgos clásicos del antisemitismo —como las teorías de la conspiración—, pero más importante: también una serie de 11 ejemplos de lo que podía considerarse antisemitismo, aunque a la vez que se señalaba que los casos de antisemitismo no tenían por qué limitarse a esos ejemplos exclusivamente —algo que dejaba la cuestión tan abierta que, como veremos, posteriormente se planteará un grave problema—. De los 11 ejemplos, 6 tenían relación con Israel, lo que da una idea de cuál era el objetivo principal de la definición de trabajo6. Sin embargo, también se señalaba que las críticas a las políticas de los gobiernos de Israel «semejantes a las que se hacen contra cualquier otro gobierno democráticamente elegido no deben considerarse antisemitas».
La definición de Stern recogía implícitamente la concepción del «nuevo antisemitismo» que por esas fechas había popularizado el nuevo ministro israelí de Asuntos de la Diáspora, Natán Sharansky. Este había propuesto una especie de receta para identificar cuándo la crítica a Israel se convertía en antisemitismo. Llamó a esta receta las «tres des»: demonización, doble vara de medir y deslegitimación7. En la práctica, sin embargo, la línea de demarcación entre lo que se consideraba una crítica legítima y lo que se consideraba antisemitismo seguía siendo extremadamente poco clara. La idea general era que uno podía criticar la corrupción de algún gobierno israelí, podía criticar su política económica, el mal funcionamiento del sistema judicial, el deterioro de los servicios públicos o cosas de ese calado. Pero si uno defendía que durante el proceso de creación del Estado de Israel se produjo una verdadera limpieza étnica8, si uno decía que en Cisjordania los palestinos estaban sometidos a un sistema de apartheid9, si denunciaba una masacre cometida por el ejército israelí o el encarcelamiento sin cargos y por tiempo indefinido de miles de palestinos, muchos de ellos menores de edad10, si uno hacía alguna de esas cosas, se podía considerar que estaba demonizando a Israel, usando una doble vara de medir o deslegitimándolo. En la práctica, por tanto, gracias al nuevo marco, cualquier crítica a las acciones y políticas de Israel hacia los palestinos se podía calificar de antisemitismo. No es de extrañar que las organizaciones internacionales de defensa de los derechos humanos fueran a partir de entonces el blanco principal de las acusaciones de antisemitismo.
La definición de Stern acabó en el EUMC después de que la institución protagonizara un pequeño escándalo al no publicar un informe sobre antisemitismo que había encargado en 2002 al Zentrum für Antisemitismusforschung (ZfA) de la Technische Universitat de Berlín. Entonces se acusó al EUMC de querer ocultar el aumento del antisemitismo en Europa, especialmente el protagonizado por jóvenes musulmanes de origen inmigrante. Pero, según explica Lerman, lo que sucedió es que el texto había sido elaborado dentro del marco del «nuevo antisemitismo», de manera que las muestras de apoyo a la causa palestina, o de rechazo hacia las políticas del Estado de Israel en los Territorios Ocupados, habían sido clasificadas como incidentes «antisemitas», al lado de otros incidentes que sí lo eran más claramente. El EUMC decidió no publicar ese informe, que consideraba de calidad cuestionable. Sin embargo, terminó filtrándose a la prensa y el escándalo estalló. Para evitar que fuera a más, la directora del EUMC, Beate Winkler, se reunió con algunos representantes de organizaciones judías, especialmente con Andy Baker, del American Jewish Committee, quien la convenció para que adoptara la definición de trabajo de antisemitismo que Kenneth S. Stern había elaborado11.
Durante el proceso que llevó a la efímera adopción de la definición de trabajo por parte del EUMC, esta sufrió algún cambio. La definición principal fue transformada totalmente. Ahora el antisemitismo era:
Una cierta percepción de los judíos que puede expresarse como el odio a los judíos. Las manifestaciones físicas y retóricas del antisemitismo se dirigen a las personas judías o no judías y/o a sus bienes, a las instituciones de las comunidades judías y a sus lugares de culto12.
La vaguedad de la definición no podía ser mayor: una «cierta percepción», cuyas características no se aclaraban, que «puede» —solo puede, pero no necesariamente tiene por qué ser así— expresarse como odio hacia los judíos. En cualquier caso, venía complementada con la serie de aclaraciones que ya Stern había introducido: que el antisemitismo podía dirigirse contra Israel y que podía transmitirse a través de teorías de la conspiración. Además, también fueron añadidos los mismos ejemplos, sin cambio alguno, de manera que, de nuevo, la mayoría tenían que ver con la oposición a Israel.
Sin embargo, dado que en la versión del EUMC también se incluía la aclaración de que podían considerarse antisemitas otras formas de actuación no expresamente recogidas en el listado de ejemplos, eventualmente cualquier cosa podía considerarse antisemitismo. En la versión de Stern, este problema se solventaba gracias a que la definición principal era mucho más clara y restringida: solo se consideraría antisemitismo aquello que se expresara como «odio hacia los judíos porque son judíos». Pero en la versión del EUMC la definición principal era tan sumamente vaga que los límites de lo que podía considerarse un caso de antisemitismo quedaban totalmente difuminados.
La versión del EUMC mantenía igualmente esa advertencia meramente retórica de que las críticas a Israel «similares a las hechas contra cualquier otro país —ya no se hablaba de «gobierno democráticamente elegido»13— no pueden considerarse antisemitas». Pero también incluía un nuevo e importante condicionante que pocas veces desde entonces se tiene en cuenta: para determinar hasta qué punto era antisemita un acto semejante a los recogidos en los ejemplos, debía tenerse en cuenta el contexto en el que se producía.
No obstante, la adopción de esta definición de trabajo por el EUMC fue, como hemos dicho, efímera. Planteaba demasiados problemas por su extremada vaguedad, y porque podía servir para silenciar, perseguir y condenar como antisemita cualquier forma de solidaridad con la causa palestina. De manera que el EUMC decidió prescindir de ella y elaborar sus siguientes informes sobre antisemitismo en Europa haciendo uso de una concepción del fenómeno que escapaba al marco del «nuevo antisemitismo». Pero ese no fue el final de la definición de trabajo, muy al contrario.
Una vez descartada por el EUMC, la maquinaria construida durante tantos años para imponer el marco del «nuevo antisemitismo» puso en marcha una gran campaña de marketing alrededor de una nueva institución: la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto. En el marco de ese organismo, al que se sumaron diversos Estados de todo el mundo, la definición de trabajo empezó a venderse como si hubiera sido el resultado del profundo proceso de análisis y reflexión de un gran grupo de expertos —y no de un solo abogado estadounidense—, además de como la «definición de la Unión Europea» —agarrándose a que había sido barajada por el EUMC—. Así fue cómo la definición fue siendo aceptada y, finalmente, en la reunión de la IHRA celebrada en Bucarest en 2016, fue aceptada por los representantes de los Estados miembro, a los que se sumarían después otros muchos, hasta alcanzar un total de 43, entre ellos España, que la adoptó en julio de 202014. Asimismo, instituciones como la OSCE o la Comisión Europea la adoptaron como la única definición de antisemitismo. Estados Unidos recientemente convirtió la definición de trabajo de la IHRA en legislación federal a través de la «Ley de sensibilización sobre el antisemitismo» (Antisemitism Awareness Act) de 2023, con el objetivo de que sirviera «para la aplicación de las leyes federales contra discriminación relativas a programas o actividades educativas, y para otros fines»15.
Ese es precisamente el objetivo general. Aunque la definición se presenta a sí misma como «jurídicamente no vinculante», lo cierto es que, conforme más y más Estados la adoptan como la única definición de antisemitismo, y conforme la están usando para formar a educadores, policías y jueces en la identificación de delitos de odio antisemitas, el resultado evidente es que la definición, aun cuando en la mayoría de los casos no tiene rango de ley, está afectando a la manera en la que la ley es interpretada, y ello sin pasar —salvo en el citado caso de Estados Unidos— por el preceptivo proceso legislativo, escapando así a la deliberación de los representantes de los ciudadanos.
El efecto de todo ello está siendo claro: cuanto más se acepta la nueva concepción del antisemitismo, más antisemitismo se percibe, y, cuanto más antisemitismo se percibe, más rápido se expande el pánico entre las comunidades judías de todo el mundo. Finalmente, cuanto más se extiende el pánico, más se extiende la presión para perseguir el antisemitismo en nuestras sociedades. Y así llegamos a donde estamos: en un círculo vicioso en el que cada vez se percibe más antisemitismo a la vez que más y más se censuran, prohíben y persiguen las muestras de apoyo a la causa palestina como si fueran delitos de odio. Y cuanto más pasa esto, más tentador resulta utilizar la acusación de antisemitismo como arma en la lucha política.
Y es que, como muestra Lerman, el éxito del marco del «nuevo antisemitismo» no se debe únicamente a los esfuerzos que los diferentes gobiernos de Israel vienen haciendo desde hace décadas, sino también a otra causa importante: como el principal objetivo del nuevo marco de comprensión del antisemitismo es la criminalización de la solidaridad con la causa palestina; y como resulta que la mayoría de los grupos que sostienen esas posturas están, de una u otra forma, vinculados a movimientos y partidos de izquierdas; el marco del «nuevo antisemitismo» ha sido asumido con entusiasmo por buena parte de las derechas y extremas derechas europeas y norteamericanas, porque ha resultado de una probada efectividad a la hora de acabar con la reputación y las opciones políticas de muchos representantes de la izquierda que muestran públicamente su apoyo a los palestinos. Gracias al nuevo marco, estos políticos pueden ser tildados de antisemitas, de enemigos de los judíos o, incluso, de genocidas en potencia.
Hace ya unos años que el propio Kenneth S. Stern —el responsable de la elaboración de la primera versión de la definición de antisemitismo que terminaría siendo asumida por la IHRA— se dio cuenta de esta deriva. Percibió que la nueva concepción del antisemitismo estaba siendo usada principalmente por grupos conservadores en los campus universitarios estadounidenses para censurar y perseguir cualquier forma de expresión que pudiera considerarse hostil a Israel. La nueva definición, concebida por él en un principio como herramienta de trabajo en la identificación del antisemitismo con vistas a la realización de informes estadísticos, estaba siendo usada para coartar la libertad de expresión16. Recientemente iba más allá: estaba detectando que, gracias a la vaguedad de la definición, los límites de lo que se consideraba antisemitismo se estaban ampliando de tal forma que ya parecía que todo era antisemitismo. Así, en una entrevista en la cadena de televisión PBS, decía:
Para tener impacto, [el término «antisemitismo»] tiene que ser utilizado solo en los casos más claros, por lo que no siempre por defecto. Ahora se está presionando para que sea casi omnipresente, y cuando todo se convierte en antisemita, nada es antisemita, y eso hace que sea más difícil luchar contra el antisemitismo17.
No sabemos si verdaderamente hemos llegado a ese punto en el que «todo es antisemitismo», pero los signos son preocupantes. Lo más alarmante es cómo la acusación de antisemitismo está siendo usada como arma en la lucha política, haciendo así un flaco favor a la verdadera lucha contra el racismo antijudío. Desde el momento en el que esa lucha empiece a identificarse con una determinada opción política, como un arma en sus manos para atacar a otras tendencias políticas, toda acusación de antisemitismo perderá valor y, finalmente, se considerará que el antisemitismo es un puro invento, un arma más en la lucha por el poder.
Determinar cuándo un acto es antisemita no siempre es un asunto fácil. Menos fácil todavía resulta determinar cuándo una persona es antisemita. Que dentro de los movimientos de apoyo a la causa palestina pueden darse casos de antisemitismo es algo sabido desde hace mucho tiempo. Pero tratar de criminalizar a todo un movimiento, incluso a todo el pueblo palestino, por defender unos derechos que son inalienables, no parece el mejor camino para acabar con esa lacra. Hay críticas a Israel que pueden ser erróneas, que pueden ser injustas, que pueden incluso reclamar su desaparición como Estado judío y su sustitución por un solo Estado binacional, entre el Jordán y el Mediterráneo, en el que todos sus ciudadanos, judíos o no, sean libres e iguales ante la ley. Todo esto puede darse, y se da, y no tiene por qué ser considerado antisemita necesariamente. No todo juicio erróneo, no toda injusticia, no toda propuesta utópica que afecte a Israel tiene por qué estar basada siempre en el odio hacia los judíos por el hecho de serlo. Pensar que, necesariamente, detrás de todo eso siempre hay antisemitismo, es un abuso de la lógica y un desatino que, como muestra Lerman, tiene unos orígenes y unas motivaciones bien claras. Para determinar cuándo efectivamente podemos hablar de antisemitismo, habrá que recurrir a otros indicios, al análisis del contexto en el que tales manifestaciones o incidentes se producen. No es tarea fácil, pero nadie debe pretender que determinar cuándo se ha producido lo que hoy es un delito deba ser cosa fácil. Aquí también rige la presunción de inocencia, algo que se olvida con demasiada frecuencia.
Gracias al libro de Antony Lerman podemos finalmente entender cómo hemos llegado a donde estamos y podemos empezar a identificar los peligros que conlleva esta nueva concepción del antisemitismo. Solo falta que empecemos a virar el rumbo y volvamos a poner algo de sensatez en el debate sobre qué es el antisemitismo y cómo resulta más eficiente luchar contra él.
Fernando Bravo López es investigador Ramón y Cajal del Departamento de Historia Moderna de la Universidad Autónoma de Madrid. Es autor de En casa ajena. Bases intelectuales del antisemitismo y la islamofobia (Barcelona, Bellaterra, 2012).
Referenias
1. Ya en 2003 The Guardian informaba de que varios miembros del gobierno de Israel, así como líderes de organizaciones judías, alertaban de esa inundación de antisemitismo que, según ellos, sufría Europa; véase Chris McGreal, «The “new” Anti-Semitism: Is Europe in Grip of Worst Bout of Hatred since the Holocaust?», The Guardian, 25 de noviembre de 2003, https://www.theguardian.com/world/2003/nov/25/thefarright.politics.
2. Lucía Gutiérrez, «En el mundo hay más antisemitas que nunca [sic]: “Es un tsunami de odio contra los judíos”», La Razón, 5 de mayo de 2024, https://www.larazon.es/internacional/mundo-hay-mas-antisemitas-que-nunca-tsunami-odio-judios_202405056637df008e66020001cf12b1.html.
3. Movimiento contra la Intolerancia, «Informe Raxen: racismo, xenofobia, antisemitismo, islamofobia, neofascismo, totalitarismo y otras manifestaciones de intolerancia a través de los hechos. Especial 2023», 28 de febrero de 2024, https://www.informeraxen.es/wp-content/uploads/2024/03/RAX_ESP_2023.pdf.
4. https://observatorioantisemitismo.fcje.org/incidentes/
5. Dina Porat y Kenneth S. Stern, «Defining Antisemitism», The Stephen Roth Institute for the Study of Contemporary Antisemitism and Racism, Tel Aviv University, https://web.archive.org/web/20080403165405/http://www.tau.ac.il/Anti-Semitism/asw2003-4/porat.htm.
6. Para un análisis pormenorizado de los ejemplos véase Fernando Bravo López, «Antisemitismo, antisionismo y los problemas de la definición de la IHRA», Intolerancia, 1 de diciembre de 2023, https://www.intolerancia.es/antisemitismo-antisionismo-y-los-problemas-de-la-definicion-de-la-ihra/ [documento de trabajo].
7. Natan Sharansky, «Foreword», Jewish Political Studies Review 16, n.o 3/4 (2004): 5-8.
8. Ilan Pappé, La limpieza étnica de Palestina, Barcelona, Crítica, 2008.
9. «A Threshold Crossed: Israel Authorities and the Crimes of Apartheid and Persecution», 2021, Human Rights Watch, https://www.hrw.org/sites/default/files/media_2021/04/israel_palestine0421_web_0.pdf.
10. «Administrative Detention», B’Tselem, accedido el 24 de mayo de 2024, http://www.btselem.org/administrative_detention.
11. Baker y otros involucrados en el proceso han explicado su versión de los hechos en: Andrew Baker, Deidre Berger, y Michael Whine, «Ken Stern Isn’t the Only Author the IHRA Working Definition of Antisemitism», Engage, 20 de enero de 2021, https://engageonline.wordpress.com/2021/01/20/ken-stern-isnt-the-only-author-the-ihra-working-definition-of-antisemitism/.
12. European Monitoring Centre on Racism and Xenophobia, «Working definition of antisemitism», 16 de marzo de 2005, https://web.archive.org/web/20070610223118/https://fra.europa.eu/fra/material/pub/AS/AS-WorkingDefinition-draft.pdf.
13. Algo que más tarde sí aparecerá en la definición tal y como sería adoptada por la IHRA.
14. https://holocaustremembrance.com/resources/definicion-del-antisemitismo.
15. «H. R. 6090. Antisemitism Awareness Act of 2023», Washington, Congress of the United States of America, 1 de mayo de 2024, https://www.congress.gov/118/bills/hr6090/BILLS-118hr6090eh.pdf.
16. Stern relata todo lo sucedido y explica su postura en Kenneth S. Stern, The Conflict over the Conflict: The Israel/Palestine Campus Debate, Toronto, Buffalo y Londres, University of Toronto Press, 2020.
17. Véase una transcripción de la entrevista en: «“Si todo es antisemitismo, nada es antisemitismo”», Intolerancia, 1 de mayo de 2024, https://www.intolerancia.es/si-todo-es-antisemitismo-nada-es-antisemitismo/.