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Capítulo 28 (y último): Punk not dead

La virgen puta. Una novela negra y punk por entregas de Patxi Irurzun con ilustraciones de Juan Kalvellido.

-Hay una cosa que no entiendo, Beni- dije cuando se acercó a servirme otra «San Miguel»-.Estamos ya en invierno pero aquí sigue habiendo moscas.

Al dejar el botellín sobre la barra varias habían salido volando, algunas follando en el aire. Eso tampoco lo entendía, pero nadie conseguiría explicármelo nunca.

-Este es un bar punk, Felisín, mientras haya basura sobreviviremos- dijo, y luego puso un disco de “Eskorbuto”.

La música me trajo recuerdos, era como si aquella situación ya la hubiera vivido antes, y antes de antes mil veces antes. Pero algo había cambiado, y también para recordármelo en ese momento se abrió la puerta y entró al bar un viejo enemigo.

-Felisín, ¿todavía estás vivo?- dijo el Comisario Pedernal.

-No será gracias a usted.

Se sentó a mi lado y pidió un gin-tonic.

-En momentos como éste es en los que me arrepiento de no tener reservado el derecho de admisión- dijo Beni al servírselo.

-Pero si en el fondo te gusta- se dirigió a mí -Todas esas heridas, la nariz partida… Eres un tío duro ¿verdad?

Habían pasado unos días desde la paliza pero todavía me quedaban marcas.

-No, soy muy frágil, los huesos se me rompen con mucha facilidad- dije señalándome la nariz con la muñeca fracturada-. ¿No cree?

-Pues sí, es verdad- arrugó el entrecejo al tragar un sorbo del gin-tonic-. Eres un mierda. Peruchena te ha dado más importancia de la que tienes.

-¿Por qué?- pregunté, intentando aparentar indiferencia.

No me apetecía levantarme de mi rincón y volver a pelear. Creía que el combate había terminado.

-Ha volado de Jamerdana- dijo.

Aliviado, no pude disimular una sonrisa.

-La chica se ha ido con él- intentó borrarla Pedernal-. Para ella eras sólo un juguete- añadió después, sin embargo, sin darse cuenta de que aquello me ayudaba.

Era verdad, no tenía por qué echarla de menos. Lorea me había puesto de pie, me había dado cuerda, pero una vez que había echado a andar era yo quien caminaba, yo solo, fuerte, sin miedo. No había motivos para dejar de sonreír.

-Crees que has ganado ¿eh?- dijo Pedernal.

-Lo único que creo es que hace unos días que no se cargan a ningún vagabundo.

El Comisario volvió a beber. La ginebra, su aspereza, le hacía pasarlo mal al tragar, pero le gustaba, le entonaba, le ponía caliente. Yo también era un mal trago para él.
-En el fondo todo ese asunto a mí tampoco me gustaba. Sólo cumplía con mi trabajo- dijo.

-Su trabajo es no morder la mano que le da de comer ¿no?- le interrumpí.

-La que nos da de comer a todos.

Sí, definitivamente los maderos no tenían una pizca de imaginación, para ellos la sociedad perfecta se estructuraba sobre la ley y el orden, no importaba que éstos tuvieran nombres y apellidos, y todo el que no comulgaba con eso era un inadaptado, un terrorista, un delincuente, alguien a quien eliminar.

-Su trabajo es proteger a todos esos peces gordos- continué-. Aunque les llegue la mierda al cuello.

-Pobrecito Felisín, la víctima- ironizó Pedernal-. ¿Vas a poner todo eso en tu revistucha? Bueno, eso si llega a publicarse algún día.

El Comisario no se había dejado caer por el bar de Beni por casualidad, venía a declarar la guerra, como en los viejos tiempos.

-Va a ser divertido joderte la manta otra vez ¿Te acuerdas de «Pabellón pirata»?

Así se llamaba la radio libre que el comisario nos chapó. Pero a mí no me asustaba.

-Un fanzine no es lo mismo que una emisora, Perdernal. Lo único que necesito es una grapadora. Esta vez no va a ser tan fácil- le advertí.

-Lo veremos, Felisín- me retó, y tras dar el último trago a su gin-tonic, se levantó y enfiló la puerta.

-Un momento- le echó el alto Beni-. Me debe cincuenta duros.

-Será mejor que vayas pensándote eso del derecho de admisión, chaval- contestó Pedernal, y salió a la calle.

Aquellos cabrones siempre ganaban, siempre se cubrían las espaldas. Peruchena, por ejemplo, había intentado matarme y a la vez me había enviado su historieta para la revista. En el fondo era un artista fracasado y despechado. Por eso tanta crueldad y menosprecio por el resto de la humanidad.

-Bah, que le den por culo- cortó Beni mis pensamientos, y me sacó otra «San Miguel».

-Yo tampoco voy a pagarte, Beni- le avisé.

El chasqueó la lengua.

-Sí vas a hacerlo. Ya he vendido unas cuantas- dijo, señalando un revistero al otro lado de la barra.

Lo había olvidado. Pedernal había llegado tarde. El último número de «Borraska» ya estaba en la calle.

Miré la portada. Era una de las fotos de Picio, aquel enano desgarrando con sus dientes una pantorrilla humana. «Entrevista póstuma con el Tiñoso», decía uno de los titulares. Y otro: «Comic: Lorenzo Peruchena». Y, por fin, encabezando todo ello el título que había dado al reportaje principal: «LA VIRGEN PUTA».

-Sácate otra para ti, te invito- le dije a Beni.

Tenía la impresión de que aquella historieta me iba a dar para muchas birras.

FIN

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