No hay límite en el arco que pueda resumir
la entraña vespertina que sangra en las batallas
con óxido en la espuela
y verdín en los ojos perplejos del caballo.
Esa oscura presencia
atraviesa aposentos, recorre las comarcas
frutales de la infancia.
Va a regiones recónditas y llega a las columnas
que limitan el miedo de los hombres,
se levanta en la leve latitud de las salas,
mide el espanto abierto en las gargantas
y se hunde en las ciudades sumergidas
con la marea densa de las iniciaciones.
Está en las altas naves sin nombre ni piloto
que en bajamar aguardan
la sombra que en las tardes invada su velamen
o la niebla emboscada de los amaneceres.
Con el despojamiento del verbo y la pupila,
la condición metálica que hay en algunas nubes
y en algunas vigilias
penetra en la materia originaria
del fondo sin momento que es transcurso y quedarse.
Está en la confederación de los relámpagos
donde el ojo vislumbra
lo que se desvanece, lo que borran los días,
en las brasas que atiza cada tarde
la mano del recuerdo
desde el subsuelo lento de los ecos.
Hay una luz anfibia que se dibuja y vive
en la raíz del óxido
y allí engendra la sombra de una sombra,
la médula del verso, la noche
oscura de la almena,
las numerosas aguas de la muerte,
los días del naufragio.
Santos Domínguez Ramos
«Para explicar la nieve»
Colección de poesía Ángaro, 2009