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Cada personaje una novela III (Los personajes de mi pueblo)

Lo dijo Balzac, la novela es la vida íntima de las naciones, y de los pueblos…

Todo inició en un bosque, un bosque denso y oscuro que parecía negro, árboles y más árboles y un rio lento y el lento paso de las estaciones, siempre crueles y siempre verdaderas. Alrededor, los primeros campos cultivados, las posesiones venecianas, algunos bárbaros y algunos turcos sobrevivientes y el Austria mirando desde lejos. Estamos en un territorio fronterizo, en uno de esos límites sin huellas físicas (ni siquiera un río lo es) y sin obstáculos geográficos, y la lengua que nace de ellos es el cruce y la simbiosis de un fluir, también este lento, de pasajes opcionales o imprevistos, como los legendarios de un Casanova duelista o un Atila flagelador, una casa de moneda o una casa de juego. Para quien ama la palabra, para quien hace suyo el canto y su grito, para quien es el gesto y el color, este mejunje es poesía, poesía campesina, instrumento artesano del hombre, pero es también la furia de la naturaleza, la fuerza del destino, semilla y a la vez fruto del símbolo del intercambio.

Cici Miorin arreglaba todo o casi todo, bicicletas, motos, máquinas de coser, relojes, juguetes, los primeros pequeños electrodomésticos que iniciaban la invasión de nuestras casas. Cuando ibas a entregarles estos artefactos los miraba como algo de extraño, parecía decirnos: “¿Pero, estos americanos que es lo que están inventando?”…”. Todos extraños cacharros hechos para durar poco o nada…”, anticipando lo que hoy llamamos obsolescencia programada. A través de sus gafas rectangulares, iba escrutando y estudiando lo que ocurría adentro de todos aquellos extraños mecanismos: las válvulas, las bobinas, el motor y las conexiones eléctricas, los fusibles, ampliando más su observación en los chips de los primeros relojes digitales japoneses, las calculadoras. Luego, con su expresión siempre seria te daba el diagnóstico. Cici Miorin era técnica y mecánica, artesanía en todo sentido, un hombre al servicio de la comunidad, como un tiempo lo fueron el panadero, el médico, el mecánico, el banquero y el cura: arqueología.

Alimentari Battistella, los del Botegón, pero para muchos de nosotros Sante lo habíamos conocido antes, era lo del Caretón, era lo que puntualmente pasaba los sábados por la tarde, con su supermercado ambulante. Abría las dos puertas del camioncito y de ahí salía de todo: latas de atún, empaques de spaghetti, los primeros cubitos STAR para “resaltar” el sabor de las comidas, los detergentes y los jabones de marca nunca oídas antes. El capitalismo a la puerta de nuestras casas. Se pagaba una vez al mes, todo iba anotado en un librito, igual a lo que usábamos para ir a comprar el pan, una vez al mes cuando el sueldo llegaba siempre puntual. Creo que había inventado un delivery todo suyo, original, en plena confianza, antes de las cartas de créditos, antes del QR.

La única librería era la de la Carmela y de su hermana. Ahí comprábamos las primeras figurinas Panini, colecciones de futbolistas, ahí las chicas iban a ojear los fotoromances. Pocos eran en los años setentas los periódicos (y las noticias). Ahí se compraban los cuadernos para la escuela, las reglas y el compás. Algunos conocieron aun el tintero y el plumín (por eso el delantal era negro) y los primeros libros pesados, el primer diseño del primero día de escuela. Luego llegaron Tex y Zagor, el Guerin Sportivo y Lanciostory, antes de la tempestad el progreso. Luego la librería se trasladó, cambió de gestión y cambió el mundo, un día llegó il manifesto y el comunista que ocultaba l’Unitá adentro de Il Gazzettino.

…el tío Bonzo es un monje budista incorruptible, en el cuerpo y en el alma, los reconocemos en los ancianos de antes, rectos y justos, pegados a sus tradiciones, a su religión, a costumbres consolidadas años tras años, a raíces duras y profundas. Una vez Pierino se para y me inicia a contar la historia de su hijo Abramo (nombre bíblico, del hombre que no cierra el círculo y ofrece Isaac como sacrificio…) que la noche antes teniendo él hambre le pidió algo de comer, y que Pierino le había indicado que había polenta, ahí encima de la estufa y pan adentro del bolsón de las compras. Es ahí cuando Abramo le dice a su padre que entonces se prepararía un sándwich, “¿con que, le preguntó su padre?”, “un sándwich con polenta, le contestaría Abramo”. Abramo ahora está recitando al Teatro de la Scala de Milán, iniciando con el órgano de la iglesia del pueblo y su firme canto dominical, al templo sagrado de la Opera, Madame Butterfly con toda la pasión y el trabajo, la perseverancia y aquel inolvidable sándwich con polenta.

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