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Autocracia centralista: las cifras cantan

Hay razones suficientes para definir al gobierno del MAS como un régimen autocrático por cuanto una sola persona gobierna sin someterse a ningún tipo de limitación y con la facultad de promulgar y modificar leyes a su voluntad. Un autócrata por definición centraliza los recursos simbólicos y materiales del poder.

El último reporte de la Fundación Jubileo ratificó una vez más la tesis de que el Estado Plurinacional con autonomías es una más de las ficciones fundacionales de un país que tropieza en la misma piedra del pasado autoritario y centralista.  El hecho de que el presupuesto del Ministerio de la Presidencia de este año sea mayor a las nueve gobernaciones juntas es un dato inédito en los 35 años de vida democrática, que algún momento alentó una apuesta descentralizadora del poder.

La noticia, al igual que otras, pasó desapercibida en medio de la agitación nacional y el desbordante optimismo provocado por la apertura de la ronda de alegatos en La Haya a propósito del diferendo marítimo.

El informe de Jubileo indica que este ministerio cuenta con un presupuesto de 3.094 millones de bolivianos, cifra que excede los 2.149 millones asignados a las nueve gobernaciones.  Según su director ejecutivo, la distribución de recursos en el país es una señal de que por mucho tiempo tendremos un presidente y vicepresidente cumpliendo roles de alcalde, estrangulando o suplantando a gobernadores, lo que “trastoca todos los principios fundamentales de la autonomía” y el pacto fiscal, cuyo lento avance confirma que para el núcleo de poder central no es prioridad.

Esta noticia concuerda con otros datos por demás elocuentes. Según la gobernación cruceña, a cuyo asesor económico el MAS no refuta: en 11 años el Estado central absorbió el 92 % del total de los recursos. Por otro lado ¿sabía usted que cuatro carteras de Estado copan el 70% de recursos para 20 ministerios y que estos son los ministerios de la Presidencia, Gobierno, Defensa y Obras Públicas, Servicios y Vivienda?

El presupuesto presidencialista se canaliza a través del programa Bolivia cambia, Evo cumple; su incremento ha sido sostenido pese a las evidencias de que dispone de los recursos de manera discrecional, improvisada, clientelar y, lo que es peor, políticamente condicionada. Las gestiones de Soledad Chapetón, Luis Revilla, alcaldes de El Alto y de la ciudad de La Paz, respectivamente, y del gobernador Patzi son testimonio viviente del asedio centralista, que no da tregua ni sosiego a quienes discrepan con el autócrata. Pocos quisieran estar en sus zapatos. Pese a ello, lograron altos niveles de ejecución presupuestaria, cerrando el paso al argumento de la ineficiencia de la gestión subnacional que aqueja con más frecuencia a gobernaciones y municipios conducidos por el MAS.

El programa Bolivia cambia Evo cumple es egolátrico. Personaliza la gestión y entrega pequeñas y medianas obras en todo el territorio nacional, subordina a alcaldes e incluso sacrifica las posibilidades de una mejor gestión por parte de otros ministerios e instituciones del Gobierno central  más eficientes y alineadas a las disposiciones de un Ministerio de Planificación débil económica y políticamente.

La historia se repite. Hay paralelismo histórico respecto a gobiernos que en el pasado dictatorial propugnaron un modelo desarrollista, extractivista y altamente centralista, con el agravante de que 40 años después sobran argumentos que desahucian la viabilidad de esta visión trasnochada de desarrollo incongruente con la promesa, también utópica, de cambio “pachamamista”.

De hecho, la bolsa de recursos destinados a las obras gestadas con la venia personal de Su Excelencia ha resultado chica ante la compulsiva adicción de cortar la cinta y ch’allar obras de competencia municipal, y departamental. Curiosamente, los elefantes blancos del pasado hoy mudaron la piel para convertirse en azules, de tallas grande, mediana y pequeña. El Evo cumple prohíja los pequeños y medianos elefantes azules, dejando con su sello la imagen de padre benefactor y tutor garante del “buen vivir” para perpetua memoria.   No hay duda, la marea azul aturde.


Erika Brockmann Quiroga es politóloga.
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