Claudio Simiz / Inmediaciones
El pequeño volumen de ediciones “Ruinas circulares” sigue dando vueltas entre mis manos… los interrogantes se disparan y generan ventanas que dan a horizontes diversos, desafiantes.
Veamos: hemos leído otros cuentos de Caballero, también algunas nouvelles, poemas y textos periodísticos y ensayísticos. Sin dudas la impronta genérica, combativamente genérica, es la que se impone al lector, fundamentalmente, en sus producciones ficcionales. Esto ha sido reconocido por la crítica (W. Muñoz, H. Carvalho, entre otros). Esta problemática es uno de los nudos gordianos de la sociedad contemporánea, y la literatura viene dando cuenta de ello; precisamente es éste un punto (no el único) desde el cual podemos asistir a la configuración del original, inconfundible perfil de la autora.
La mirada femenina, la denuncia/reivindicación feminista, comunes a buena parte de las autoras contemporáneas, se conjugan en Caballero en una muy personal orquestación que ofrece, para empezar, dos aspectos particularmente relevantes: la variedad de registros verbales y discursos, y la libre combinación de recursos expresivos, que construyen una mirada compleja y caleidoscópica, desafiante tanto de las representaciones “tradicionales” que ofrece la cultura, como de la destreza de las prácticas lectoras habituales. Y todo esto sin rebuscados hermetismos ni pretensiones de vaticinio, sino más bien en una intensa apelación a la inteligencia, fundamentalmente emocional, del lector; aquí, sí, sin distinciones genéricas. Es la voz de la mujer, desplegada desde los sinuosos rebozos del yo, desde los diversos momentos de su recorrido vital y también desde los distintos espacios y roles sociales, que hace pie, estruendosa, polémica, orgullosamente, ante el mundo.
Pero si de “abrir ventanas” se trata, este libro, como otros de la autora, nos posiciona ante una inconfundible entonación latinoamericana, que, como en toda buena literatura, sabe a local y se afinca en lo universal. El poeta Andrade Sanjinés sostiene: “Rossemarie Caballero más que boliviana es latinoamericana; y más que latinoamericana, universal, como heredera en línea directa de la más acendrada, y ya rica, tradición woolfiana, de la cual es tributaria, pero con un concepto auténticamente personal y latinoamericano (…)” … Entonces, la voz femenina va generando acordes con los ecos nacionales y continentales, lo cual explica el renovado interés de la crítica y también la llegada de su obra a los lectores de diferente origen y experiencia.
Esta trayectoria escrituraria de Caballero ha abierto, también, ricas y renovadoras sendas en el campo literario de su país, según señala el escritor W. Muñoz “una importante contribución en la búsqueda de nuevas formas literarias para las escritoras bolivianas”; sin dudas se trata de una escritura pregnante, no sólo por su novedad en lo estilístico (en el más amplio sentido), sino también por la selección de las temáticas y su tratamiento, en dinámico despliegue. Por añadidura, la tarea de indagación, reflexión y convocatoria de la autora, desplegada con particular intensidad en estos últimos tiempos (antologías de autoras de distintas ciudades bolivianas, artículos críticos), ha contribuido a consolidar este perfil señero de la cochabambina. Y esto conecta con un perfil “típico” del intelectual latinoamericano (hasta hace no mucho casi reservado a los hombres) que excede largamente la tarea artística y se proyecta a la animación cultural, la docencia, el periodismo, al estilo de nuestra imprescindible Poniatowska.
Juego de Trenzas sigue dando vueltas, como un pequeño cosmos, un Aleph ante mis ojos de lector, escritor, hombre, y, casualidad o no, por detrás de la presencia reclamante, azorada, esperanzada o resignada de la voz femenina, afloran la variedad y originalidad textuales… ¿relatos breves? ¿miniensayos? ¿escenas?…. un poco, todo esto, y como apunta sagazmente el prólogo del volumen, textos breves con un acusado grado poético y con ”un espacio que expone su microuniverso (…) sobre todo atiborrado de espacios para establecer ideas, y, mejor aún, incógnitas”. No hay un orden visible en estas composiciones gestadas a lo largo de un prolongado lapso; más bien nos encontramos frente a instantáneas donde personaje y narrador por momentos amalgaman su voz, en una polifonía definidamente ilocutoria. Hay un mundo “resuelto” que en su pretendida estabilidad, arrincona, contorsiona a la mujer que grita, a veces desde su silencio hostil o el gesto airado; pero ella también sabe jugar, trenzar dolores y sueños en la diaria jungla del vivir.
Por otra parte, este Juego de Trenzas también se conjuga en las variables existenciales de la autora. Difícilmente este abigarrado pero consistente volumen narrativo/argumentativo podría haber brotado de una pluma con menor recorrido por los diversos géneros, ficcionales y no; difícilmente las variadas y complejas instancias que florecen en el reducido espacio de estos textos podrían articularse sin la adocenada, comprensiva reflexión que da el tránsito comprometido por los fluctuantes senderos de la existencia. Dicho de otro modo, hay mucha escritura, mucha vida articuladas en este breve y acuciante volumen.
A modo de parcial y ajustada síntesis, podemos decir que la escritura de Rossemarie Caballero registra decididamente los rasgos más insoslayables de la cultura contemporánea, atravesada por la violencia y una inaprehensible, impenetrable liquidez. Recursos lingüísticos y retóricos; selección, combinación y modalidad representativa de temas y problemáticas responden al irrenunciable designio de enunciar la realidad desde una mirada femenina y latinoamericana, es decir, desde una cuerda irremplazable en el coro de lo humano. Y en esa cuerda, la belleza inconfundible que trasunta la voz propalada desde este pequeño, inabarcable Juego de Trenzas que se obstina entre mis manos.