Andrés Manuel López Obrador, presidente de México. “Al fin”, dirá, luego de tanta infructuosa búsqueda y posesiones líricas. Está por verse hacia dónde va a encarar. Trump está al norte, pero sin embargo no necesariamente implica distancia entre ambos. Trump camina más cerca de Maduro y Evo Morales de lo que se piensa. Dado el caso, AMLO sería un complemento ideal hablando en términos globales; en lo singular, el nacionalismo, otro sería el cantar.
Pero López Obrador, el mundial de Rusia, la destrucción de la judicatura norteamericana en manos de The Donald, son asuntos de relleno en una vida que de pronto navega en el mar de la zozobra. Dudas que azuzan dolores y rabias; odios que atormentan hasta el extremo de haber deseado la derrota brasilera a manos de México en el fútbol. Lo privado reflejándose en el panorama amplio por un lado, y lamiéndose enrollado sobre sí mismo las más. Qué culpa tiene Neymar dando vueltas como pangolín, exagerando a la manera de su pueblo un toquecito desafortunado, de lo que sucede. Hasta un par de semanas atrás hubiera deseado que la ola atlántica y morena arrasase con todo. Hoy, hasta espero que Croacia, Rusia o Bélgica empujen a la soberbia al insalvable abismo.
Deja tus pasiones, aconsejan, que el exceso no lleva (errado estaba Rimbaud) a ningún palacio y menos trae sabiduría. Pero, volvemos a enroscarnos como cochinito de humedad de caparazón duro y flexible al mismo tiempo, y deseamos cierta venganza que alivie la pena de haberse ahogado entre deslealtad y mentira.
Desde Fairfax, Virginia, alguien cercano reflexiona acerca del olvido de los déspotas, que ni pena vale ocuparse ya de ellos, que el rodillo marcha sin obstáculo que lo detenga y que las palabras pesan menos que aquella vieja canción de los Bee Gees: son solo palabras.
Bailarla, entonces, agarrarse de la propia sombra y ejercitar pasos de baile lento, difícil en el tango, complicado en el danzón, obviar sentimientos e imágenes, burdas generalizaciones que catalogarían a todos los calabreses como delincuentes y a sus mujeres como desmedidas mitómanas. Hay que sopesar los alcances de la ira, así como los del amor, que entre ellos, y en el revoltijo de las mañas, parecen entremezclarse y perder características propias.
Intento (tengo mucha prensa a mano) indagar los detalles en la elección mexicana. Se venía venir, desde ya mucho. Hay que observar cómo reaccionan a ello los cárteles de la droga, que varias cosas se dicen y hasta ahora no podemos inclinar el cuerpo a creer nada.
Mientras tanto la tarde avanza, se consume en pagos de deudas y listas de compras. Sobres y papeles rotos a la basura; otros al archivo. Amontono los diarios del día; ni siquiera leí la columna de Charles Blow en el NYT. Sé lo que me pasa, que ando vagando por una sendas de silencio que sonaban a samba hasta hace muy poco. Tal vez que esta música esconde en su ritmo pegajoso un rictus amargo. Por eso le pusieron tamaño Cristo, allí en la playa, para que con sus brazos gigantes acoja el millón de mentiras que se tejen alrededor.
En el Mar de Cortés se disparan desde la profundidad los diablos rojos; se los atrapa, pedacea, fríe y vende como aperitivo en los lugares gourmet. A Denver le cae el calor como una bomba atómica. Por allí, por el sur de Sao Paulo, se me perdió la pasión de mis letras. Ahora escribo con un muñón, un lapicero afirmado con cinta a la muñeca y que igual se cae. Luego vendrá San Francisco, la vida en hoteles rellenos de chinches, los rostros picados, el sudor apestando en la ropa. Quiero hablar de política, opinar sobre esto trascendente, y no puedo. La muchedumbre se guía por instinto. Es el 2018 y parece que fuese una década atrás. Tu nariz se perfila en la distancia, tus carnes recuesto sobre el cubrecama verde. Duermes y aunque quiera no puedo llevarte en alas hasta el más allá de nosotros. Me llaman Ícaro y la cera se derrite ante el sol.